Introducción y planteamiento del problema

El propósito de este ensayo es profundizar en cómo la gracia se puede aplicar a la formación inicial (análogo al período del noviciado) para la vocación de plena disponibilidad apostólica, propia de mi comunidad, el Sodalicio de Vida Cristiana (SCV), que se asemeja a la vocación a la vida consagrada, en general. Primero explicaré cuál es la naturaleza de esta vocación y cuál es la dinámica de la formación para tal vocación. Luego buscaré desarrollar cómo la teología de la gracia puede iluminar este proceso. Me centraré en el libro, Teología del pecado original y de la gracia de Luis F. Ladaria, y en particular, en los capítulos VI y VII que desarrollan cómo la gracia permite una nueva relación con Dios en la filiación divina y cómo transforma al hombre en una nueva creación y lo lleva a vivir una nueva vida.

Naturaleza de la formación para la vida consagrada

La formación para la vida consagrada consiste en el camino por el cual Dios Padre llama y, en su pedagogía, invita a sus hijos a tomar la “forma” o crecer según la identidad de su Hijo, el Señor Jesús. En este camino, el protagonista es el Espíritu Santo que actúa en la vida y en el interior de cada persona, haciéndonos hijos adoptivos del Padre y haciendo posible nuestro acceso a la vida de Dios, Uno y Trino.

Como toda vocación cristiana, el que está llamado a una vocación apostólica también está llamado a la santidad, que lo entiende como la conformación con el Señor Jesús, el Hijo de María. También está llamado a participar de la misión de la Iglesia, desde un estado de vida célibe, vivida dentro de la vida fraterna en común. Este tipo de vida “consagrada” o de total dedicación al apostolado requiere una formación particular para que la persona crezca según la imagen del hijo, con una identidad particular según la espiritualidad propia. La dinámica de la formación permanente es un estilo de vida, en el cual, la persona en formación, busca dejarse formar por Dios Padre, que en todos los momentos de la vida quiere formar progresivamente a sus hijos según la personalidad del Hijo. Es una cuestión de transformación del corazón: recapitular todo en Cristo. La formación ha de entenderse como un proceso continuo o permanente, que dura toda la vida. Este proceso implica una gradualidad, para lo cual hay que tener una estrategia y un modelo pedagógico.

La gracia como nueva relación con Dios: la filiación divina

La persona consagrada está llamada, como todo cristiano, a conformarse con el Señor Jesús; a “tomar la forma” de Jesús, el Hijo eterno del Padre. El centro de toda obra formativa es el crecimiento de la persona en su identidad de “hijo de Dios”, y es justamente aquí donde la teología de la gracia nos puede iluminar. La gracia abre al hombre a una nueva vida cuando la persona humana acepta a Dios en la fe en su Hijo el Señor Jesús. Justificados por la gracia, Dios nos adopta como hijos suyos. Según Ladaria, la adopción no significa que somos menos hijos, sino que subraya el hecho de que Dios por pura iniciativa suya nos ha querido unirnos a su Hijo1. Por ello, “al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley y para que recibiéramos la filiación adoptiva”2. En la Encarnación, Jesús asume la condición humana, permitiéndonos a nosotros acceso a su divinidad. Es el “admirabile commercium”, el Hijo de Dios se ha hecho hombre para que pudiéramos ser lo que Él es. La filiación de Jesús viene a ser el fundamento para nuestra filiación y es modelo de la nuestra también. Jesús cumple una función reveladora de Dios Padre y nos introduce en la relación filial con el Padre. Se realiza en el seguimiento de Cristo y en la conformación con Él. Ciertamente la filiación de Jesús fue única, porque Él es el Unigénito. Por ello, Jesús no habla de “nuestro Padre”, sino de “vuestro Padre”.

Y es el Espíritu Santo, donado después de la muerte y Resurrección de Jesús, Él que nos alcanza la filiación y la misión de ser hijos. La presencia del Espíritu Santo es la garantía de la presencia del Hijo y del Padre. La gracia aquí se entiende como participación del hombre, en el Espíritu Santo, en la relación con el Padre propia de Jesús3. Jesús es el único Mediador. Estamos invitados a vivir la nueva vida que es ser hijos como Jesús lo fue de Dios Padre. Vivir como hijos significa asumir las actitudes que son propias del Hijo: confianza y obediencia amorosa al Padre, hasta la muerte. Ésta fue la actitud filial por excelencia. Ladaria sostiene que la filiación divina es la plenitud del ser personal4. Ser hijos es realizarnos como personas; ser hijos es amar, donarse. La gracia supone y perfecciona la naturaleza en cuanto que nos hace más personas.

