La centralidad de la técnica y la tecnología en nuestro tiempo ha ido creando una mentalidad según la cual todo lo posible es válido; no se hace la pregunta por la bondad o la conveniencia, sino por la utilidad inmediata.

Según esto, lo que importa son los resultados, independientemente de la manera en que se alcancen. Esta ideología práctica entraña grandes riesgos, pues el omitir la reflexión y centrar todo en los fines inmediatos y visibles lleva muchas veces a abusos y a dejar de lado los aspectos verdaderamente importantes de la realidad.

La eficiencia se va así constituyendo en una especie de “ídolo” al cual se le debe sacrificar todo aquello que se oponga o trate de regular, sea esto de índole moral, ética, jurídica o cualquier otro aspecto “teórico” que busque limitar sus alcances.

Esto lo hemos visto en el último tiempo en temas como la clonación, donde se resalta el avance técnico pero que ridiculiza a quienes cuestionan su pertinencia sobre todo cuando se refiere al ser humano.

Dicha situación se da en parte porque la naturaleza de la persona ha venido sufriendo una disminución ontológica; hasta el mismo concepto de persona se comienza a desvirtuar, llegando a hablarse de “personas no humanas” para referirse por ejemplo a los grandes primates o en algunos casos hasta a mascotas.

Por otra parte, se evidencia una negativa de las ciencias exactas por dejarse regular por aquello que ven como un lastre, como la moral o la ética, y exigir erigirse en jueces de su propio actuar; es decir, que sean las mismas ciencias quienes determinen lo que está bien o mal.

Con esto vemos que se va separando el actuar técnico de la ética, lo que en la práctica abre la puerta para grandes aberraciones en nombre de la ciencia, cuyos alcances apenas comenzamos a comprender.

Carlos Díaz Galvis

Carlos es el Director Editorial del Centro de Estudios Católicos CEC. En la actualidad reside en Medellín (Colombia).

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