Estamos en la Prelatura de Ayaviri, a 4.000 metros sobre el nivel del mar, en el Ande peruano. Un lugar recóndito y muy necesitado, pero del cual Dios no se ha olvidado. Un lugar que sufre, y encima se ve castigado por paros y huelgas, pero el Amor de Dios no para. Estamos celebrando el día de la Virgen de Copacabana, advocación muy querida entre los habitantes del altiplano. El clima no me ha sentado bien, y descubro una misteriosa pedagogía que logra unir el deseo de servicio y la propia fragilidad, pero será tema de otra reflexión. El párroco de la Catedral, que tiene que multiplicarse por 10, nos pide al grupo de misioneros recién llegados que lo ayudemos con una tradición muy peculiar: El día de la Virgen de Copacabana se bendicen todos los vehículos del lugar. Nos ha entregado unos bidones de agua bendita y nos ha dado unos ramitos para poder derramar el agua de Dios sobre las personas y sus vehículos, para muchos de ellos única herramienta de trabajo para llevar el pan a sus casas. Los misioneros somos como esos ramitos; recibimos el agua de Dios como un instrumento para ser derramada sobre las personas. Contamos alrededor de 700 vehículos, quizá más. Desde motos hasta camiones. Somos 6 misioneros y hay tres filas de carros. Así que vamos de dos en dos.

En medio de las bendiciones, las oraciones y la profunda piedad, hay un gesto que me llama la atención y me pregunto por qué. Normalmente he visto que cuando alguien es rociado con el agua bendita pone la cabeza y luego se hace el signo de la Cruz. Aquí no, las personas reciben el agua bendita en sus manos y luego se persignan. Esas manos curtidas por el trabajo agrícola y ganadero, esas manos vacías reciben el agua de la Vida. Esas manos llenas de polvo y barro, rociadas con la bendición de Dios, cobran vida, se llenan de color, son “re-creadas”, y se elevan para trazar en sus cuerpos el signo de nuestra Salvación. Trazan con sus manos bendecidas su propia cruz y con ella Dios llega a sus vidas.

Es un gesto muy sencillo, cotidiano, que ha echado raíces en la tradición de este pueblo, de este querido pueblo de Dios. ¿Por qué me ha llamado tanto la atención? Porque Dios me ha permitido comprender un poco mejor una realidad cristiana fundamental: la dinámica de la gracia divina y la cooperación humana.

Ante todo, la vida cristiana es siempre iniciativa divina. Dios viene como agua, como lluvia a nuestra tierra. Viene a lavarnos, a limpiarnos, para que renazcamos a una vida nueva, y nos posibilita para poder unir nuestra vida a la Suya. La vida que se experimenta redimida es movida a reproducir la imagen de Dios, a vivir y conformarse con la propia Cruz de Cristo, trazándola en nuestro propio barro y en la realidad toda. Persignarse es el símbolo de esa dinámica y en ella se invoca a la Trinidad, y al hacerlo recordamos 3 cosas. Recordamos nuestro origen, de dónde venimos: de la Comunión Trinitaria de Amor; recordamos también la dinámica de la Salvación: El Padre que envía al Hijo para morir en Cruz, morir por Amor y dejarnos el Santo Espíritu; y finalmente recordamos nuestro destino final: hemos sido creados para participar plenamente del Amor de Dios. La relación entre la gracia y la cooperación es una dinámica misteriosa. Esta sencilla imagen en algo nos puede ayudar a comprender con el corazón.

La bendición con el agua y el signo de la Cruz termina con un “Amén”. Este amén es nuestra aceptación, nuestro “hágase”, asentimos que sea así como Dios ha dispuesto. Este Amén es reconocimiento de que somos vasijas de barro y que es Dios, que cuenta con nuestra sencilla respuesta, quien obra maravillas. Así lo comprendió y conservaba en su corazón María, la Doncella de Nazaret. Dios vino a su vida como rocío y la preservó anticipadamente de toda mancha. En el momento culmen en el que Dios quiere obrar mediante la libertad de su Sierva, Ella con su Hágase generoso quedó unida para siempre –en forma de Cruz— con su Hijo y Redentor, y así transformó su vida y se convirtió en la puerta por donde la Vida entró al mundo.

 

© 2017 – Mijailo Bokan Garay para el Centro de Estudios Católicos – CEC

Mijailo Bokan Garay

Mijailo nació en el Perú en 1982. Es teólogo, graduado de la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. Actualmente es Director de Investigación del Centro de Estudios Católicos (CEC) y Encargado de Estudios del Centro de Formación Nuestra Señora de Guadalupe.

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1 comment

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  • Mijailo, gracias por la lectura de esa experiencia de Dios que nos transmites. Llevas esa esperanza a nuestros pueblos siempre presentes en el corazón del Señor.