La Confesión o Reconciliación es el Sacramento mediante el cual Dios nos perdona los pecados cometidos después del Bautismo y recuperamos la vida de gracia, es decir, la amistad con Dios.

Es la gran oportunidad que tenemos para acercarnos de nuevo a Dios que es nuestra verdadera felicidad.

La confesión no es un sacramento de tristeza, sino de alegría, es el sacramento del hijo arrepentido que vuelve a los brazos de su Padre.

No es el Sacramento del final de nuestra vida, sino el que nos da la oportunidad de empezar una nueva vida cerca de Dios.

Sacramento de la Confesión en profundidad:

Qué difícil es perdonar. Cuánto nos cuesta a veces reconciliarnos con alguien que nos ha mentido, traicionado, calumniado, que nos ha causado dolor y que algunas veces no tiene ninguna intención en reparar el daño hecho.

El corazón de Jesús tiene una lógica totalmente diferente, totalmente a contracorriente. Dios ama perdonar y como buen Padre quiere que todos sus hijos seamos felices y que alcancemos el cielo.

Tanto es así, que ha hecho hasta lo imposible para que esto pase. Dios se hizo hombre, murió en una Cruz, nos envió el Espíritu Santo y con ello nos dejó los sacramentos para que podamos salvarnos.

Nosotros, en la medida en que acogemos esto que se nos ha dado, vamos viviendo cada uno nuestro propio proceso de conversión, es decir, cambio de vida, y la primera llamada la recibimos en el Bautismo.

Pero aquí el camino recién comienza ya que Jesús nos invita a ser mejores cristianos, a buscar ser santos en la vida cotidiana.

Pero este camino de conversión a veces se hace muy difícil, cuesta arriba, y nos sentimos débiles, sin ganas de seguir adelante o tomar otra alternativa. Pero eso Dios lo sabe y va caminando junto a nosotros.

Es más, Jesús vino especialmente a buscar a la oveja perdida en la ruta y hace una fiesta en el cielo cuando uno de ellos vuelve. Es de ese mismo deseo (del corazón) de Dios, de atraer a todos los pecadores y regalarles su perdón, que brota el sacramento de la Confesión.

Dios toma las manos y las palabras del sacerdote para llegar a nuestro corazón, para transformarlo, y para que podamos experimentar su inagotable perdón y ternura.

Así, sintiéndonos acogidos y abrazados por su amor podemos expresar con confianza y verdadero arrepentimiento todos nuestros pecados y así poder sanar nuestras heridas.

Suena a un gran regalo ¿o no? Bueno, ¿Qué estás esperando para recibirlo?

Catecismo:

1455 La confesión de los pecados (acusación), incluso desde un punto de vista simplemente humano, nos libera y facilita nuestra reconciliación con los demás. Por la confesión, el hombre se enfrenta a los pecados de que se siente culpable; asume su responsabilidad y, por ello, se abre de nuevo a Dios y a la comunión de la Iglesia con el fin de hacer posible un nuevo futuro.

1458 Sin ser estrictamente necesaria, la confesión de los pecados veniales, sin embargo, se recomienda vivamente por la Iglesia. En efecto, la confesión habitual de los pecados veniales ayuda a formar la conciencia, a luchar contra las malas inclinaciones, a dejarse curar por Cristo, a progresar en la vida del Espíritu. Cuando se recibe con frecuencia, mediante este sacramento, el don de la misericordia del Padre, el creyente se ve impulsado a ser él también misericordioso.

1491 El sacramento de la Penitencia está constituido por el conjunto de tres actos realizados por el penitente, y por la absolución del sacerdote. Los actos del penitente son: el arrepentimiento, la confesión o manifestación de los pecados al sacerdote y el propósito de realizar la reparación y las obras de penitencia.

Citas de la Biblia:

Les aseguro que todo lo que ustedes aten en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desaten en la tierra quedará desatado en el cielo. Mateo 18,18

Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia; conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones. Lávame más y más de mi maldad, Y límpiame de mi pecado.

Porque yo reconozco mis rebeliones, Y mi pecado está siempre delante de mí. Contra ti, contra ti solo he pecado, Y he hecho lo malo delante de tus ojos; Para que seas reconocido justo en tu palabra, Y tenido por puro en tu juicio.

