Se ha impuesto en nuestros días una dictadura de la cultura unisex donde es políticamente incorrecto hablar de diferencias sexuales. La tendencia va hacia eliminar estas diferencias porque mientras éstas existan la relación entre hombres y mujeres se presenta como una lucha de poderes, en rivalidad competitiva y revanchista. Para evitar cualquier tipo de supremacía, se busca cancelar las disimilitudes entre los sexos que, para la ideología de género, son condicionamientos culturales simples. Afirmar que son lo mismo y que no hay diferencias les hace un flaco favor a hombres y mujeres. Es más sensato sostener que entre hombres y mujeres tenemos diversas fortalezas y visiones de la realidad.

La neurobióloga norteamericana Louann Brizendine escribió dos libros fruto de sus investigaciones: “El cerebro masculino” y “El cerebro femenino”. Sus conclusiones son interesantísimas. Ella concluye que los cerebros de ambos sexos son diferentes. Brizendine se da cuenta que su hijo - a quien pretendía no influir en su sexualidad con los juguetes que le regalaban -  desarmó una muñeca para utilizar su pierna como arma de guerra y también descubrió que en todas las culturas los juegos de niños y niñas son diferentes. Estas disparidades son producidas por dos factores principales: las hormonas y el aprendizaje. Las primeras moldean el cerebro y, por lo tanto, los comportamientos. Por medio de la educación nuestro cerebro se sigue formando y generando nuevos circuitos cerebrales.

Por la testosterona en el hombre se desarrollan áreas del cerebro como la del deseo sexual, la agresividad, la defensa del territorio y el desafío de la autoridad. En la mujer se desarrollan especiales habilidades para la escucha, la empatía y el contagio emocional. El cerebro masculino es más grande que el de la mujer, sin embargo son ellas las que lo usan mejor porque usan ambos hemisferios.

La psicóloga chilena Pilar Sordo es autora del libro “Viva la diferencia”. Su libro es fruto de una extensa investigación latinoamericana con el fin de definir los rasgos de personalidad de hombres y mujeres. En síntesis, ella utiliza dos verbos con los que de alguna manera intenta iluminar la realidad y que son gráficos para caracterizar a cada uno de los sexos: retener y soltar. Las mujeres retienen, los hombres sueltan. Para Sordo la complementariedad pasa porque los hombres aprendan a retener y las mujeres a soltar. Estos verbos atraviesan transversalmente todas las características que ella detalla.

Los hombres actúan más buscando objetivos y metas, mientras que las mujeres se centran más en los procesos y los detalles. El motor de la vida de las mujeres es lo afectivo. Los hombres ordenan y separan, las mujeres juntan y reúnen por ejemplo cosas, objetos y emociones. Los varones suelen concentrarse en su trabajo en una sola cosa; las mujeres por su parte son multifocales, lo que las hace capaces de concentrarse en varias cosas a la vez. En la comunicación el hombre resuelve callando mientras que la mujer resuelve sus conflictos e inquietudes hablando. En el campo emocional la rabia es una característica primaria masculina mientras que la tristeza inunda a la mujer con más facilidad y se le adhiere por más tiempo. Para un hombre no le es difícil encontrar tiempo libre para él mismo. La mujer, por su parte, le cuesta encontrar tiempo para ella. En los sentidos el hombre es mucho más visual que la mujer, mientras que ésta es más sensitiva (auditiva y kinestésica). En cuanto a los sueños a futuro el hombre es más real y concreto y la mujer más idealista. La psicóloga chilena dirá que el pensamiento del hombre es más realista, mientras que la mujer tiene un pensamiento mágico. El hombre es más lúdico mientras que la mujer en su juego suele ser más serio, se toman las cosas más a pecho.

Sordo afirma como tesis que el gran desafío para vivir la diferencia es la complementariedad. En la medida que el hombre se ponga en los zapatos de la mujer y viceversa, las diferencias se abrirán al complemento. El hombre debe aprender de la mujer y valorar las miradas y las perspectivas de ella. La mujer debe reconocer el valor del hombre en cuanto a sus visiones y aproximaciones a la realidad. En una apertura relacional se crecerá en la complementariedad. Cada uno viviendo en su trinchera perderá el valor del otro, buscará la revancha agresiva y se cerrará en una clausura intimista.

La congregación para la Doctrina de la Fe de la Iglesia Católica publicó una carta en el 2008 llamada “Hombre y Mujer: diferencias y colaboración”. En ella expone que los tres primeros capítulos del Génesis son los principales fundamentos de la antropología bíblica. Allí se nos relata el diseño original de Dios del hombre y la mujer.

El ser humano es creado por Dios a su imagen y semejanza: “A imagen de Dios le creó, hombre y mujer les creó” (Gen 1, 26 - 27).  Más adelante se narra de manera específica la creación del hombre y de la mujer. El hombre fue creado del barro y la mujer del costado de Adán. La soledad del primer hombre sólo podía resolverse cuando entrara en relación con otro ser de su misma condición. La mujer es creada de su misma carne.

Es muy interesante esta carta eclesial porque resalta que la humanidad es una realidad relacional. Hombre y mujer han sido creados para la relación y sus diferencias físicas, psicológicas o espirituales están orientadas a la comunión. La igual dignidad de ambos sexos es fruto de que ambos son imagen y semejanza de Dios.

El capítulo 3 del Génesis también nos aporta el dato del pecado original. Esta ruptura interfiere de manera evidente el plan original de Dios de la complementariedad amorosa entre el hombre y la mujer y muchas veces convierte la relación en un monólogo de afirmaciones que lo único que hacen es separar en lugar de unir al hombre y la mujer en los diversos campos de la vida como son el matrimonio, la familia, el trabajo, la sociedad y la vida en general.

La revelación divina nos invita a vivir entre hombres y mujeres - de manera especial en el matrimonio - una unidualidad relacional. La revelación se plenifica en Cristo. En Él la rivalidad, enemistad y violencia son superables y superadas. Las diferencias no son ocasión de discordia que hay que superar por medio de la negación o nivelación, sino como posibilidad de colaboración que hay que cultivar con el respeto recíproco de la distinción.

Complementariedad, colaboración, reciprocidad son palabras que intentan describir un misterio maravilloso del diseño original de Dios de haber creado al hombre y la mujer con una misión común. Ambos sexos aportan su genialidad particular en la tarea de ser co-creadores de la cultura humana.

José Alfredo Cabrera Guerra

José Alfredo nació en junio de 1967 en Lima (Perú). Es licenciado en Psicología en la Universidad Católica del Norte en Colombia como también Licenciado en Filosofía y Ciencias Religiosas de la Universidad Católica de Oriente también en Colombia.
Es Coordinador de Formación y Coaching de la Escuela de Negocios Humane en Guayaquil (Ecuador). Realiza psicoterapia en el PIAC (Psicoterapia Integral y Análisis Conductual). Es Director Regional en Ecuador del Centro de Estudios Católicos CEC.

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