«Nueva York, 2 ago (EFE).- Con una audiencia potencial de 80 millones de perros, nace en Estados Unidos DogTV, el primer canal de televisión con programación dedicada única y exclusivamente a las mascotas caninas, que cada vez pasan más tiempo solas en casa mientras sus atareados dueños trabajan» ((http://www.efe.com/efe/noticias/america/patrocinada/canal-television-para-perros-ultimo-grito-ocio-canino/2/1040/2097827)).

Este es el comienzo del artículo de la agencia EFE sobre el nuevo servicio de televisión para perros. Se puede caer en la tentación de considerarlo una excentricidad más de los estadounidenses, e invito al lector interesado a que lo confirme leyendo toda la noticia; pero creo que detrás subyacen preocupantes cuestiones que abarcan temas mucho más profundos y urgentes.

El tema de las mascotas ha tomado un rumbo muy curioso en los llamados países desarrollados: mientras que en países de oriente como Corea el perro es muy apreciado, pero por sus cualidades gastronómicas, en occidente ha pasado de ser una mascota, es decir, un animal de compañía, a ser una especie de “hijo sustituto”, una opción para parejas que por variadas razones no quieren o no pueden asumir la “carga” de un hijo. Tratan de llenar este vacío con un animalito de compañía, usualmente un perro, pero también con otros animales, como gatos, loros, serpientes, y hasta cerdos.

Incluso el término “pet” (mascota) ha sido prohibido en varios lugares, donde se les debe llamar “companion” (compañero, acompañante), y a su propietario no se le puede llamar dueño, porque es degradante para el “companion”: la relación debe definirse como “amistad”. Ya hace varios años el «Journal of Animal Ethics» (Revista de Ética Animal) afirma enfáticamente que lo “políticamente correcto” es evitar términos que creen una diferenciación esencial entre las “partes” (es decir, la mascota y su dueño…)

[pullquote]El problema es que sí existe una diferencia esencial, y el mero hecho de tener que afirmar algo tan obvio es clara muestra del nivel al que va llegando la sociedad actual. ¿Debemos respetar a nuestras mascotas? Por supuesto, pero en el nivel que les corresponde. Son seres vivos, que deben ser tratados con dignidad, sin infringirles sufrimientos crueles o innecesarios, pero sin elevarlos al rango de “personas” que parece cada vez más cercano.[/pullquote]

No basta con los psicólogos caninos, con los spa para perros estresados, con las enormes sumas gastadas en cirugías no esenciales, con los pasaportes para perros, y demás excentricidades: la capellanía animal es un claro ejemplo del exceso al que se ha llegado. ¿Una capellanía para animales? El concepto en sí es evidentemente absurdo… se llega a redefinir el concepto de alma (el alma inmortal, el espíritu trascendente, lo que nos hace seres humanos) para incluir a las mascotas… perdón, a los compañeros animales, en el campo espiritual. En el programa de formación de estos capellanes se encuentra la lección 17: ¿Qué es el alma?”, pregunta que con certeza va a generar más de una controversia entre los aspirantes a “capellán animal” ((Ver: http://www.animalministryinstitute.com/humanestudiestraining/chaplainprogram.html))

El problema es más grave de lo que se piensa: sólo en los EE.UU. las mascotas superan a los niños 4 a 1. En un reciente libro titulado “What to Expect When No One’s Expecting: America´s coming demographic disaster”, de Jonathan Last, y cuyo título podemos traducir como “Qué esperar cuando nadie está esperando”, el autor afirma que «la evidencia sugiere que las mascotas están siendo tratadas cada vez más como verdaderos miembros de la familia”». En varios Estados del país del Norte las mascotas pueden heredar a la muerte de su “amigo humano” o se pueden establecer fideicomisos en su nombre, dándoles de facto un reconocimiento como “personas”.

Dice el autor: «En 1994 los norteamericanos gastaron 1.700 millones de dólares en mascotas; para el 2008 el número se había elevado a 4.300 millones. El 2010, incluso enfrentando una recesión masiva, ha aumentado a 4.800 millones de dólares». Esto, sumado a que las parejas jóvenes no están teniendo hijos, o a lo sumo uno (lo que no alcanza ni de lejos para que exista recambio poblacional), confirma la tesis de este libro: se acerca a los EE.UU. un “desastre demográfico”, el cual, como ha ocurrido en tantas otras ocasiones, se comienza ya a filtrar hacia los demás países del continente americano.

Ya se ven las consecuencias entre nosotros: padres que deciden tener más de dos hijos son juzgados y condenados como irresponsables, inconscientes, insensatos e imprudentes. Así, por la presión sociológica, en nuestros países comienza a decrecer la tasa de natalidad, tendencia que, sumada al invierno demográfico europeo, muestra un panorama desalentador, aunque aún reversible, si la conciencia del problema es enfrentada por las naciones, las instituciones internacionales y nacionales, pero especialmente por las parejas de esposos que con valentía y generosidad decidan tener una familia numerosa, en la medida de sus posibilidades, para revertir el curso suicida que creó la mentalidad antinatalista del siglo pasado.

© 2013 - Carlos Díaz Galvis para el Centro de Estudios Católicos - CEC
 
 

Carlos Díaz Galvis

Carlos es el Director Editorial del Centro de Estudios Católicos CEC. En la actualidad reside en Medellín (Colombia).

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