El momento de la consagración eucarística es un segundo -pero aún más grandioso- Big Bang espiritual en el que un sacerdote, in persona Christi, nos introduce en el sacrificio de Dios en el Calvario generando un efecto en cascada que restaura la creación revirtiendo el mundo caído a cada instante, no sólo a través sino en el mismo corazón de Cristo durante su pasión y en la recepción del sacramento, reordenando los corazones de los hombres

El “Big Bang”: “En el comienzo…”

En el comienzo era la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios… Todas las cosas han venido al ser por Él – Juan 1:1-3

El universo fue puesto en la existencia por la Palabra y la humanidad fue puesta en la existencia a partir del universo e insertado en la vida de Dios por el Espíritu.

 Y el Señor Dios formó el hombre con el polvo del suelo e insufló en sus narices el aliento de la vida; y el hombre se volvió un ser viviente. Génesis 2:7

Entonces Dios creó la humanidad a su propia imagen, a imagen de Dios les creó; macho y hembra les creó. – Génesis 1:27

Pero después de nuestra creación en el jardín, el hombre deseó ser como Dios (la imagen en la que fue creado) pero en este deseo, él ignoró el Espíritu en su interior en favor de su orgullo. Y, como resultado de nuestra decisión desordenada, Dios expulsó al hombre del jardín para hacer lo que Dios hace – crear y trabajar. Pero, debido a nuestro orgullo interiormente desordenado, el fruto de nuestro trabajo estuvo destinado a ser desordenado. Porque escogimos ser maestros de la Creación en lugar de participar en el plan de Dios, fuimos puestos a luchar siempre contra la corriente, que es el Espíritu de Dios moviéndose en la creación. El yugo no habría de ser suave. Por el sudor de nuestra frente, nuestro esfuerzo no habría de traer sino muerte (muerte corporal y frutos de muerte de nuestro trabajo) porque nuestro deseo nos puso en contra de lo que es la vida – Dios.

Es importante entender que Dios no nos expulsó como castigo, sino que fue enteramente por amor. Él nos dijo claramente que la realidad de nuestra decisión libre es forjar nuestro propio camino y ahora tendríamos que recorrerlo solos, eso es fue lo que pedimos, ser nuestro propio Dios. Justamente por ello, porque la creación fue un don libremente puesto en nuestras manos, donde sea que caminemos en esta senda de destrucción, el universo material nos habrá de seguir.

Sin embargo, Dios no nos ha abandonado. Por medio de su Palabra (presente en la Torá y hablada por los Profetas) y su Espíritu, Él permaneció con la humanidad en su pueblo elegido de Israel. Elegido porque arriesgaron todo por Dios con confianza en muchas ocasiones – por medio de sus patriarcas, reyes y profetas. Y cuando Israel cayó en el error, Israel se arrepintió. Y tanto amó Dios a Israel que quiso revelarse a Sí mismo a lo largo de los siglos.

Gravedad: “Y la Palabra se hizo carne…”

Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros, y nosotros vimos Su gloria, gloria como la del único engendrado del Padre, lleno de gracia y verdad. – Juan 1:14

La Palabra brilló en las tinieblas de los viajes de Israel, su esclavitud, reinado, exilio y dominación… en todo eso la Palabra estaba revelándose a sí misma. Y esta revelación culminó cuando Él se volvió Israel (personificado en Jesucristo) para despertar a su pueblo de la muerte auto-infligida en que vivían y mostrarles de la forma más clara posible el pleno cumplimiento de sus deseos – adentrar en la vida divina en sus interiores. Justo como lo hizo Israel, Jesús fue a Egipto y regresó, caminó por el Jordán, estuvo 40 días en el desierto, escogió doce apóstoles, como las doce tribus, y la lista continúa. En última estancia, encaró la muerte que la humanidad escogió para sí en el Jardín de Edén tanto como Hijo de David como Hijo de Dios.

 “Padre, si es posible, aparta de mí este cáliz; pero que sea hecho conforme tu voluntad y no la mía.” – Mateo 26:39

Como hijo de David, él pidió al Padre que se le apartara el cáliz del sufrimiento como en la cena de Pascua, pero como Hijo de Dios pidió que el sufrimiento empezara para que el cáliz de su sangre pasara de Él para la salvación de su pueblo.

