En primer lugar, debemos tener muy claro que no es correcto “etiquetar” a todos los jóvenes de una generación dentro de características comunes a todos. Es decir, después de una pequeña investigación se puede uno percatar de que los más interesados en etiquetar a las distintas generaciones son las empresas publicitarias, que resumen en una serie de características a un grupo generacional, dándoles así un nombre, lo cual les facilita el trabajo para “adecuarse” lo mejor posible a las últimas tendencias.

La última generación apodada es la “Z”. Los “nativos digitales”, chicos nacidos alrededor del año 2000. Son los que hoy en día están en el colegio, hasta los que están por terminar la universidad, quienes comparten características muy similares a los millenials. Sin embargo, tienen una característica única que los hace muy fácil de diferenciar: el hecho de que nacieron en un mundo totalmente inmerso en la tecnología. Son chicos que difícilmente pueden imaginarse un mundo sin la tecnología.

Aunque sea cierto lo dicho anteriormente –sobre lo difícil que es “encajonar” una generación bajo una etiqueta–, en este caso la característica del nacimiento con el “chip incorporado” es algo que se puede aplicar de modo general. Ahora, de la nomenclatura generacional, a la descripción de características que, supuestamente, tienen todos los pertenecientes a dicha generación, ya es un asunto muy distinto. Como narra el dicho: “Del dicho al hecho, hay mucho trecho”. Las características de una persona pueden ser muy distintas, de acuerdo con las diferentes y variadas experiencias de vida que cada uno tiene, lo cual hace imposible determinar cómo son los nacidos en los mismos años. Por ello, lo que se busca son algunas “variables” que sean comunes a todos. En el caso de la generación “Z” es el hecho de nacer inmersos totalmente en la tecnología.

Por ello, se pueden hacer una serie de afirmaciones generales en relación con la manera en que sus vidas se ven afectadas por la tecnología. No se puede negar que la tecnología cambió la manera de acercarse o involucrarse con la realidad. Este hecho sobrepasa algo que conocemos todos muy bien y lo decimos: “Cada uno es único e irrepetible”. Sigue siendo un hecho que cada chico es único, no sólo por su personalidad o características de nacimiento, sino por la educación, la cual es una variable fundamental, más allá del tiempo histórico en que vivamos. Incluso cuando hablamos de la tecnología –motivo de este artículo– también es una herramienta, muy potente y desarrollada, que sirve para la educación. La diferencia está y será siempre la individualidad de cada persona. Su propia identidad, su educación, su entorno, su familia, su religión, sus propias opciones personales. Estas son algunas características que siempre marcarán la diferencia de cada persona. Así será siempre. Independientemente del desarrollo tecnológico o imposiciones culturales. Una persona siempre será única e irrepetible. Así es la naturaleza. Eso nunca cambiará. Vivir en una familia estable o una disfuncional, el amor de una madre hacia el hijo, la educación en valores humanos o religiosos, siempre marcará la diferencia.

¿Por qué hablar, entonces, de una “generación Z”? ¿Existe? ¿Cuáles son esas características que podemos atribuir de modo general a todos estos nativos digitales? ¿Cómo es su mundo? ¿Quién no ha escuchado una frase como ésta: “antiguamente los tempos eran más fáciles”? Nada más lejano a la realidad. Problemas siempre han existido: Guerras, violencia, terrorismo, desigualdades sociales, pobreza, miseria, corrupción, crisis familiares, angustias, tristezas, etc.… la lista podría ser interminable. Pero sí hay una diferencia muy clara y contundente que diferencia el mundo en el que vivimos con el de antes: la tecnología. Obviamente, como decía anteriormente, la educación que se recibe en la familia y el colegio puede hacer la gran diferencia entre “dominar o ser dominado” por la tecnología.

Brevemente quiero resaltar tres “características” de la tecnología que han cambiado la “percepción” del mundo, la visión que tiene el hombre de sí mismo y el modo como todo esto influye en nuestra relación con Dios. Uso la palabra “percepción” a propósito, pues el mundo, hombre y Dios no han cambiado, más allá del desarrollo que vivimos. Nos parece que se nos hace más y más complicado entender lo que está pasando. Pero el problema no es el desarrollo, que puede traer un componente trascendental de cambio, sino cómo están acostumbrados muchos a entenderse a sí mismos, a Dios y al mundo, con la nueva variable de la tecnología que surge en el tablero. Más allá de este breve excurso, son tres las características fundamentales del cambio: la globalización, la velocidad de los cambios y una “nueva realidad” virtual.