He aquí, en maldad he sido formado, Y en pecado me concibió mi madre.

He aquí, tú amas la verdad en lo íntimo, Y en lo secreto me has hecho comprender sabiduría.

Purifícame con hisopo, y seré limpio; Lávame, y seré más blanco que la nieve.

Hazme oír gozo y alegría, Y se recrearán los huesos que has abatido.

Esconde tu rostro de mis pecados, Y borra todas mis maldades.

Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, Y renueva un espíritu recto dentro de mí.

Salmo 51,1-10

Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros.  Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. Juan 1,8-9

Por eso, confiesense unos a otros sus pecados, y oren unos por otros, para que sean sanados. La oración del justo es poderosa y eficaz. Santiago 5,16

Frases Papa Francisco acerca de la Confesión:

“Cuando yo voy a confesarme, es para sanarme: sanarme el alma, sanarme el corazón por algo que hice que no está bien”.

“El confesionario no es ni una “lavandería” que elimina las manchas de los pecados, ni una “sesión de tortura”, donde se infligen golpes. La confesión es, más bien, un encuentro con Jesús donde se toca de cerca su ternura. Pero hay que acercarse al sacramento sin trucos o verdades a medias, con mansedumbre y con alegría, confiados y armados con aquella “bendita vergüenza”, la “virtud del humilde” que nos hace reconocer como pecadores”.

“Queridos jóvenes, no os avergoncéis de llevarle todo, especialmente las debilidades, las dificultades y los pecados, en la confesión: Él sabrá sorprenderos con su perdón y su paz. No tengáis miedo de decirle «sí» con toda la fuerza del corazón, de responder con generosidad, de seguirlo. No os dejéis anestesiar el alma, sino aspirad a la meta del amor hermoso, que exige también renuncia, y un «no» fuerte al doping del éxito a cualquier precio y a la droga de pensar sólo en sí mismo y en la propia comodidad”.

Frases Benedicto XVI acerca de la Confesión:

“Alimentad constantemente la unión con el Señor en la oración y con la recepción frecuente de los sacramentos, especialmente de la Eucaristía y la Confesión”.

“Dios viene a «mendigar» el amor de su criatura. Esta tarde, al acercarnos al sacramento de la confesión, podréis experimentar el «don gratuito que Dios nos hace de su vida, infundida por el Espíritu Santo en nuestra alma para sanarla del pecado y santificarla»”.

“Además, la confesión íntegra de los pecados educa al penitente en la humildad, en el reconocimiento de su propia fragilidad y, a la vez, en la conciencia de la necesidad del perdón de Dios y en la confianza en que la Gracia divina puede transformar la vida”.

“Para responder a la vocación a través de uno de estos caminos, sed generosos; tratando de ser cristianos coherentes, buscad ayuda en el sacramento de la confesión y en la práctica de la dirección espiritual. De modo especial, abrid sinceramente vuestro corazón a Jesús, el Señor, para darle vuestro “sí” incondicional”.

“Con corazón contrito confesemos nuestros pecados, proponiendonos seriamente no volverlos a cometer y, sobre todo, seguir siempre el camino de la conversión”.

Frases San Juan Pablo II acerca de la Confesión:

“La confesión sacramental no constituye una represión, sino una liberación. Tened pues la valentía del arrepentimiento. ¡Esto os hará libres!”.

“Confesamos nuestros pecados a Dios mismo, aunque en el confesionario los escucha el hombre-sacerdote”.

“Si somos verdaderamente discípulos y confesores de Cristo, que ha reconciliado al hombre con Dios, no podemos vivir sin buscar, por nuestra parte, esta reconciliación interior. No podemos permanecer en el pecado y no esforzarnos para encontrar el camino que llega a la casa del Padre, que siempre está esperando nuestro retorno”.

“Los confesamos a Dios mismo, aunque en el confesionario los escucha el hombre-sacerdote. Este hombre es el humilde y fiel servidor de ese gran misterio que se ha realizado entre el hijo que retorna y el Padre”.