Su Agonía sobreviene buscando la unión de las dos naturalezas que en el punto de la muerte están en conflicto una con la otra. Su victoria está en someterse a la voluntad del Padre en ambas naturalezas. En aquel mismo pedido “aparta de mí este cáliz” en el jardín de Getsemaní, Él como perfecta representación de la humanidad pide que se le aparte el sufrimiento y como la personificación de la perfección, como Dios encarnado, pide para empezar la crucifixión en vistas a la restauración última de aquello que fue destruido en el jardín de Edén – la reconciliación de la humanidad con el Padre. El Señor le concedió lo que él pidió. El cáliz de su sangre le pasó por la piel y él sudó sangre.

Ahora, un ángel del cielo se apareció a Él, fortaleciéndole. Y estando en agonía Él rezaba con fervor; y Su sudor se volvió en gotas de sangre desfalleciendo sobre el suelo. – Lucas 22:43-44

Jesús trajo la humanidad de vuelta al jardín de Edén empezando por su pasión en el jardín de Getsemaní, pero para terminarlo necesitaba restaurar el Árbol de la Vida. Para hacerlo quiso usar del producto de nuestra naturaleza caída – el fruto desordenado de nuestro trabajo. Tomó sobre sí un instrumento de muerte hecho por el hombre, un árbol de madera muerta asentada sobre suelo empolvado, y se permitió unirse con ella. En nuestro esfuerzo por acceder al Árbol de la Vida, creamos un árbol de la muerte y en él matamos a la vida. Los malos frutos de nuestro trabajo – la cruz – se volvieron un fruto glorioso de su trabajo, el mecanismo de nuestra salvación, el árbol de la vida restaurada.

Él hizo todo eso para mostrarnos el fin último de nuestra rebelión, no apenas la muerte de la carne y la muerte del mundo material por nuestras manos y por nuestro trabajo, sino la muerte de aquello que es más valioso – el Dios que vive en nuestro interior. No apenas matábamos al mundo material en nuestra rebelión, matábamos aquello que era deseado en el principio, con el que fuimos tentados en el jardín de Edén y desde entonces hemos trabajado para obtener – la parte de nosotros que nació del Dios mismo – el Espíritu de Dios en nosotros. Pero, sin saberlo, Jesús como Dios reordenaba nuestro desordenado anhelo mostrándonos por su infinito amor la clave para abrir el árbol de la vida. Esta clave es reconocer nuestra total e incomprensible pequeñez como los niños cuando se les enseña el amor infinito del Padre desde antes de todos los siglos y en la plenitud de la gloria de Su Hijo en la cruz.

Amen, yo les digo, si no vuelven a ser como niños, no entrarán en el Reino del Cielo. – Mateo 18:3

La Palabra se hizo carne como la vida divina en Israel para mostrar a Israel la más bella parte de quien él es – un pueblo de Hijos de Dios, y como tal un pueblo que es como Dios él mismo cuando unido a la ley y los profetas. Por medio de Cristo, la personificación y cumplimiento de la ley y los profetas, él puede ser tanto “Hijo del Hombre” como “Hijo de Dios”.

 Para los que viven en esta época, Dios nos ofrece un camino de restauración por medio de su pueblo, el Israel renovado – la Iglesia. Él amó tanto a Israel que se volvió Él mismo Israel – no hay separación entre Israel y Cristo, así como no hay separación entre Cristo y Su Iglesia. Los dos son una sola carne. Cristo es el rostro vivo del Pueblo de Dios. Por Cristo, nosotros tenemos la oportunidad no apenas de entrar en las promesas de Israel mas también, en Él, de entrar en la vida divina. Si amamos a Jesús lo suficiente para encontrarnos con él en la paradoja de la cruz, nosotros también recibiremos el árbol de la vida y un camino para dejar esta vida de muerte y volvernos Cristo.

