Nuestros padres, hermanos o amigos nos han dicho una y otra vez que esa persona no nos conviene, que nos hace daño, que nos hace sufrir. Nosotros mismos, aunque no queramos aceptarlo, lo sabemos porque en el fondo, por la manera cómo nos sentimos cuando estamos con ella (o sin ella), por su trato, entendemos racionalmente que esa relación no nos está llevando a nada bueno. Hasta podemos tener la certeza de que la decisión está tomada, de que ya no queremos estar ahí y sin embargo, no nos atrevemos a dar el paso a la ruptura, a la separación. ¿Por qué? ¿Qué nos paraliza? ¿A qué le tenemos miedo?

Son muchos los factores que nos pueden alejar de una decisión que queremos. Puede ser el temor a la soledad. Tal vez compartimos muchos secretos con esa persona y no queremos que se los cuente a alguien más. Quizá los celos de que alguien más pueda estar con ella. O no querer perder algunas cosas materiales que la relación nos aporta. Muchas pueden ser las razones. Sin embargo, si tratamos de encontrar algún punto en común entre estos motivos, todos pueden ser englobados bajo un concepto único: el miedo a sufrir.

El sufrimiento es algo que nadie quiere tener que enfrentar. Más aún en estos días en los que, en comparación con décadas pasadas, no solo es más fácil vivir la ilusión del “pare de sufrir” que nos vende la cultura plagada de placer fácil y superficial, sino que podemos acceder a mayores bienes materiales que nos pueden ayudar a cubrir muchas necesidades. Un ejemplo concreto: hace 20 años, si te enamorabas de alguien que vivía en otro país, no te quedaba otra que escribir cartas y esperar semanas para esperar una respuesta. Hoy eso es algo que puede causar risa, ya que, podemos compartir un día entero a distancia hasta con video… y a cero costo.

Sin embargo, les tengo malas noticias… el sufrimiento es parte de la vida y si pensamos que podemos librarnos de él, estamos viviendo una ilusión que muy pronto se romperá en nuestras narices. Y eso es más que evidente cuando se trata de una relación amorosa. No son pocos los casos en los que hemos visto a dos personas que se casan cuando han vivido un enamoramiento atormentado y no entendemos cómo es que pueden llegar a dar ese paso cuando es más que evidente que ese matrimonio será infeliz. Y, desafortunadamente, es así. Cuando, finalmente, se deciden por la separación, ya no son dos los que sufren, sino también los hijos que llegaron fruto de su unión.

Podemos creer que no vamos a sufrir, pero es solo una creencia. No es ni será una realidad. Por eso, el miedo a sufrir debe ser eliminado de la ecuación cuando se trata de tomar la decisión de terminar con una relación tóxica. ¿No es mejor sufrir solos que con alguien que nos daña constantemente? Igual estamos sufriendo dentro de ese noviazgo. ¿Por qué nos da miedo sufrir fuera cuando sabemos que ese dolor es un proceso liberador y de curación? Cuando terminamos con una persona que nos hace daño, sí, sufrimos. Pero debemos saber que lo que viene por delante serán momentos mejores. Extrañaremos momentos buenos. Tal vez la soledad nos confunda haciéndonos pensar que era mejor eso malo que vivíamos al vacío que sentimos. Pero, nuevamente, esos sentimientos son causados por el temor o el rechazo a sufrir. Y eso se puede afrontar con dos armas poderosas: la primera, saber que el sufrimiento no necesariamente destruye, sino que bien asumido fortalece; la segunda, que el dolor invita a tener esperanza de que luego las cosas serán mejores y que cuando hayamos superado los malos momentos estaremos listos para recibir un nuevo amor, que nos haga bien. Para ese momento habremos aprendido la lección y recorrido el camino del aprendizaje.

Seamos fuertes. El sufrimiento es parte de la vida y lo que hace distintas a las personas es cómo lo afrontan. Si lo hacen con fortaleza o se dejan derrotar por los momentos difíciles. Si queremos construir un amor verdadero, que valga la pena y nos acompañe positivamente en la vida, debemos tomar, también, decisiones correctas. No todo puede ser sentimiento. Hay situaciones y momentos en la vida que requieren decisiones firmes aunque inicialmente nos hagan sufrir. Y no olvidemos que es fundamental escuchar el consejo de personas que nos quieren y nos pueden ayudar.

Giuliana Caccia Arana

Giuliana está casada y tiene dos hijos. Comunicadora social (Universidad de Lima) y Master en Matrimonio y Familia (Universidad de Navarra, España), es creadora de La Mamá Oca y autora del libro “Educación en serio. Reflexiones para ser los padres que nuestros hijos necesitan” (Ed. Planeta/Sello Diana). También es Directora del área de Familia del CEC.

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