¿Alguna vez te has llegado a arrepentir por hacer algo contrario a lo que te dijeron tus padres? Quizás te dijeron que no fueras a esa fiesta, que esa amistad no te convenía o que no salieras solo a ese lugar porque podría ser peligroso. Muchas veces pensamos que ser libres es hacer todo lo que queremos sin límite alguno, y ¡cuántas veces nos arrepentimos de esas opciones que terminan haciéndonos mucho daño! Otras veces, optamos por “obedecer” pero nos quedamos amargados, renegando interiormente, en últimas hacemos lo que nos corresponde, pero más por deber que por amor. Estas dos actitudes de una libertad sin obediencia y una obediencia sin amor, nos las enseñó Jesús a través de una de las Parábolas de la Misericordia: El hijo pródigo.
Es muy probable que ya conozcamos esta parábola, o por la menos la hayamos escuchado en algún momento de nuestra vida. Sin embargo, no siempre somos tan conscientes de que Jesús habla de nuestra propia situación. Recordemos como comienza la Parábola:
«Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte de herencia que me corresponde”. Y el padre les repartió sus bienes. Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa. Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones».
En esta parte de la parábola encontramos la libertad sin obediencia. Pretendemos ser nosotros mismos haciendo lo que queremos sin pensar de verdad si es lo que más nos conviene, lo que realmente nos hará bien. Sin embargo, experimentamos una y otra vez las consecuencias de nuestras malas opciones, dejando nuestro corazón vacío y triste. Pero sabemos que podemos recurrir cuantas veces necesitemos al perdón de Dios, que como buen Padre, se alegra por cada paso que vamos dando, para regresar al Camino del Bien.
La otra actitud es la del hermano mayor, que reniega por la actitud de misericordia y perdón del Padre, quien recibe al hijo que regresó con una gran fiesta. Incluso se enojó diciéndole:
«Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos». Estas palabras reflejan una obediencia sin amor, un quedarse simplemente en el cumplimiento del deber, que lo lleva a medir con esa “justicia” a su hermano e incluso a su Padre de quien ha recibido todo. Muchas veces somos ese hermano mayor, nos creemos dignos de poder juzgar a los demás, porque nos creemos buenos.
Sin embargo, tanto si vivimos una libertad sin obediencia, o si obedecemos sin amor, Dios siempre es bueno y misericordioso. Siempre tendrá palabras de aliento y fortaleza. Estará allí para levantarnos de nuestras caídas, para limpiar nuestras heridas y sanarlas desde su Amor incondicional. Y lo más hermoso de todo, es que se pone tan feliz con nuestro regreso que hace fiesta en el cielo.

En el Catecismo
1439 El proceso de la conversión y de la penitencia fue descrito maravillosamente por Jesús en la parábola llamada “del hijo pródigo”, cuyo centro es “el padre misericordioso” (Lc 15,11-24): la fascinación de una libertad ilusoria, el abandono de la casa paterna; la miseria extrema en que el hijo se encuentra tras haber dilapidado su fortuna; la humillación profunda de verse obligado a apacentar cerdos, y peor aún, la de desear alimentarse de las algarrobas que comían los cerdos; la reflexión sobre los bienes perdidos; el arrepentimiento y la decisión de declararse culpable ante su padre, el camino del retorno; la acogida generosa del padre; la alegría del padre: todos estos son rasgos propios del proceso de conversión. El mejor vestido, el anillo y el banquete de fiesta son símbolos de esta vida nueva, pura, digna, llena de alegría que es la vida del hombre que vuelve a Dios y al seno de su familia, que es la Iglesia. Sólo el corazón de Cristo, que conoce las profundidades del amor de su Padre, pudo revelarnos el abismo de su misericordia de una manera tan llena de simplicidad y de belleza.

Citas de la Sagrada Escritura
Lc 15, 11-32
Jesús dijo también: «Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte de herencia que me corresponde”. Y el padre les repartió sus bienes. Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa. Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones. Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos. Él hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba. Entonces recapacitó y dijo: “¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre!”. Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: “Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros”.
Entonces partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente, corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó. El joven le dijo: “Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo”. Pero el padre dijo a sus servidores: “Traigan enseguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado”. Y comenzó la fiesta.
El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza. Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó qué significaba eso. Él le respondió: “Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero y engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo”. Él se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara, pero él le respondió: “Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos. ¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!”. Pero el padre le dijo: “Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado”».

Frases del Papa Francisco acerca de la Parábola del Hijo Pródigo

El Evangelio nos presenta esta última parábola, que tiene como protagonista a un padre con sus dos hijos. El relato nos hace conocer algunas actitudes de este padre: es un hombre siempre dispuesto a perdonar que espera contra toda esperanza

Sorprende sobre todo su tolerancia ante la decisión del hijo más joven de irse de cada: habría podido oponerse, sabiendo que todavía es un inmaduro, peor en lugar de eso le permite irse, incluso previendo los posibles riesgos.

¡Cuánta ternura! La misma actitud tiene el padre respecto al hijo mayor, que siempre permaneció en casa y ahora está indignado y protesta porque no entiende y no comparte toda esa bondad hacia el hermano que se ha equivocado… el padre sale también al encuentro de este hijo y le recuerda que ellos han estado siempre juntos, tienen todo en común, pero necesita acoger con alegría al hermano que finalmente ha regresado a casa.

