“El arte más noble es hacer feliz a los demás”. (Phineas Taylor Barnum)

 

“El Gran Showman” es un musical biográfico dirigido por Michael Gracey que se basa en la historia real de P. T. Barnum, un estadounidense que se dio a conocer por fundar el famoso “Ringling Brothers and Barnum & Bailey Circus”. Hugh Jackman da vida al protagonista, un visionario para su época que creó el espectáculo más grandioso de mitades del siglo XVIII, conocido como el “Greatest Show on Earth” (“El mejor espectáculo de la Tierra”). Era una celebración sin precedentes, superando todo lo que podían imaginar los espectadores de aquellos tiempos.

Zac Efron tiene palabras de elogio para Michael Gracey, director de la cinta, quien en su opinión “ha intentado algo que no se hacía hace mucho tiempo”, al llevar una historia real a la ficción que recalca la importancia de “quererse a uno mismo y querer a los demás por quiénes son”. Quise rescatar esa apreciación que hace Efron a la película, como uno de los argumentos más importantes que contiene, pues creo que tienen mucho que enseñarnos.

En primer lugar, quererse a uno mismo y a los demás, tiene como telón de fondo el amor. Es decir, la única manera de aceptar la propia identidad, con sus luces y sombras, virtudes y defectos, es gracias al amor. Ese amor permite la aceptación personal y la aceptación de los prójimos. No lo superficial, sino lo más importante que cada uno tiene: el corazón, su propio interior. Quiénes significan para uno las personas con las que vivimos o hacen parte de nuestro círculo vital.

Hablemos un poco sobre la aceptación personal. Hay una virtud clave para vivir esta aceptación: la humildad. Reconocernos a la luz de la Verdad. Tener la valentía de reconocer la Verdad de uno mismo. Lo bueno y lo malo. Lo positivo y lo negativo. Si no edificamos nuestra vida sobre ese fundamento, fácilmente nos desmoronamos ante cualquier embate de la vida, que está llena de dificultades y sufrimientos. Si no somos humildes, vivimos engañándonos a nosotros mismos. Vivimos una mentira existencial,  creyendo ser otros que realmente no somos. Así es imposible que nos realicemos personalmente, conozcamos el sentido de la vida y podamos ser felices. Esa aceptación personal también es la puerta de entrada para vivir un encuentro y comunión auténtica con los demás. Todo lo opuesto a buscar obsesivamente la aceptación y valoración de los demás, llegando al punto de venderse a uno mismo, haciendo cosas que pueden ir en contra nuestros principios, con tal de complacer a los demás. Mirarnos con amor, permite reconocer el valor que tenemos, más allá de las distintas características y personalidad que tengamos.

Para querer a los demás, debemos sobretodo, aceptar y aprender a convivir con sus problemas. La razón es más o menos obvia. Aceptar y vivir con alguien que solo tuviera virtudes y bondades, sería mucho más fácil. Pero la vida no es así y no existe ninguna persona perfecta. Las personas no solo tienen problemas que dificultan nuestras relaciones fraternas, sino que muchas veces, esos defectos pueden llevar a maltratos y ofensas, que deberían ser perdonados por nosotros. Sino el rencor y la ira empiezan a oscurecer nuestro corazón,  haciendo cada día más difícil la convivencia. Solamente el amor permite que perdonemos las ofensas, especialmente de los que más amamos. Sin el perdón – fruto del amor – es prácticamente imposible compartir la vida con otra persona. Así como para uno mismo, el amor nos permite ir más allá de lo aparente y superficial y reconocer la belleza que todos tenemos en nuestros corazones. Pero esa mirada más allá de lo superficial – que queda claramente estampada en la película, por la manera como se relaciona Jackman con esos personajes “raros” – exige un acto de amor, que renuncia a las opiniones o “cualidades” aprobadas y reconocidas por el mundo, valorando lo que cada uno tiene en su corazón.

Finalmente, la felicidad que tanto queremos vivir, y que deseamos para los demás, implica el esfuerzo generoso y sacrificado por comprometerse e involucrarse con la vida de los demás. El amor es justamente eso. Generosidad, sacrificio, entrega, dedicación, servicio, tiempo y preocupación por los demás. Dejar de pensar solamente en uno mismo y “separar” unos momentos de mi cotidiano para salir al encuentro del otro. Tanto es así, que mi felicidad pasa necesariamente por la felicidad de los demás. Somos felices en la medida que hacemos felices a los demás. Ese el camino del amor. Para los que somos cristianos es algo muy claro de comprender. El ejemplo de Cristo es la manifestación clara de alguien que no dudó en entregar hasta la última gota de sangre por nosotros. Pareciera como si uno estuviese renunciando a la propia vida, a la propia felicidad. Escuchamos tanto frases como: “Ahora sí, voy a dedicar tiempo para mi mismo”. En realidad, involucrarse y sacrificarse por los demás es vivir lo más noble que estamos llamados por Dios a vivir: el Amor. Y es por eso que nos hacemos felices. Porque es el Amor el verdadero camino a la felicidad. Obviamente, hablamos de un auténtico amor. No ese amor superficial y muchas veces sensual que nos quiere enseñar el mundo. Pero esto ya sería materia para otra reflexión.

Entonces, ya sabemos. Es queriendo a los demás, entregándonos amorosamente por los que tenemos alrededor como seremos cada día más felices. Como dice Barnum: “Lo más noble que podemos vivir, es hacer feliz a los demás”.

Pablo Augusto Perazzo

Pablo nació en Sao Paulo (Brasil), en el año 1976. Vive en el Perú desde 1995. Es licenciado en filosofía y Magister en educación. Actualmente dicta clases de filosofía en el Seminario Arquidiocesano de Piura.
Regularmente escribe artículos de opinión y es colaborador del periódico “El Tiempo” de Piura y de la revista "Vive" de Ecuador. Ha publicado en agosto de 2016 el libro llamado: “Yo también quiero ser feliz”, de la editorial Columba.

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