No cabe duda de que el tiempo de Navidad es un tiempo hermoso y muy especial. Por estas épocas se comienza a respirar un aire distinto, un aire de alegría. Los colores navideños, rojo y verde, salen a relucir por las calles. Hay ilusión y ansiedad en los niños, que comienzan a hacer su lista de juguetes. La casa de la abuela se convierte en un restaurante de manjares exquisitos, donde no puede faltar el pavo y mucho menos el olor a galletas recién horneadas. Y ni qué decir del árbol decorado con luces de distintos colores y con figuras por todo lado, esperando que los regalos a sus pies atraigan su atención. Y lo mejor de todo: las reuniones familiares. El tío que nadie veía hace tiempo se hace presente y los primos que se juntan para jugar con sus nuevos juguetes.

Pero frente a todo este ambiente festivo nos olvidamos de lo más importante. ¿Qué es la Navidad? Si nos remontamos al pasado, no cabe duda que esta es una fiesta cristiana en la cual se celebra en nacimiento del Señor Jesús. Celebramos el acontecimiento más misterioso que el hombre jamás pueda entender: Dios siendo Dios se hace hombre, se hace uno de nosotros.

Frente a esto, yo quisiera dar algunos criterios que nos pueden ayudar a poner nuestra mirada en lo esencial. ¿Cómo podemos “cristianizar” estos elementos navideños y darles un sentido religioso? No trato de criticar las costumbres o las tradiciones que nos acompañan en este tiempo de Navidad, sino más bien buscar la manera de que estos nos remitan a Dios y al verdadero sentido de la Navidad.

Árbol de Navidad. Nos dice el Salmo 96(95): «Que dancen de gozo los árboles del bosque, delante del Señor, que hace su entrada». No solo el hombre está a la espera de la venida del Señor sino también toda la creación está expectante. ¿No había en el portal de Belén asnos y bueyes alrededor del niño y sus padres? La venida del Señor cambia toda la realidad del mundo y por esto al decorar el árbol de Navidad debemos recordar que el Señor está presente. La belleza expresada en la decoración nos debe remitir a la belleza de este tiempo tan especial para el ser humano, que por Cristo es redimido.

Comida. «Aquel día, los montes destilarán dulzura y las colinas manarán leche y miel» (Joel 4,18). No cabe duda que una celebración de este calibre merece celebrarlo de la mejor manera. Si Dios viene en la Navidad reparte, por decirlo así, la miel y así la acidez es sustituida por la dulce miel que trae el Señor. Que la comida sea entonces una ocasión para degustar los dones y las gracias que Dios no da en su Hijo Jesucristo.

Fiestas familiares. Cada vez que nos reunamos en familia o con nuestros seres queridos tratemos de recordar a la Sagrada Familia: María, José y el niño Jesús. Ellos también celebraron juntos esta gran fiesta, y permanecieron unidos a pesar de las dificultades que se le presentaron. Incluso para María fue ocasión para salir presurosa a visitar a su prima Isabel después de que el ángel se le presentó.

Regalos. No hay ilusión más grande que recibir regalos. También la experiencia de regalar algo nos alegra bastante, más aún si sabemos que es un regalo especial para alguien. Pero no podemos olvidar que el regalo más grande en esta Navidad es Dios que se da a sí mismo por nosotros. Uno da regalos y espera que le den a cambio. Dios más bien se da por completo y no espera nada a cambio. Nos regala a su Hijo, a su propio Hijo. Así, cuando recibamos un regalo no nos olvidemos de cuál es el verdadero regalo y más aún el mayor regalo para nosotros.

Por último, el pesebre. Tengámoslo más presente durante esta época. Busquemos que tenga un lugar central en nuestra casa y que nos ayude a esperar con esperanza la venida del Salvador. Porque justamente este tiempo antes de la Navidad, es el tiempo de la espera, de la expectativa y de la preparación de nuestro corazón.

Aprovechemos estas pequeñas ocasiones para recordar realmente lo que celebramos. Que podamos acercarnos más a Dios en esta Navidad y hacer de este tiempo una celebración auténtica de su nacimiento.

¡Feliz Navidad a todos!

© 2016 – Bernardo Sauter para el Centro de Estudios Católicos – CEC

Bernardo Sauter

Bernardo nació en San José de Costa Rica, tiene 23 años y pertenece al Sodalicio de Vida Cristiana. Actualmente vive en Perú.

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