Cuando hablamos de descubrir el “sentido de la vida”, para algunos puede sonarnos algo enredado, muy profundo, que implica mucha reflexión, etc… tengo tantas cosas por hacer que no tengo tiempo para ponerme a pensar en ese “tipo de cosas”. Efectivamente, no es algo fácil. Pero, me parece, que solemos complicarlo más de lo necesario. Hay algunas ideas claves que pueden ayudarnos y ponernos por los rieles correctos.

Empecemos por entender la expresión en sí misma. Parece algo obvio. Pero tener claro lo que nos dicen las palabras, ya es un paso excelente para emprender la senda que buscamos. “Sentido de la vida”. Primero, la palabra “sentido” tiene 12 significados según el diccionario de la Real Academia Española. De todas quiero quedarme con cuatro. Que seguro podrán iluminar mucho nuestra reflexión.

Primera definición: “modo particular de enfocar, de entender o de juzgar algo”. De esto podríamos decir que una cosa importante para nosotros es la manera cómo enfocamos nuestras vidas. Es decir, cómo “sintonizamos” con nuestra propia vida. Acuérdense cuando vamos al oculista. Antes de comprar los lentes, el médico tiene que hacer una prueba para darse cuenta cuántos grados de miopía o hipermetropía necesitan los lentes, para que podamos enfocar bien lo que queremos ver. Por lo tanto, tenemos que hacer un esfuerzo consciente por cambiar esa miopía o hipermetropía, con las que suelo entender mi vida. En la medida que sea capaz de entender mejor mi vida, tendré las ideas un poco más claras para juzgar cómo estoy viviendo. Enfocar, para lograr un mejor entendimiento de mi vida y así juzgar la manera cómo estoy asumiendo mi vida. Bien o mal. Así podré, si lo quiero y estoy dispuesto al esfuerzo, quitar todo lo malo y esforzarme por crecer y potenciar todo lo que me ayuda a enfocar mi vida en lo esencial.

Segundo sentido: “tendencia o intención de algo”. Lo natural es hacernos una pregunta: ¿tendencia o intención a qué? ¿Cuál ese “algo” que busco? Dicho esto, debemos preguntarnos: ¿Qué ese “algo” que buscamos? Pues cuando decimos “sentido de la vida”, hablamos en primer lugar de esa intención. ¿Cuál es el sentido, tendencia, intención que queremos darle a nuestra vida.

El tercer significado es más sencillo, pero no por eso menos importante. Más bien, creo que de modo muy fácil y sencillo, nos dará más luces muy sensatas y es: “orientaciones opuestas de una misma dirección”. Por ejemplo: sur o norte; este u oeste; bien o mal; feliz o infeliz; vida o muerte; virtudes o vicios, etc….

Si hacemos un esfuerzo por sintetizar las tres explicaciones, podríamos decir algo así como: “juzgar, gracias al entendimiento focalizado de uno mismo, si la tendencia o intención de alcanzar algo, está dirigida en el sentido necesario para alcanzar, o, por lo menos, dirigirme hacia ese algo”. Con estas ideas ya podemos plantearnos algunas reflexiones más fundamentadas. Ese sentido, que explicamos, está como un objetivo de nuestra vida. Es decir: ¿Qué sentido quiero darle a mi vida?, o dicho de otro modo, ¿qué queremos vivir? En base al significado de la Real Academia Española, podemos ahora preguntarnos con más facilidad: ¿Cuál es el sentido de mi vida?.

Si ya nos queda claro la noción de “sentido”, preguntémonos: ¿qué es lo que quiero vivir? ¿Hacia qué quiero dirigir mi vida? Respuesta: felicidad. La siguiente pregunta es: ¿Cómo hacemos para focalizar? Finalmente, cuando queremos entender y juzgar algo, necesariamente tenemos una serie de criterios previos, con los que fundamentamos nuestra manera de entender y juzgar, por ejemplo: Cómo voy a vivir a partir del sentido que busco.

Focalizar. Como el oculista, veamos las “letritas” de la “pizarra blanca” de nuestra vida y tomemos consciencia de cómo está nuestra vida. ¿Cómo está mi vida? En la etapa y estado de vida que estamos actualmente: escolar, universitaria, trabajo, soltero, casado, sacerdote… ¿Estoy viviendo mi estado y situación actual de modo auténtico? En otras palabras, ¿estoy haciendo bien las cosas,  o cómo “me da la gana”? También, ese exámen de conciencia, me tiene que ayudar a sacar a la luz cuáles son mis experiencias y sentimientos interiores, fruto de la manera cómo estoy viviendo, bien o mal o cómo están mis relaciones con las demás, en el colegio, la universidad, con Dios. Todas estas son preguntas que cada uno de nosotros tiene que hacerse. De una cosa estoy seguro: normalmente no hacemos un pare en la vida, para pensar en estas cosas y nos acostumbramos a la rutina, viviendo y experimentando cosas que no deseamos. Si queremos cambiar y ser más felices, tenemos que empezar por este examen de conciencia, para ver cómo está nuestra vida. En esto hay que ser valientes y asumir las alegrías así como las tristezas, éxitos, frustraciones, momentos de realización y plenitud personal; así como las angustias, ansiedades, tristezas, soledades, etc…