De aquí, se desprenden varias consecuencias para la labor formativa. En primer lugar, considero importante que el modelo formativo apropiado debe ser la pedagogía de la filiación. Estamos llamados a crecer en nuestra identidad bautismal de ser hijos adoptivos del Padre. Será importante disponernos a recibir la gracia, por medio de los sacramentos y la oración, de modo que podamos ser colaboradores con ella. La vida espiritual debe ser central en la formación, y más que ser una obra moralista se debe centrar en esta filiación divina que se vive en la misma relación que Jesús tenía con su Padre en el Espíritu. En cuanto a un estilo de vida en la formación, se debe entonces fomentar las actitudes propias de hijos: la confianza, la obediencia amorosa, la disponibilidad, el amor, el servicio. Considero que una pedagogía de la filiación debe ser una pedagogía de la confianza. Para incentivar la confianza en los formandos, los formadores deben mostrarse dignos de confianza, respetándolos con reverencia por su dignidad y buscando su bien. En el ejercicio de la autoridad será importante antes de exigir seguridad que los formadores muestren confianza en los formandos y los ayudan a ver el sentido de los diferentes aspectos de la vocación y la disciplina. Se debe poner a Jesús en su relación con el Padre como modelo para este camino, quien no vino “a hacer (su) voluntad, sino la de Aquel que (le) envió”5.

Dimensión comunitaria de incorporación a Cristo

La dimensión comunitaria de la formación encuentra en la filiación divina su fundamento, que comienza desde el reconocimiento de todos como hermanos6. La paternidad de Dios es mediada por la unión con Jesús, por la fuerza del Espíritu Santo. Sólo entrando en unión con Cristo, somos un tú para Dios, y formamos una comunión con otros, un nosotros. El aspecto comunitario no quita la particularidad de cada uno, sino que la Iglesia es comunión de personas. Aquí, podemos recurrir a Pablo quien desarrolla la teología de los carismas, o los dones personales para la común edificación de la Iglesia7. Con respecto al ser social de la persona humana Edith Stein, en su libro La estructura de la persona humana,  dice que “el individuo humano aislado es una abstracción”8, y que desde el vientre materno estamos en relación.

Por estas razones, la dimensión comunitaria y social es muy importante en la formación para las personas llamadas a vivir la vida fraterna en común. Al profundizar en la gracia como filiación divina, será importante que aprendan a mirar a los demás como hijos de Dios también, con una dignidad tal y cada uno desde llamado a participar en la comunión, a imagen de la Trinidad, desde la particularidad de su ser personal y social.

Nueva creación en Cristo: transformación interior del hombre

Con la muerte y Resurrección de su Hijo, Dios Padre ha querido reconciliar al mundo consigo mismo. La justificación, o el perdón de los pecados, viene únicamente por Cristo. Pero esta acción de Cristo abrió al hombre a una nueva relación con Dios, “de enemigos a amigos”9. No solo somos justificados como una imputación extrínseca, sino que Dios mismo nos acoge y nos hace parte de su vida trinitaria. Nos invita a entrar en su vida santa, que es el aspecto positivo de la justificación. La santificación, que a veces se llama proceso de divinización, es un proceso continuo, es una conversión o reconciliación continua10.

La santificación se puede relacionar con unas ideas que Edith Stein desarrolló acerca del ser personal del hombre, quien no llega al mundo terminado, sino que durante toda su vida se ha de ir construyendo y desarrollando en un proceso de transformación11. Para Stein, el “yo” que es la persona libre y espiritual debe ir poseyendo y formando a su propia naturaleza espiritual-corporal. Mientras la santificación se puede comprender como un proceso de ir poseyendo la propia naturaleza, es importante entender que la santificación proviene únicamente de Cristo, quien con su gracia nos participa la vida divina, abriéndonos acceso al Padre, como “hijos”. Es así, que nos abre la posibilidad de “conformarnos con Cristo”, por medio de la donación de su Espíritu Santo, que nos hace exclamar “Abbá, Padre”12. El Espíritu es la presencia misma de Dios que viene a nosotros, nos inhabita, y permite relacionarnos con cada Persona de la Trinidad. Por medio de la relación podemos “participar de la naturaleza divina”13.

La conciencia de nuestra justificación será un acento importante en la formación, el reconocernos pecadores, necesitados absolutamente de la misericordia de Dios para el perdón de nuestros pecados. A la vez, será importante fomentar el deseo de santidad o el hacer crecer el don de la justificación y la gracia en nosotros. Se debe buscar una síntesis entre este punto y el anterior de la filiación divina. La santificación es la prolongación del don de la gracia de la filiación divina, no un mero perfeccionamiento humano o psicológico.

