En ciertas ocasiones he escuchado a algunos de los enfermos con los cuales he conversado que me han contado cómo otros médicos les han dicho “por usted ya no hay nada que hacer porque su enfermedad no tiene cura”. Y es comprensible que afrontar esta realidad sea para ellos motivo de dolor e incertidumbre por el porvenir; pero es aún más doloroso pensar en esas palabras de las personas en las que han depositado su confianza, que les trae mayor desesperanza y sufrimiento. Y es que a veces los médicos y los profesionales de la salud medimos el éxito y el valor de nuestra labor en los resultados que podemos conseguir. Por eso cuando nos topamos con la limitación de las posibilidades científicas y de nuestros conocimientos, por ejemplo, ante una enfermedad incurable es que se puede pensar que ya no se puede hacer nada más, como si ya no hubiera más maneras de ayudar a ese ser humano que sufre.

Esta perspectiva resulta reductiva, fruto de sobrevalorar el poder de la ciencia y de estimar cómo válido únicamente lo que la técnica puede ofrecer, olvidando valores como el acompañamiento, el servicio, el cuidado, la escucha. En este sentido hay un autor que menciona que “a veces no podemos hacer casi nada para que regrese la deseada salud, pero sí mucho para mostrar nuestro afecto y cercanía. Eso ya es mucho. A veces basta con estar allí, a su lado. Con una palabra oportuna, o con la sonrisa de siempre; con un chiste, o con el recuerdo de momentos más felices, más buenos”1

En las últimas décadas las enfermedades crónicas y el envejecimiento son más frecuentes, siendo además situaciones ante las cuales, la ciencia no siempre puede ofrecer soluciones ni respuestas definitivas. Ante esta realidad surgen alternativas que buscan responder a esta necesidad. Una de ellas son los cuidados paliativos, una disciplina relativamente reciente que se fundamenta en una atención holística de la persona frágil y enferma, especialmente cuando las posibilidades de curación son limitadas.

Para comprender más esta propuesta es interesante ahondar en sus términos. Paliar, del latín “palliare” quiere decir tapar o cubrir; está relacionado además con “pallium”, que es manto o abrigo; ambos términos hacen referencia a los peregrinos que se cubrían con mantas para protegerse del frío. El significado que se le otorga a esta acción es el de mitigar, suavizar, atenuar una pena o disgusto; si lo situamos en contexto de la salud y la enfermedad, se refiere a la orientación terapéutica que busca aminorar el sufrimiento y la pena, al reconocer que hay enfermedades o condiciones de salud que no pueden curarse o resolverse; sin embargo, no quiere decir que no pueda hacerse algo por ayudar a quien las sufre.

Esta perspectiva llama a no abandonar al enfermo a su suerte, a no ser indiferentes y a ofrecer a estos enfermos, los cuidados que son necesarios para brindar alivio y consuelo en medio de su fragilidad. Teniendo este objetivo como referencia, en la década de los ‘60, una médica británica llamada Cicely Saunders, empezó a liderar algunas de las primeras experiencias en cuidado paliativo; se reconoce como la promotora del movimiento “hospice” que es lo que ha permitido que existan lugares de acogida para estas personas que, en su condición de enfermedad avanzada, de mayor fragilidad y vulnerabilidad, son desatendidas. Para Saunders, la persona con una enfermedad avanzada, no sólo representaba un cuerpo enfermo, sino un ser humano que experimentaba un dolor total;  plantea, entonces, cuidar de la “persona” y no de la “enfermedad”2.

Con el paso de los años, el cuidado paliativo, ha tenido mayor reconocimiento, incluso en la comunidad científica; como una posibilidad para ofrecer a quienes padecen enfermedades graves. La Organización Mundial de la Salud explica en su definición que el cuidado paliativo es el enfoque que mejora la calidad de vida de pacientes y familias que se enfrentan a los problemas asociados con enfermedades amenazantes para la vida, a través de la prevención y alivio del sufrimiento, por medio de la identificación temprana y la impecable evaluación y tratamiento del dolor y otros problemas físicos, psicosociales y espirituales”3. Se entiende entonces, que se trata de una disciplina que propone un enfoque terapéutico que tiene como objetivo aminorar el sufrimiento de la persona que tiene una enfermedad avanzada grave, no sólo en el aspecto biológico, propiciando medidas para prevenir y mitigar el dolor y otros síntomas físicos; sino que el apoyo psicológico y espiritual cobran una mayor importancia. Es interesante, además, que esta propuesta no sólo se centra en la atención de la persona enferma, también en sus familiares y seres más cercanos, que sufren por el dolor de su ser querido. Este abordaje idealmente ha de hacerse desde el diagnóstico de la enfermedad potencialmente grave, hasta una etapa posterior de la muerte del enfermo, momento en el que se acompaña a la familia en la elaboración del duelo. Otro aspecto fundamental que se encuentra en la naturaleza de estos cuidados, es que se considera la muerte como una etapa natural de la vida, por lo tanto, sus prácticas ni la aceleran, ni la retrasan.  

La muerte, bajo esta perspectiva se considera como una realidad de la existencia humana, y es importante que las personas tengan una buena preparación para cuando llegue ese momento, no sólo que no experimenten dolor o sufrimiento físico, sino ayudarles a que puedan prepararse para dar este paso, en paz con Dios, consigo mismos, con los demás, con la tranquilidad de haber vivido plenamente. Benedicto XVI recuerda que “cuando se apaga una vida en edad avanzada, en la aurora de la existencia terrena o en la plenitud de la edad, por causas imprevistas, no se ha de ver en ello un simple hecho biológico que se agota, o una biografía que se concluye, sino más bien un nuevo nacimiento y una existencia renovada, ofrecida por el Resucitado a quien no se ha opuesto voluntariamente a su amor”.

Siempre habrá algo por hacer, si la meta no es la curación del cuerpo, podrá ser la de ayudar para que la persona encuentre alivio en su dolor y descubra que su vida es valiosa y es digna a pesar de su condición de vulnerabilidad.

Los cuidados paliativos, son así una aproximación que realza el valor y dignidad de la vida humana hasta el último momento; reconociendo que, aunque no se pueda propiciar la salud o la resolución de la enfermedad, queda aún mucho por hacer, porque lo que es más valioso es estar junto al que sufre y acompañarlo siempre, hasta que sea llamado a la vida eterna. Así lo expresa Fernando Pascual: “…alguien nos quiere allí, alguien nos espera a su lado. Un día nos dejará, irá a otros cielos. Su partida será un momento de dolor, pero no un adiós definitivo: será un ‘hasta luego. Un ‘hasta luego  que nos hará sentir que no fue tiempo perdido el que pasamos junto a él, como si preparásemos ahora esa dicha de los cielos, donde el amor es simplemente eso: estar junto a un enfermo”.

 

1Extracto de “Estar junto al enfermo” de Fernando Pascual.
2Saunders C. Hospice and palliative care: an interdisciplinary approach. London: Edward Arnold; 1991.
3World Health Organization. WHO definition of palliative care
4Benedicto XVI. Discurso a los participantes en la XIV asamblea general de la academia pontificia para la vida
5Extracto de “Estar junto al enfermo” de Fernando Pascual.

 

© 2017 – Álvaro Díaz Díaz para el Centro de Estudios Católicos – CEC

Álvaro Díaz Díaz

Álvaro es miembro del Sodalicio de Vida Cristiana, es colombiano y médico de profesión; Actualmente está realizando una especialización en Medicina Interna. Tiene interés en el área de cuidado paliativo.

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