Cuando el Apóstol de Gentes cuestiona y exhorta: «¿No saben que en las carreras del estadio todos corren, mas uno solo recibe el premio? ¡Corran de manera que lo consigan! Los atletas se privan de todo; y eso ¡por una corona corruptible! Nosotros, en cambio, por una incorruptible» (1Cor 9,24-26), nos está invitando sugerentemente a establecer una relación entre el deporte y la vida cristiana.

Ambas realidades requieren preparación, esfuerzo, sacrificio, superación de sí mismo, paciencia, saber sobreponerse a dificultades y la esperanza de alcanzar la meta trazada. En la vida cristiana “corremos” por nuestra propia realización: el ciento por uno aquí en la Tierra y la promesa de la comunión eterna de amor con Dios en el Cielo. En el deporte se “corre” por un premio terrenal, una corona que se marchita. san Pablo utiliza el ejemplo de los deportistas para cuestionar a los cristianos acerca de su nivel de exigencia personal en el seguimiento del Señor Jesús, ya que, muchas veces éste no es tan alto como el de los atletas. El Apóstol hace notar que la naturaleza y las recompensas prometidas por una y otra “carrera” son incomparables, por lo que un cristiano, si es consciente de lo que le tiene prometido Jesús, debería entregarse con mayor radicalidad que el atleta.

La comparación Paulina no supone una minusvaloración de la actividad deportiva, ni mucho menos, opone el deporte y la vida cristiana, sino que muestra más bien cómo estas dos realidades pueden alumbrarse mutuamente. En primer lugar, invita al seguidor de Cristo a ver cómo la práctica deportiva puede transformarse en un camino pedagógico que le enseñe a ir hasta el límite, a no escatimar esfuerzos por conquistar la corona imperecedera para la cual está hecho, a esforzarse al máximo de sus capacidades y posibilidades y a dejar de lado todo lastre que le impida avanzar más rápido hacia la meta de la vida cristiana, la santidad.

Ciertamente, si todos los católicos se dedicaran en su vida espiritual y en las obras evangelizadoras y solidarias lo mismo que se dedican los atletas de alto rendimiento en sus entrenamientos y competiciones, existirían muchos más santos y santas en nuestro mundo.

Por otro lado, san Pablo recuerda a los atletas que la meta por la que corren es “corruptible”, es decir, limitada y contingente. Si el deportista pierde de vista el horizonte trascendente de su existencia y se entrega por entero solamente a la conquista de la corona terrena, ésta pasará y él correrá el riesgo de quedarse sin el premio que realmente vale, el eterno.

Al respecto comentaba san Juan Pablo II: «El deporte, a la vez que favorece el vigor físico y templa el carácter, no debe apartar jamás de los deberes espirituales a cuantos lo practican y aprecian. Según palabras de san Pablo, sería como si uno corriera sólo “por una corona que se marchita”, olvidando que los cristianos nunca pueden perder de vista “la que no se marchita”. La dimensión espiritual debe cultivarse y armonizarse con las diversas actividades de distracción, entre las cuales se incluye también el deporte»1.

Por lo demás, es un gran aliciente saber que a diferencia de las contiendas deportivas, donde sólo algunos se quedan con la corona perecedera, en la vida cristiana todos pueden lograr la corona que no se marchita. Dar un sentido sobrenatural a la actividad deportiva es llevarla a su identidad auténtica. San Pablo entiende «que la existencia es como una carrera en el estadio, en la que todos participan. Pero mientras en las carreras sólo uno triunfa, en la competición de la vida todos pueden y deben conquistar la victoria. Y, para poder hacerlo, es preciso ser moderados en todo, tener la mirada fija en la meta, valorar el sacrificio y entrenarse continuamente para evitar el mal y hacer el bien. Así, con la ayuda de Dios, se conquista la meta celestial»2. 


1Juan Pablo II, Discurso a los participantes en el Congreso Internacional sobre el Deporte, 28/10/2000, 4.
2Juan Pablo II, Discurso a la Asociación Deportiva de Fútbol Roma, 30/11/2000, 4.
3Título: “Deporte y Compromiso Cristiano”1, Vida y Espiritualidad, Lima 2017.

© 2017 – Alexandre Borges de Magalhães para el Centro de Estudios Católicos – CEC

Alexandre Borges de Magalhães

Alexandre nació en 1972 en Brasil. Es Bachiller en Teología y Licenciado en Pedagogía por la Pontificia Universidad Católica de Chile. En la actualidad es el Coordinador General del Movimiento de Vida Cristiana MVC. Reside en Lima (Perú).

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