Cuando uno se siente un pecador, se siente de verdad poca cosa o ‘sucio’ es uno el que va al Padre, pero cuando uno se siente justo y piensa que siempre hace las cosas bien, también el Padre le busca porque es un pensamiento malo, es la soberbia, es del diablo. El Padre espera a aquellos que se reconocen pecadores y va a buscar a aquellos que se sienten justos. Este es nuestro Padre.

Frases de Benedicto XVI acerca de la Parábola del Hijo Pródigo

Este texto evangélico tiene, sobre todo, el poder de hablarnos de Dios, de darnos a conocer su rostro, mejor aún, su corazón. Desde que Jesús nos habló del Padre misericordioso, las cosas ya no son como antes; ahora conocemos a Dios: es nuestro Padre, que por amor nos ha creado libres y dotados de conciencia, que sufre si nos perdemos y que hace fiesta si regresamos. Por esto, la relación con él se construye a través de una historia, como le sucede a todo hijo con sus padres: al inicio depende de ellos; después reivindica su propia autonomía; y por último —si se da un desarrollo positivo— llega a una relación madura, basada en el agradecimiento y en el amor auténtico.

Puede haber una fase que es como la infancia: una religión impulsada por la necesidad, por la dependencia. A medida que el hombre crece y se emancipa, quiere liberarse de esta sumisión y llegar a ser libre, adulto, capaz de regularse por sí mismo y de hacer sus propias opciones de manera autónoma, pensando incluso que puede prescindir de Dios.

Por suerte para nosotros, Dios siempre es fiel y, aunque nos alejemos y nos perdamos, no deja de seguirnos con su amor, perdonando nuestros errores y hablando interiormente a nuestra conciencia para volvernos a atraer hacia sí.

Los dos hijos representan dos modos inmaduros de relacionarse con Dios: la rebelión y una obediencia infantil. Ambas formas se superan a través de la experiencia de la misericordia. Sólo experimentando el perdón, reconociendo que somos amados con un amor gratuito, mayor que nuestra miseria, pero también que nuestra justicia, entramos por fin en una relación verdaderamente filial y libre con Dios.

Frases de San Juan Pablo II acerca de la Parábola del Hijo Pródigo

Por medio de la parábola del hijo pródigo, el Señor ha querido grabar y profundizar esta verdad, espléndida y riquísima, no sólo en nuestro entendimiento, sino también en nuestra imaginación, en nuestro corazón y en nuestra conciencia. Cuántos hombres en el curso de los siglos, cuántos de los de nuestro tiempo pueden encontrar en esta parábola los rasgos fundamentales de propia historia personal.

Efectivamente, el pecado es siempre un derroche de nuestra humanidad, el derroche de nuestros valores más preciosos. Esta es la auténtica realidad, aun cuando pueda parecer, a veces, que precisamente el pecado nos permite conseguir éxitos. El alejamiento del Padre lleva siempre consigo una gran destrucción en quien lo realiza, en quien quebranta su voluntad, y disipa en sí mismo su herencia: la dignidad de la propia persona humana, la herencia de la gracia.

El hombre debe encontrar de nuevo dolorosamente lo que ha perdido, aquello de que se ha privado al cometer el pecado, al vivir en el pecado, para que madure en él ese paso decisivo: “Me levantaré e iré a mi Padre” (Lc 15, 18). Debe ver de nuevo el rostro de ese Padre, al que ha vuelto las espaldas y con quien ha roto los puentes para poder pecar “libremente”, para poder derrochar “libremente” los bienes recibidos.

La certeza de la bondad y del amor que pertenecen a la esencia de la paternidad de Dios, deberá conseguir en él la victoria sobre la conciencia de la culpa y de la propia indignidad. Más aún, esta certeza deberá presentarse como el único camino de salida, para emprenderlo con ánimo y confianza.

Preguntas para profundizar acerca de la Parábola del Hijo Pródigo

¿Por qué la parábola del Hijo Pródigo es también la Parábola del Padre Misericordioso?
Nos muestra el corazón misericordioso de Dios, que conoce nuestra fragilidad, nos tiene paciencia, y apuesta una y otra vez por nosotros. Nos devuelve nuestra dignidad de hijos y celebra una fiesta en el cielo por nuestro regreso.

¿Cómo refleja la parábola del Hijo Pródigo nuestro proceso de conversión personal?
Expresa las etapas de maduración en nuestro crecimiento espiritual, que van desde la toma de conciencia, el arrepentimiento, la puesta en camino hacia la Casa Paterna y la reconciliación definitiva con el Padre que siempre ha estado a la espera de nosotros, respetando en todo momento nuestra libertad de hijos suyos.

¿Por qué el hermano mayor también necesita de la misericordia del Padre?
Porque aunque es un verdadero cumplidor de los preceptos divinos, en el fondo de su corazón hay mucha mezquindad, hasta el punto de no ser capaz de alegrarse por el regreso de su hermano y menos aún de que el Padre lo haya perdonado. Vive una obediencia sin amor.

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