“Después de experimentar este nuevo nacimiento interior, el orante se transforma en testigo; promete a Dios “enseñar a los malvados los caminos” del bien, de forma que, como el hijo pródigo, puedan regresar a la casa del Padre. Del mismo modo, san Agustín, tras recorrer las sendas tenebrosas del pecado, había sentido la necesidad de atestiguar en sus Confesiones la libertad y la alegría de la salvación”.

“En efecto, a través de la confesión de las culpas se le abre al orante el horizonte de luz en el que Dios se mueve. El Señor no actúa sólo negativamente, eliminando el pecado, sino que vuelve a crear la humanidad pecadora a través de su Espíritu vivificante: infunde en el hombre un “corazón” nuevo y puro, es decir, una conciencia renovada, y le abre la posibilidad de una fe límpida y de un culto agradable a Dios”.

Preguntas para profundizar acerca de la Confesión:

¿Cuándo me debo confesar?

Debemos confesarnos cada vez que caigamos en pecado grave o por lo menos una vez al año durante el tiempo de Pascua. Pero es aconsejable confesarse cuando menos una vez al mes, ya que así fortalecemos nuestra alma para resistir la tentación y nos acercamos más a Dios.

¿Habló Cristo de la confesión?

Existen quienes piensan que el sacramento de la Reconciliación no fue instituido por Cristo, sino que es un invento de la Iglesia. Cristo lo instituyó cuando le dijo a los apóstoles: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados les serán perdonados, pero a quienes se los retengáis les serán retenidos”. (Jn. 20, 23; Mt. 18, 18; 16, 18-19). La Iglesia es la que posee el poder de perdonar los pecados y buscar la santificación de sus miembros, a través de la penitencia y de una renovación interior.

El sacramento de la Reconciliación es algo maravilloso. En él encontraremos la paz que tanto buscamos. Perdamos el miedo a este sacramento y acerquémonos a él frecuentemente.

¿Cuáles son los cinco actos más importantes que se requieren para hacer una buena confesión?

1. Examen de conciencia: se ha de pensar en las faltas cometidas (pensamientos, palabras y obras), sobre todo los mortales a partir de la última confesión bien hecha. Se puede examinar la propia vida a la luz de los diez mandamientos, el mandamiento del amor al prójimo, los preceptos de la Iglesia, los pecados capitales, y los deberes del propio estado.

2. Dolor de los pecados cometidos: tras realizarse el examen de conciencia se ha de pedir a Dios la gracia de tener un vivo y profundo dolor de todos los pecados cometidos, sobre todo de los mortales que han ofendido a Dios. El dolor es la detestación del pecado cometido con el propósito de no volver a pecar.

3. Propósito de no cometerlos más: ha de ser firme, eficaz y universal (que abarque a todos los pecados cometidos, sobre todo los mortales).

4. Confesión de los pecados: Cumplir con decir todos los pecados examinados por nosotros, tratar de acordarnos de todos. Después de realizada la confesión cumplir con la penitencia impuesta por el confesor al penitente para expiar las penas temporales que han quedado después de la remisión de las culpas y de la pena eterna merecida por quien ha cometido pecados mortales.

5. Cumplir con la penitencia impuesta por el confesor: Es la voluntad de aceptar y de cumplir con la penitencia implicada en la confesión (pero si no se puede realizar por olvido, etc…, el sacramento no deja de ser válido).

¿Que consecuencias trae a nuestra vida el recuperar la gracia con Dios?

Con la gracia santificante, restituida o aumentada, se concede asimismo la gracia sacramental, que nos ayuda a producir verdaderos frutos de penitencia y a evitar otros pecados futuros, y la recuperación de los méritos perdidos con el pecado mortal. Como efecto secundario, la confesión produce gran paz y serenidad en la conciencia, así como consuelo espiritual.

¿Por qué cuesta tanto confesarse?

