“Lo que pasa, papá, es que tú eres de otra generación”, ¿qué padre no ha escuchado esa afirmación de un hijo que nació cerca al año 2000? Chicos que están, hoy en día, en secundaria o los primeros años de Universidad.

Bueno, es verdad. Hay que reconocer que muchos, por no decir la mayoría de los padres, no saben explicar qué viven, qué piensan, cómo entienden sus hijos de esa edad a la realidad. Estudiando un poco acerca de las famosas “generaciones”, estos jóvenes mencionados hacen parte de la “generación Z”. Son chicos que no se hacen idea de cómo es un mundo sin la tecnología. Casi podríamos decir que nacieron con un chip “integrado a la cabeza”. A sus 4 o 5 años, la primera cosa que preguntan cuándo entran a una casa es: “¡Tío! ¿Cuál es la clave de wi-fi?”. Niños que manejan esos joysticks de consolas de juego –que tienen más de 15 botones—, como si fuera más fácil que agarrar un lápiz y escribir (y probablemente para muchos así lo es).

Empecemos, en primer lugar, a desarrollar algunos elementos claves para la felicidad, sobre los cuales podemos explicar, entonces, qué les pasa y cómo ayudarlos. Si empezamos por preguntarles y hablar con ellos cosas básicas sobre la felicidad, constataremos que la mayoría no tiene criterios o fundamentos claros de qué es la felicidad. Cómo alcanzarla. En realidad, cada uno tiene su propia “filosofía” de vida. En la mayor parte de los casos, probablemente nunca se hicieron esa pregunta: ¿Qué es lo que más quiero en la vida? Y si la hicieron, pocos dicen con claridad: “¡Quiero ser feliz!” Los que explícitamente dicen quererlo, en su gran mayoría no saben cómo definir la felicidad. Por lo cual, obviamente, no sabrán cómo alcanzarla. Otros tratan de buscarla pero no descubren el camino, hasta el punto en que desisten, se cansan, y se resignan a decir que es imposible vivir la felicidad que tanto anhelan.

Lo que quiero decir con todo esto, es que estamos hablando de un “terreno” muchas veces inexplorado, del que muy poco se ha hablado. Mejor dicho, mucho se habla respecto a Internet, blogs, vlogs, páginas web, pero poquísimas proporcionan una respuesta bien fundamentada al respecto.

Quiero mencionar solamente dos elementos fundamentales para la felicidad: el amor y la seguridad. En relación al amor, el famoso: “amar y ser amado”. Sin hacer muchas explicaciones, que quede claro que el camino de la verdadera felicidad es ayudar a que los demás sean felices. Cuanto más ayudas a que el otro sea feliz, más feliz serás tú; ese es claramente el camino del amor. El preocuparse por el otro. Sacrificarse cuando sea necesario por el otro. Saber sus necesidades, sueños, preocupaciones. Dejar de mirar el “propio ombligo” y abrir los ojos a la necesidad de mi hermano. Por otro lado, ¿quién no quiere ser amado? El sentirse y experimentarse amado por el otro, obviamente te hace sentirte feliz. Descubrir que hay personas que se preocupan por ti. Que quieren lo mejor para ti. Que están preocupadas por tu bienestar.

En segundo lugar, la seguridad. En este punto, menciono dos elementos fundamentales: la identidad y la diferenciación. Si uno quiere ser una persona segura, en primer lugar, tiene que tener muy clara su propia identidad. Es la famosa pregunta: “¿Quién soy yo?” El que no responde esa pregunta, o no sabe cómo responderla, fácilmente sentirá la inseguridad de no tener fundamentos sólidos en la vida. Otro asunto, que no viene al caso en este momento, es el camino que implica el conocimiento personal. Es todo un tema.