Lo más común hoy en día es ver personas, y nosotros mismos muchas veces, que se sienten deprimidas, ansiosas, solas, tristes e incluso sin la capacidad de encontrarle sentido a su vida. Tratemos de entender por qué vivimos así muchas veces. La manera en que experimento mi vida, es consecuencia de cómo estoy asumiendo mi vida. “Por sus frutos lo conoceréis”. Si el fruto es malo, entonces la raíz tiene algún problema. Fijémonos, entonces, de qué manera viven las personas hoy en día. Por si acaso, es evidente que no podemos hacer sobre generalizaciones, cada uno debe cuestionarse en qué “tonalidad de gris” se encuentra, de la descripción que trataré de reflexionar juntos. ¿Cuál es el promedio, o denominador común de las expectativas que los hombres y mujeres tienen? Es decir, ¿qué metas buscan en la vida? La pregunta no es muy difícil. Creo que estamos todos de acuerdo, si decimos que somos materialistas, superficiales, solo nos preocupamos por el dinero, buscamos a toda costa sentirnos bien y alejarnos lo más posible de cualquier situación que nos lleve a experiencias negativas. Finalmente, el anhelo que tenemos todos de ser reconocidos, aclamados y famosos. Que digan maravillas de uno mismo. Queremos tener siempre la razón, tener la última palabra, etc… todas estas expectativas y metas que trazamos, si somos honestos y reconocemos que de alguna forma las vivimos, son las razones por las que somos más o menos felices.

Si quieren, seamos más explícitos. Poner la felicidad en el sexo. Lo cual muchas veces me lleva a romper mi matrimonio, ir a la cama con distintas mujeres – casi como que si fuesen objetos de placer – en distintas circunstancias. Las noche de viernes, sábado o fiestas en las que tomamos demasiado y nos emborrachamos. Otro ejemplo clarísimo… alguna vez te has preguntado: ¿cuánta  plata gastas para tener ese carro, esa casa en ese barrio exclusivo, los viajes, las comodidades, las diversiones, etc.? Por si acaso, no está mal. Pero y, ¿cuánto me preocupa la pobreza y miseria en la que vive la gran mayoría de la población? Simplemente por decir algo… Cuántas parejas deciden tener solamente un hijo, a lo más dos – y, quiera Dios que sea una parejita – para poder, dicen, darles lo mejor… la mejor escuela, la mejor universidad, etc… ¿No se estará escondiendo por ahí, un miedo a no poder seguir sosteniendo el mismo nivel de vida, si tengo que asumir más gastos, con más hijos. Que implican muchísima plata, si quiero ponerlo en el mejor colegio, universidad, seguir teniendo el mismo ritmo de viajes internacionales y comodidades para mi vida. Digo todo esto, sin querer tocar el punto de la poca disposición que tenemos para generosamente vivir el sacrificio y entrega que requiere un hijo más, otras responsabilidades, etc…

Hasta aquí podemos, creo yo, decir que tenemos una vista, por lo menos general, de la manera como vivimos la mayoría de personas. Ahora nos toca entonces, entender y juzgar la  realidad que hemos descrito. Pero antes… ¿estamos todos de acuerdo que lo descrito es algo que, más o menos, todos vivimos de alguna manera? Bueno… entonces sigamos.

Como lo he dicho anteriormente, para entender o juzgar una realidad, un texto, una novela… siempre necesito tener algún “pie de apoyo”. Alguna “palanca” que me permita hacer ese “esfuerzo”. Si estamos hablando de comprender el por qué vivimos así, y poder hacer un juicio de la conducta, a fin de cambiar lo necesario para ser felices, con más razón, ese “criterio” debe ser lo suficientemente importante, para estar a la altura de la tarea que tenemos adelante. Para no dar vueltas al asunto, pongamos como “criterio” a Dios. Es decir, tengamos a Dios como el punto central de nuestra reflexión, para comprender y presentar de modo juicioso el camino auténtico para la felicidad.

Primero empecemos por entender por qué las falsas expectativas del “tener–placer–poder” nos engañan, haciéndonos creer que cuánto más bienes materiales, cuántos más placeres de cualquier índole y cuánto más poder podamos ejercer, seremos más felices. Hay un punto en esto algo capcioso. El placer, el tener y el poder, en sí mismos, no están mal. Son cosas que el mismo Dios nos los ha dado a nosotros, hijos suyos, para vivir con alegría, vivir contentos, con júbilo. El problema es cuando ponemos alguno de estos en el lugar que debe ocupar Dios. Ya es un cliché el decir que para muchos la plata es el dios de su vida. Viven para la plata y no al revés. La plata muchas veces es un fin en sí mismo, en vez de ser un medio, por ejemplo, para vivir la caridad, ayudando a los más necesitados. Suficiente con esto. Lo mismo sucede con el placer y el poder. Muchos ejemplos podríamos poner de cada uno de estas dos concupiscencias. Habiendo comprendido este punto, pasemos al siguiente.