“Puede haber algunos obstáculos que cierran las puertas del corazón. Está la tentación de blindar las puertas, o sea de convivir con el propio pecado, minimizandolo, justificándose siempre, pensando que no somos peores que los demás. Así, sin embargo, se bloquean las cerraduras del alma y quedamos encerrados dentro, prisioneros del mal. Otro obstáculo es la vergüenza de abrir la puerta  secreta del corazón. La vergüenza, en realidad, es un buen síntoma, porque indica que queremos tomar distancia del mal; pero nunca debe transformarse en temor o en miedo. Y hay una tercera insidia: la de alejarnos de la puerta. Esto sucede cuando nos escondemos en nuestras miserias, cuando hurgamos continuamente, relacionando entre sí las cosas negativas, hasta llegar a sumergirnos en los sótanos más oscuros del alma. De este modo llegamos a convertirnos incluso en familiares de la tristeza que no queremos, nos desanimamos y somos más débiles ante las tentaciones. Esto sucede porque permanecemos solos con nosotros mismos, encerrándonos y escapando de la luz. Y sólo la gracia del Señor nos libera. Dejémonos, entonces, reconciliar, escuchemos a Jesús que dice a quién está cansado y oprimido «venid a mí» (Mt 11, 28). No permanecer en uno mismo, sino ir a Él. Allí hay descanso y paz”

¿Por qué hay que decir los pecados a un sacerdote?

“A lo largo del tiempo, la celebración de este sacramento pasó de una forma pública porque al inicio se hacía públicamente a la forma personal, a la forma reservada de la Confesión. Sin embargo, esto no debe hacer perder la fuente eclesial, que constituye el contexto vital. En efecto, es la comunidad cristiana el lugar donde se hace presente el Espíritu, quien renueva los corazones en el amor de Dios y hace de todos los hermanos una cosa sola, en Cristo Jesús. He aquí, entonces, por qué no basta pedir perdón al Señor en la propia mente y en el propio corazón, sino que es necesario confesar humilde y confiadamente los propios pecados al ministro de la Iglesia. En la celebración de este sacramento, el sacerdote no representa sólo a Dios, sino a toda la comunidad, que se reconoce en la fragilidad de cada uno de sus miembros, que escucha conmovida su arrepentimiento, que se reconcilia con Él, que le alienta y le acompaña en el camino de conversión y de maduración humana y cristiana. Uno puede decir: yo me confieso sólo con Dios. Sí, tú puedes decir a Dios «perdóname», y decir tus pecados, pero nuestros pecados son también contra los hermanos, contra la Iglesia. Por ello es necesario pedir perdón a la Iglesia, a los hermanos, en la persona del sacerdote”.

¿Debo confesarme todas las veces que recibo la Comunión? ¿Incluso cuando he cometido los mismos pecados?

Diría dos cosas:  la primera, naturalmente, es que no debes confesarte siempre antes de la Comunión, si no has cometido pecados tan graves que necesiten confesión. Por tanto, no es necesario confesarse antes de cada Comunión eucarística. Este es el primer punto. Sólo es necesario en el caso de que hayas cometido un pecado realmente grave, cuando hayas ofendido profundamente a Jesús, de modo que la amistad se haya roto y debas comenzar de nuevo. Sólo en este caso, cuando se está en pecado “mortal”, es decir, grave, es necesario confesarse antes de la Comunión. Este es el primer punto. El segundo:  aunque, como he dicho, no sea necesario confesarse antes de cada Comunión, es muy útil confesarse con cierta frecuencia. Es verdad que nuestros pecados son casi siempre los mismos, pero limpiamos nuestras casas, nuestras habitaciones, al menos una vez por semana, aunque la suciedad sea siempre la misma, para vivir en un lugar limpio, para recomenzar; de lo contrario, tal vez la suciedad no se vea, pero se acumula.

Algo semejante vale también para el alma, para mí mismo; si no me confieso nunca, el alma se descuida y, al final, estoy siempre satisfecho de mí mismo y ya no comprendo que debo esforzarme también por ser mejor, que debo avanzar. Y esta limpieza del alma, que Jesús nos da en el sacramento de la Confesión, nos ayuda a tener una conciencia más despierta, más abierta, y así también a madurar espiritualmente y como persona humana. Resumiendo, dos cosas:  sólo es necesario confesarse en caso de pecado grave, pero es muy útil confesarse regularmente para mantener la limpieza, la belleza del alma, y madurar poco a poco en la vida.

Fuentes referenciales:

Benedicto XVI: La confesión, sacramento del amor misericordioso de Dios

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