El fenómeno de la globalización ha cambiado radicalmente la manera de “mirar” el mundo. Lo que sucede en Australia puede conocerse en cuestión de segundos en América Latina. Esto revolucionó no sólo las relaciones familiares y el mundo de negocios, sino la difusión masiva tanto de criterios y valores buenos, así como malos. Todo esto puede tener sus pros, así como sus contras. La información que se maneja en Internet es casi infinita, interminable. El punto es cómo se utiliza esa información. Y no sólo eso; pienso también que, de forma muy solapada, la tecnología sustituye el lugar que ocupa Dios. ¿Por qué lo digo? Sabemos que el vacío que experimentamos en nuestro corazón de una felicidad infinita, poco a poco descubre en Internet una infinita cantidad de información, que, además, pareciera tener las respuestas a todas nuestras necesidades. De nada sirve un montón de información, si la persona no tiene la formación para saber cómo organizarla y sacarle provecho.

Luego, otro cambio –probablemente más aparente– es la velocidad y rapidez como suceden las cosas. La tecnología pareciera como si nunca fuera permanente. Es decir, cada 2 o 3 semanas sale un nuevo modelo de “Smartphone”; las computadoras son cada vez más potentes; las películas y series, hasta los dibujos animados, tienen que tener cada vez más emociones, colores, ruidos, etc.…Los niños y jóvenes son muy capaces y tienen un espíritu fuerte de pertenecer a grupos. Pero todo ello no sirve si no tienen a alguien que los acompañe, por lo menos hasta que puedan “manejarse” por sí mismos. Otro fenómeno, en esa línea del cambio es lo que algunos estudiosos llaman el zapping o el crolling. Es el “botoncito” del medio del mouse, que sirve para subir o bajar la pantalla. Se dice de los jóvenes que son capaces de pasar, en algunos casos, hasta 2 o 3 horas frente, por ejemplo, al Facebook. “Enchufado” al WhatsApp, colgando fotos en Instagram, haciéndose “selfies”, etc.… esto hace que poco a poco el chico tenga una tendencia al individualismo y al egocentrismo. Cómo ya he dicho, no se aplica a todos por igual, ni tampoco repercute de la misma manera. El punto es que en sí mismos esos “aparatos” no encaminan a esa autonomía, aunque tengas más de 1500 amigos, 700 seguidores en Instagram, etc.…

Finalmente, está el problema de cómo el chico que nació y creció con la tecnología percibe la “realidad”. Esto merece un párrafo aparte, por la importancia que deben considerar los padres y educadores acerca de este punto. Es muy difícil formar a jóvenes con bases sólidas, con fundamentos profundos, que no cambian cada 2 o 3 semanas. Como decíamos, aspectos como los cambios veloces, el zapping, el manejar tanta información sin ningún tipo de formación, terminando por minusvalorar, o mejor dicho, no valorar “informaciones” básicas para el sano desarrollo humano de la “criatura”.

Aparentemente, para personas que han nacido en años anteriores al 2000: cuanto más tiempo antes, más fácil puede entenderse lo siguiente. Para un chico que nació en un ambiente tecnológico, resulta difícil diferenciar lo real de lo tecnológico. Es decir, no es difícil que un joven actual crea que lo que sucede en las redes sociales o grupos de diferentes programas o aplicaciones, sea –digámoslo así– una realidad paralela. Una “dimensión” en la que es mucho más fácil tener amigos –mucho tienen más de “mil amigos”–. Algunas veces incluso no se muestran como realmente son, sino que crean uno o más personajes. Vale la pena recalcar que no se muestran como realmente son, incluso en la “máscara” de la tecnología, con sus redes sociales. Para estos, las relaciones interpersonales, en muchos casos, son bastante más complicadas. No se tiene un ícono, o un “escape” para “salvarse” de una posible situación embarazosa. Eso complica la necesidad que tenemos todos para vivir la famosa y necesariamente real expresión: “Amar y ser amado”. Entregarse verdaderamente y dejarse ser amado. El amor no se transmite por cables o por el Wi-Fi. Además, cuanto más “viven” inmersos en ese “mundo tecnológico virtual”, más alejados o desencarnados están de la realidad “verdadera” (valga la aclaración).