También está la “diferenciación”. ¿Qué quiero decir con eso? Que te quede claro quién eres tú, y quién es el otro. Es decir, ser consciente de que, valga la redundancia, tú eres tú, y el otro es el otro. Parece un poco “tonto” decirlo. Pero es algo importantísimo, pues eso indica un grado importante de madurez. Un niño, por ejemplo, cuando “mira” la realidad, no piensa que “las cosas” son seres “fuera de su cabeza”. ¿Qué quiero decir? Tener la idea clara de que el otro es alguien distinto de ti. Con quién te relacionas. Eso te ayuda a afirmar tu propia persona. Significa que ya tienes la madurez para relacionarte con los demás, desde tu propia posición. Puedes, por ejemplo, sustentar tus propias ideas, tus propios argumentos, etc.

¿Quién nos brinda todo eso? No quiero extenderme sobre este punto. Sin embargo, tengo que decir que son tres tipos de persona quienes necesariamente tienen que ayudarte en ese camino del amor y la seguridad: Dios, la familia y tus amigos. Explicar cómo cada uno aporta al amor y a la seguridad podría ser motivo para otro artículo. Dejémoslo por ahí. Sin embargo, aquí surge un problema crucial. Un problema gravísimo, con repercusiones extremadamente dañinas para el joven en crecimiento. ¿Qué pasa si una de esas tres personas no le brinda ese amor o seguridad que tanto necesita para su felicidad? Aquí podemos hacer muchas conjeturas. Es decir, en primer lugar, debe quedar clara la prioridad de Dios sobre la familia, y la familia sobre los amigos. Sin embargo, las tres juntas hacen parte de un entramado que, compenetrados entre sí, encaminan la felicidad del joven. Por lo tanto, en la falta de una de esas tres personas, las otras pueden ayudar a lograr el equilibrio que necesita. Obviamente, si Dios es quien “falta” en su vida, eso es mucho más grave que si tiene problemas con sus amigos. Así como es mucho más grave tener problemas con su familia, que con sus amigos. Pero vayamos a un caso extremo, para dejar el asunto más claro y fácil de entender. ¿Qué pasa con un joven que no tuvo una educación o formación religiosa, vive una realidad familiar disfuncional y es víctima de bullying en el colegio? Estamos hablando de un chico que probablemente no tiene fundamentos que le brinden el amor y seguridad que necesita para su felicidad.

¿Qué sucede en casos así? La respuesta no es muy difícil de deducir. Necesariamente tiene que buscar su seguridad y “fuente” de amor en otro lugar. Si no es Dios, la familia o sus amigos… entonces ¿dónde? En el “mundo”. Al decir “mundo”, no me refiero a tantas cosas buenas que existen, como la familia, una buena educación, un trabajo digno, etc.… Me refiero a aquellas cosas negativas, que no contribuyen al sano desarrollo de un joven a esa edad. Sabemos muy bien a lo que me refiero. Lo típico, es decir: drogas, sexo y alcohol. Pero hay muchas otras cosas malas o pésimas que ese “mundo negativo” ofrece en una “bandeja de plata”, haciendo al joven inseguro y falto de cariño creer que esa es la respuesta que necesita para su tan anhelada felicidad. Ejemplos no faltan.

Las dificultades no paran ahí. Si nos referimos a un joven que empieza su pubertad o está en su adolescencia, la situación es más complicada. No me refiero a la típica rebeldía o disparates, que son comunes a esa edad. “No entiendo lo que pasa con mi hijo. Siempre fue tan tranquilo, obediente, no tuvo nunca problemas”. ¿Cuántos papás hacen preguntas como esas? No es muy difícil explicar esas actitudes. Sobre eso sobra material en libros de psicología juvenil. Lo que me interesa en este punto, realmente, es dejar claro que esa época de la vida de un joven es crucial, en tanto que, normalmente, surgen en su mente preguntas fundamentales como: ¿quién soy? ¿de dónde vengo? ¿cuál es el sentido de mi vida? ¿qué pasa después de la muerte? Preguntarse todo esto no está mal. Más bien, tenemos que hacernos esas preguntas. Triste es cuando la persona “sobrevive” sin hacerse o responderse esas preguntas. El punto gravísimo es: ¿qué pasa si “este joven” no encuentra a “alguien” que pueda responder correctamente a esas preguntas? En el caso “exagerado” que poníamos, de un joven sin educación religiosa, de una familia disfuncional y con malos “amigos”… ¿cómo o de qué manera podrá responder esas preguntas? Bueno, los medios de comunicación, como películas con un bajo contenido moral; series internacionales de televisión que predican una vida fácil de libertinaje; revistas y libros inapropiados; así como ambientes hostiles que sólo transmiten valores degradados y contenidos excesivamente dañinos de internet, como, por ejemplo, páginas de pornografía… no ayudan, obviamente, al sano desarrollo virtuoso del joven. El mundo, con esa carga nociva, que podemos resumir con tres palabras: placer, tener y poder, literalmente destruye la vida de un joven en esas condiciones.