Es esencial para nuestra felicidad saber quiénes somos. Responder a la pregunta, que es probablemente una de las más importantes de nuestra vida: ¿Quién soy yo? Dependiendo de la respuesta que le doy, será la manera como viviré. Me realizaré más o menos, de acuerdo a la conciencia que tengo de mi propia identidad. Hoy en día, un problema gravísimo se conoce como: “workaholic”. Se pone el trabajo, el quehacer y la actividad antes que el hecho de ser personas. Aquí hay algo muy importante. ¿Quién puede de nosotros responder realmente quiénes somos? ¿Acaso nos somos seres increíbles? Cuando me veo en el espejo, ¿no me llama la atención el milagro que soy? Si no tengo esa experiencia, entonces algo no está bien. Además, preguntémonos: ¿Por qué yo? Y no otro? ¿Por qué yo existo? Nunca en el pasado y nunca en el futuro existirá alguien como yo. Somos únicos e irrepetibles. Entonces, ¿quiénes somos? El único que puede responder con la profundidad y grandeza necesaria a esa pregunta es Dios. No hay vueltas que dar. Obviamente, hay muchas otras maneras de conocernos. Es obvio. Pero ¿quién puede entrar en lo más profundo de mi ser? En esas “esquinas recónditas” de mi alma. Además, Dios es Quién conociéndome, puede mostrarme para qué estoy en este planeta Tierra.

Sigamos con la pregunta. Es esencial entender que somos “personas”. Por lo tanto, estamos llamados para el encuentro. Para la comunicación. Para la comunión. Para amar y ser amado. Solamente en la medida que aprendo y me comprometo de modo sacrificado y generoso por amar a los demás, es como puedo ser feliz. Nada menos que el amor puede satisfacer el hambre profundo que tenemos muy adentro de nuestras almas, para entregarnos a los demás, ayudar, servir, preocuparnos… ¡tantas cosas! ¡Cuánta mediocridad, tibieza, engreimiento, caprichos, pereza, gustitos, etc…. vemos en nuestras vidas! Actitudes totalmente opuestas al amor. No podemos ser felices si seguimos viviendo sucedáneos del amor. Gustitos baratos, que nos engañan y frustran la vida. ¿Cómo podemos creer que el sexo, las drogas, el alcohol y tantas otras cosas mal vividas, llenan nuestro vacío de una felicidad infinita? Por lo tanto, necesitamos encontrar esa persona, que puede brindarnos el amor infinito que buscamos. Lo buscamos en lo amigos, lo buscamos en nuestra familia. ¡Está muy bien! Los amigos y la familia son las personas más importantes con las que nos relacionamos, pero y esto es importante, en este mundo hay Alguien que va más allá de este mundo. Una Persona única, que trasciende este mundo material, y, por lo tanto, no es finito, no muere. Todo aquí es finito, muere. Dios es esa persona que necesitamos para llenar plenamente esa búsqueda infinita que experimentamos a lo largo de toda nuestra vida. Algunos momentos más o menos intensos que otros. Pero siempre está ahí. Siempre nuestro corazón anhela ese infinito. Trascender la muerte.

Finalmente, podríamos seguir y seguir profundizando y explicando la manera de descubrir el sentido de nuestra vida. Pero creo yo, que lo reflexionado hasta aquí, puede seguramente darnos algunas pistas de hacia dónde debemos dirigir nuestra existencia. Como la pregunta dice: “¿Qué sentido quiero darle a mi vida?” Estas son algunas ideas en borrador, para que nos ayuden a caminar hacia el sentido auténtico de nuestra vida. No nos engañemos. No creamos que ya tengamos la respuesta. No pensemos que ya lo tenemos todo resuelto. Hay mucho más por conocer, mucho más por profundizar, mucho más por crecer y buscar y luchar. Vivimos en un mundo totalmente opuesto a Dios. No nos engañemos, no seamos ingenuos. La televisión, las series, las películas, las revistas, los libros, los periódicos, nuestros mismos “amigos”, las actitudes que tenemos con los demás y tantas otras cosas nos pueden alejar de Dios. No lo queremos, pero así vivimos. Decimos que creemos en Dios, pero vivimos como si no existiera. Si no fuese así, entonces todos seríamos felices. Y podríamos decir como las películas de Disney: “Vivieron felices para siempre”.

Pablo Augusto Perazzo

Pablo nació en Sao Paulo (Brasil), en el año 1976. Vive en el Perú desde 1995. Es licenciado en filosofía y Magister en educación. Actualmente dicta clases de filosofía en el Seminario Arquidiocesano de Piura.
Regularmente escribe artículos de opinión y es colaborador del periódico “El Tiempo” de Piura y de la revista "Vive" de Ecuador. Ha publicado en agosto de 2016 el libro llamado: “Yo también quiero ser feliz”, de la editorial Columba.

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