Diálogo entre gracia y libertad

Otro punto importante es el cómo se da esta transformación interior del hombre. Ladaria acentúa que es Dios con su presencia amorosa quien nos transforma. Hay una distancia infinita entre Dios y nosotros que solo se salva con su iniciativa. Las fuerzas naturales no saltan para alcanzar fin sobrenatural14. Santo Tomás decía que deseo natural de Dios es ineficaz en sí mismo. Ladaria profundiza en la idea de la gracia en cuanto a la actualización del don y del impulso divino en el hombre. En la tradición augustiniana, la gracia fue entendida como un auxilio: Dios me asista, auxilia y ayuda a realizar obras buenas. Entendida desde la relación, Dios interviene en mi vida en una relación personal y en un diálogo de libertades. En la tradición escolástica, se ha entendido las gracias actuales desde las categorías de la gracia eficaz y la gracia suficiente. La gracia eficaz sería la que, moviendo nuestra libertad, alcanza su fin pretendido, mientras la gracia suficiente sería la que no lo alcanza. Ha sido “suficiente” para el fin pretendido, pero no lo ha logrado por el obstáculo de la libertad15.

Nuestra transformación, fruto de la comunicación personal de Dios mismo, no acontece sin nuestro asentimiento y acogida. La gracia es eficaz, pero para que sea realidad, tiene que ser recibida, acogida. Aquí, entonces vemos los dos aspectos fundamentales para el crecimiento espiritual, la primacía de la gracia de Dios y la necesaria colaboración humana.

En la formación, es importante que estos dos aspectos sean transmitidos en una síntesis evangélica, de modo que a la vez de incentivar el deseo de trabajar esforzadamente en la ascética y conversión personal, también acentúa de modo convincente la absoluta dependencia del hombre en este camino de Dios y de su gracia. Y es importante entender la gracia no como algo que sale de Dios y que me pertenece, sino que es la presencia de Dios mismo en mí16. El acento, según Ladaria, debe estar puesto en la relación y en que es Dios mismo que está en mí quien me transforma. Es el Espíritu Santo, quien hace posible la inhabitación de Dios en el hombre y es Él quien nos santifica. “Todo lo que nos acerca a Dios y nos impulsa en el camino hacia Él está producido en nosotros por el Espíritu Santo, que en cada momento actualiza nuestro ser de hijos de Dios y de criaturas regeneradas o nos impulsa a salir del pecado en el caso de que nos hayamos cerrado o resistido a la gracia divina”17.

Conclusión

Considero que la teología de la gracia tiene mucha riqueza que se puede aplicar a la formación para la vida consagrada. En este ensayo he intentado mostrar en particular cómo la nueva relación de filiación divina que la gracia nos permite vivir, nos proporciona un modelo pedagógico de la filiación que puede guiar todo el proceso formativo. Esta filiación divina también nos da luces acerca de la vida comunitaria que todo consagrado debe aprender a vivir en la formación. También hemos visto cómo la gracia, entendida como la presencia de Dios mismo en el hombre lleva a una transformación interior del mismo que acompaña este proceso. El formando está llamado, como todo cristiano, a acoger la iniciativa de Dios y desde su libertad colaborar con Él.

1p. 240, “La filiación divina del cristiano en Pablo”.
2Gal 4,4-5.
3p. 248, “La «gracia» como participación del hombre, en el Espíritu Santo, en la relación con el Padre propia de Jesús”.
4p. 260, “La filiación divina como plenitud del ser personal”.
5Jn 5,30b.
6p. 262, “La dimensión comunitaria de nuestra incorporación a Cristo”.
7Ver 1Cor 12.
8Stein, Edith, La estructura de la persona humana, p. 163.
9p. 276, “La transformación interior del hombre y la «gracia creada»”.
10p. 275, “La transformación interior del hombre y la «gracia creada»”.
11Stein, Edith, La estructura de la persona humana, p. 135.
12Rom 8,15.
132Pe 1,4.
14p. 270, “La transformación interior del hombre y la «gracia creada»”.
15p. 279, “La transformación interior del hombre y la «gracia creada»”.
16p. 272, “La transformación interior del hombre y la «gracia creada»”.
17p. 278, “La actualización del don y del impulso divino en el hombre. Las «gracias actuales»”.

© 2017 – Patrick Travers para el Centro de Estudios Católicos – CEC

Patrick Travers

Terminado bachiller y maestría en ingeniería civil en la Universidad de Illinois en EEUU. En la actualidad, trabaja como formador para el Sodalicio de Vida Cristiana, y está cursando una Maestría en Acompañamiento espiritual y discernimiento vocacional en la Escuela de Formadores de los Jesuitas en Salamanca, España. Particular interés en la evangelización de la cultura.

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