Ahora, a todo esto, agreguemos las características que viven jóvenes de esas edades, que están en la llamada “generación Z”. Como decía al principio, marcados profundamente por la tecnología, en la que algo fundamental son las distintas redes sociales. El hecho de vivir “pegado” a un Smartphone o a una Tablet, además de generar una actitud extremadamente individualista y egocéntrica –aunque se regocije de tener más de 1.500 “amigos”, o alcanzar más de 500 “likes” en una de sus fotos– dificulta muchísimo tener relaciones interpersonales sanas. Para muchos, es más fácil y placentero estar constantemente conectados a Internet que preocuparse por hacer amigos en la vida “real”. ¡Cuánto podríamos hablar sobre esto! Simplemente dejo constancia de que vivir de esa manera se opone diametralmente a la vivencia del amor. Además, el famoso “scrolling” (“scroll” es la “ruedita” que está en el centro del mouse y permite avanzar o retroceder en la pantalla de los aparatos tecnológicos), sumado al cada vez más rápido cambio y evolución de la tecnología, lo cual hace que literalmente, algo novedoso en dos semanas ya esté pasado de moda, no permite que la juventud tenga fundamentos sólidos sobre los que sostener su vida.

Es un constante cambio, cada vez más acelerado, que psicológicamente genera una sensación constante de una falta de bases seguras, que no cambian. Por lo tanto, la “generación Z”, que tiene una gran dificultad y le cuesta mucho más vivir el amor, y encontrar seguridades para su vida –de esto podríamos hablar mucho más– obviamente tiene una vida mucho más complicada para alcanzar la felicidad. Que quede claro: estamos haciendo un análisis muy general y panorámico del asunto; el tema exige un análisis mucho más detenido y profundo. Sin embargo, creo que el artículo ofrece algunas pistas para entrar en este complicado pero imprescindible mundo generacional, si es que queremos que nuestros hijos sean felices.

Espero que todo esto sirva como aliento para seguir profundizando y estudiando el tema. No es momento para actitudes negativas o desesperanzadas. Luchar por la felicidad de nuestros hijos es una de las principales tareas que tienen los padres. Especialmente en estos tiempos, los jóvenes sufren ataques cada vez más descarados contra su felicidad. No es fácil. Implica nadar contra corriente. Eso está claro. Nadie ha dicho que educar a los hijos sea cosa fácil. Pero sí podemos decir que actualmente las cosas se han vuelto algo más difíciles.

 

© 2017 – Pablo Augusto Perazzo para el Centro de Estudios Católicos – CEC

Pablo Augusto Perazzo

Pablo nació en Sao Paulo (Brasil), en el año 1976. Vive en el Perú desde 1995. Es licenciado en filosofía y Magister en educación. Actualmente dicta clases de filosofía en el Seminario Arquidiocesano de Piura.
Regularmente escribe artículos de opinión y es colaborador del periódico “El Tiempo” de Piura y de la revista "Vive" de Ecuador. Ha publicado en agosto de 2016 el libro llamado: “Yo también quiero ser feliz”, de la editorial Columba.

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