“Él os ha humillado y dejado hambrientos, y os ha alimentado con el maná que ni vosotros conocíais ni vuestros padres conocían, para haceros comprender que no sólo de pan vive el hombre mas de toda palabra que procede de la boca de Dios.” Deuteronomio 8:3

 La Singularidad: “Yo soy el pan vivo…”

Así como el Padre no ha abandonado Israel, a pesar de la muerte, resurrección y ascensión de Jesús al cielo, Él no nos ha abandonado. Él cumple su promesa de permanecer con nosotros hasta el fin de los tiempos por medio del fruto del árbol de la vida restaurado – fruto de la cruz. Por medio de Cristo en la última cena, el ofrecimiento de su cuerpo en el Calvario y el sacerdocio sagrado establecido, Dios nuevamente participa en los frutos de nuestro trabajo y se une a los trabajos del hombre – pan y vino – con el trabajo redentor del Creador. En las manos del sacerdote, por medio del sacramento y humildad, nuestra naturaleza caída recibe la oportunidad ascender a su debido lugar como hijos del Padre quienes participan en su trabajo creativo. En otras palabras, no es apenas algo que viene de la nada, como sucede con el Big Bang, sino que es la Palabra (el origen de todo) que entra en colapso sobre sí misma en la humildad de la cruz adentrando en los frutos decaídos de nuestro trabajo (el grano molido y las uvas fermentadas) restaurando el laborioso trabajo del hombre, saciando nuestros deseos después que lo consumimos y entrando en el mundo por medio de nosotros. Nosotros ya no morimos con el pan sino que comemos en la mesa del Señor tanto el pan cuanto la Palabra fundidos como una sola cosa.

“Yo soy el pan vivo bajado del cielo; si alguien come de este pan vivirá para siempre; y el pan que también daré para la vida del mundo es mi carne.” Los judíos empezaron a discutir entre ellos diciendo, “¿Cómo puede este hombre darnos su carne de comer?” entonces Jesús les dijo, “En verdad en verdad os digo, si no comen de la carne del Hijo del Hombre y no beben de su sangre no tenéis vida en vosotros. “Aquél que come de mi carne y bebe de mi sangre tiene vida eterna y resucitará en el último día. “Pues mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. Aquel que come mi carne y bebe mi sangre está en mi y yo en él. Como el Padre que vive me ha enviado, yo vivo por el Padre, luego aquél que me come también vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no el que vuestros padres comieron y murieron; aquél que come este pan vivirá para siempre.” Juan: 51-58

La hostia, antes pan y vino arrancados de la vida y hechos con el sudor de nuestra frente, se vuelve Cristo quien reina en el centro del cielo y del universo creado. Cuando consumimos la Eucaristía, consumimos a Dios mismo y comulgamos con los elegidos que se unieron a la Cabeza. Por medio de la unión con Cristo en las bodas del altar somos nutridos y hechos perfectos (más y más como Dios) en nuestra misión cristiana que empezó en el Bautismo y nos puso en la senda para entrar en la realidad celestial aquí y ahora como Sus hijos, reordenando el mundo alrededor de todos y cada uno de nosotros.

Y cuando Él tomó pan y dio gracias, lo partió y se lo dio a ellos diciendo, “Este es mi cuerpo que será entregado por vosotros; haced esto en memoria mía.” Y del mismo modo tomó el cáliz después que comieron, diciendo, “Este es el cáliz de mi sangre, el sangre de la nueva y eterna alianza, que será derramada por vosotros y por todos para la remisión de los pecados. – Lucas 22: 19-20

La creación material vino por la Cabeza, la Palabra. La humanidad vino a la existencia por la creación material en el Espíritu de Dios Cabeza. La muerte empezó con un acto de orgullo por medio de la humanidad que hirió la vida del Espíritu en el Hombre y produjo un desorden en la creación. Y la redención vino por la unidad del Padre, la Palabra, el Espíritu, y la Humanidad reunida (clavada y transubstanciada) a la creación material en un último acto de humildad.

Un Big Bang más grande: “Yo hago nuevas todas las cosas”

En el principio, Dios creó algo de la nada y disparó una reacción en cascada de creación expansiva. Cuerpos celestes se coliden, la materia se compacta hasta explotar produciendo un nuevo material. La creación continúa ad-infinitum y Él nos renueva espiritualmente llamando a toda la creación por medio de la Palabra hacia un punto de apoyo central en el tiempo – la cruz.

