El Apóstol San Juan nos ha dejado una frase muy importante a la hora de reflexionar sobre el discernimiento: «No os fiéis de cualquier espíritu, sino examinad si los espíritus vienen de Dios» (1Jn 4,1). Como sabemos, para quienes quieren, en apertura a la gracia de Dios, avanzar por un camino de santidad, el discernimiento es fundamental en vistas a  cumplir el Plan de Dios.

Uno de los hábitos que podemos cultivar para crecer en discernimiento es el examen continuo de nuestras intenciones. Probablemente experimentamos en nuestra vida que se nos ocurren diversas ideas acerca de lo que queremos, o medios para llegar a un fin determinado. Frente a esto es un buen hábito siempre, y particularmente cuando está relacionado a nuestra vida espiritual, detenernos un momento para examinar nuestras intenciones. A veces, cuando nos detenemos a pensarlo, vamos descubriendo algunas ideas subyacentes y que en un principio no eran aparentes.

En el fondo se trata de descubrir la pureza de nuestras intenciones. En ocasiones nos daremos cuenta de que hay ciertas ideas o deseos no tan buenos que se mezclan, y que pueden llevar por mal camino aquello que deseamos llevar a cabo. Pidiendo la iluminación del Espíritu, en apertura a la gracia de Dios, podremos ir purificando nuestras intenciones y orientarlas según el Plan de Dios que, como sabemos, es siempre un plan de amor.

Es preciso recordar, en el discernimiento de nuestras intenciones, que no todo pensamiento que se nos ocurre viene de nosotros mismos. Muchos autores espirituales en la tradición de la Iglesia nos recuerdan que hay pensamientos que nos vienen de fuera, como por ejemplo, de cosas que vemos en el mundo, o también de Dios o del demonio.

Esta consideración es fundamental para no ser ingenuos en nuestra vida cristiana. Dios nos suscita santos y buenos pensamientos, que tienen frutos de paz y gozo interior. Pero también hay enemigos a nuestro alrededor que nos van tentando e incluso, bajo apariencia de bien, nos llevan a la lejanía de Dios. Ignorar la existencia del demonio, que por lo general actúa sutilmente, es como navegar por un río lleno de peligros con una venda sobre los ojos.

A veces es muy difícil tener una certidumbre exacta de nuestras intenciones. Debemos, sin embargo, hacer el esfuerzo más sincero posible y recordar que Dios nos auxilia e ilumina con su gracia. Existe también una regla importante: «por sus frutos los conoceréis» (ver Mt 7,15-20). Así nos lo recuerda el Señor Jesús: «todo árbol bueno da frutos buenos, pero el árbol malo da frutos malos». Lo que viene del mal, aunque parezca bueno, siempre sembrará más mal. Los frutos de aquello que viene de Dios siempre serán buenos para nosotros y para quienes nos rodean, y nos llevarán al cumplimento del Plan de Dios, a la auténtica paz del corazón y a la tranquilidad de conciencia.

Artículo completo en el siguiente link: http://mividaenxto.com/2017/01/24/para-cumplir-el-plan-de-dios-no-todo-lo-que-brilla-es-oro-3/

 

© 2017 – Kenneth Pierce para el Centro de Estudios Católicos – CEC

 

Kenneth Pierce Balbuena

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