 Así como toda la materia es atraída para el interior del hoyo negro en el horizonte de eventos para explotar en nuevas galaxias, toda la creación caída es puesta en nuestras manos para ser puesta al pie de la cruz durante la misa. Toda la humanidad, la creación y los frutos del trabajo del hombre es atraída en la gravedad de este momento. Lo devolvemos a Dios en el altar, elevados junto con nuestros corazones y puestos bajo la ofrenda del sacrificio de pan y vino. Todo ello, nuestras aspiraciones, nuestras preocupaciones, nuestros deseos y alegrías son transfigurados en la ofrenda y después de la recepción de la Eucaristía reordenados en nosotros por la gravedad fundada en Dios. Somos entonces reenviados al mundo para hacer el trabajo de redención, cooperando como hijos de Dios para restaurar el mundo caído y en necesidad de aquello que da vida a lo que está pereciendo -  la Palabra viva de Dios ahora viva en nosotros.

“Pues desde el naciente hasta el poniente, Mi nombre será grande entre las naciones, y en todo lugar el incienso será ofrecido por Mi nombre y una ofrenda pura de granos; pues Mi nombre será grande entre las naciones dice el Señor vuestro Dios.

“Malaquías 1:11

 El primer acto de Dios en el Antiguo Testamento es la creación – el Big Bang de la luz amorosa de Dios por medio de la Palabra que produce el Cosmos y más importante el nacimiento de Sus hijos. Al largo de la historia está el constante llamado de Dios a su pueblo para que retorne a la familia de Dios Cabeza, por medio de las promesas de la alianza. El clamor de los profetas anuncia un Hijo de Dios y un Hijo del Hombre que se unirá en matrimonio con el Pueblo de Dios y sellará un pacto de matrimonio entre Dios y la Humanidad de una vez por todas. La última profecía del Antiguo Testamento en Malaquías prevé un sacerdocio originado de todas las naciones y predice el mecanismo por el que tal matrimonio será consumado – una ofrenda de granos puros. La ofrenda de granos, la Eucaristía, no es apenas el medio por el que nuestro amor a Dios y su amor a nosotros es renovado, es un segundo Big Bang renovando el fruto caído de la creación del hombre, que explota hacia la restauración del Hombre, y, por medio nuestro, la restauración del Cosmos. El Dios vivo se vuelve el pan vivo para vivir en Su pueblo y unirlos como un cuerpo que va por todo el mundo.

 Yo vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén bajando del cielo de donde está Dios, preparada como una novia es adornada para su marido. Escuché un fuerte clamor desde el trono diciendo, “He aquí que la morada de Dios es con la raza humana. Él habitará con ellos y ellos serán su pueblo y Dios mismo estará siempre con ellos [Como su Dios]. Él enjugará toda lágrima de sus ojos y no habrá más muerte o luto, lamentación o dolor, pues el orden antiguo habrá pasado. El que estaba sentado en el trono dijo, “He aquí que Yo hago nuevas todas las cosas.” – Apocalipsis 21:2-5

Como católicos, tenemos el deber de llevar esta realidad infinita y celestial que ahora yace en nosotros para el mundo para recomponerlo orientándolo hacia el altar, elevándolo a través del corazón del Señor hacia la restauración última del universo bajo un solo Dios e innumerables hijos cuyos ojos están abiertos en admiración y amor.

En el Principio estaba la Palabra y la Palabra estaba con Dios y la Palabra era Dios… y la Palabra se hizo carne… Tomando el pan y dando gracias, Él lo partió y se lo dio diciendo, “Este es mi cuerpo que será entregado por vosotros.” … Y, en Él era la vida y la vida era la luz del mundo. ¡Que haya luz!

[1] Matt Meeks, The Big Bang, Creation and the Eucharist: The Word at the Center of it All, en http://www.mattmeeks.com/post/148673232361/the-big-bang-creation-and-the-eucharist-the-word

© 2017 – Matt Meeks para el Centro de Estudios Católicos – CEC

Matt Meeks

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