Mejor dicho, estos “Z´s” pueden tener muchísima información, conocer muchas más cosas que cualquiera de nosotros, pero difícilmente buscan ese contacto con la realidad que los enfrenta a sí mismos. El color, la música, los chats, programas, ventanas, juegos, fotos… constantemente los sacan de sí mismos, alejándolos cada vez más, no sólo de la realidad –como decíamos anteriormente– sino de sí mismos. Responder a preguntas como: ¿Quién soy? o ¿Cuál es mi misión en esta vida? se tornan cada vez más lejanas para un chico que “viaja” por Internet, algunos hasta más de 3 horas, sin contar tareas o trabajos que tengan que hacer.

Si nos estamos entendiendo hasta aquí, debemos afirmar que el amor y la seguridad son esenciales para educar al joven en el sano camino de la felicidad. Amar y ser amado. El camino del amor es el camino hacia la felicidad. Estamos hechos, diseñados para vivir esa dimensión de encuentro con los demás. La entrega, el servicio, la donación, el ayudar a la otra persona, realiza una vocación que tenemos todos para salir al encuentro de los demás. Obviamente, ser amados también es algo que necesitamos. ¿Quién no quiere ser amado? Vivir encerrados, como en una burbujita de cristal, nos aleja cada vez más de los demás y paradójicamente de nosotros mismos, pues es en el encuentro con los demás que yo me descubro a mí mismo, y me realizo como persona. En relación con la seguridad… ¿quién no quiere sentirse seguro? Así como queremos todos ser felices, también tenemos una necesidad de sentirnos seguros. Para ello, la única manera es “agarrarse” de algo que tenga un buen fundamento. Que sea permanente, que no cambie, pase lo que pase.

Visto desde otra perspectiva, no sólo se trata de atenerme a alguien que me sostenga, sea cual sea la situación, sino que me revele mi verdadera identidad. Alguien que pueda responderme preguntas como: ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Cuál es mi Misión? Afirmarme en mi identidad. Saber quién soy. Esa es una de las preguntas más importantes de la vida. Sólo sabré como vivir, en la medida en que sé quién soy. Si no me conozco, no sé cómo vivir de acuerdo con mi identidad, y por lo tanto, nunca podré realizarme y ser feliz. ¿Quiénes mejor que Dios y la familia para ayudarme en ese sentido? Así mismo, juega un papel decisivo la diferenciación; es decir, que me quede claro la diferencia entre tú y yo. Yo soy yo, y tú eres tú. Se trata de una relación entre dos personas distintas. Parece algo sin sentido este punto. Pero es muy importante, pues supone un grado maduro de conciencia personal. Exige de mi parte que sepa muy bien quién soy, y por lo tanto, distinto de otros y otras, con quienes estoy llamado a relacionarme. Esta “postura o actitud” del joven, demuestra que ya tiene la madurez y seguridad necesaria para relacionarse con las demás personas, si miedo de ser quién es, pues –repito– ya tiene esa seguridad.

Ahora que tenemos “un poco más clara” la noción de felicidad, o el camino a la felicidad –y digo “un poco”, pues realmente he esbozado apenas algunos rasgos de lo que podríamos decir– podemos entender mejor (como lo decíamos anteriormente) cómo ciertas características de un mal uso de Internet pueden alejarnos de la felicidad. Aunque, paradójicamente, podría a la vez ser un instrumento excelente que nos ayude a crecer en la propia realización personal.

Teniendo el panorama al que nos enfrentamos en cuenta, podemos sugerir algunos consejos que, ojalá, sirvan de aliento y fortaleza para formar y educar a nuestros jóvenes actuales. Iluminar también, de alguna manera, a los profesores y tutores, que tienen a cargo la titánica responsabilidad de formar a estos chicos, para que se puedan desenvolver correctamente en este mundo tecnológico, sin que la interacción con la dimensión tecnológica sea un estorbo, sino más bien un aliciente positivo para una auténtica felicidad.

En primer lugar, si queremos encontrar respuestas y “soluciones” a los problemas que vemos hoy en día, debemos empezar por entender y aceptar las dificultades. Yo mismo, en primer lugar, y luego, poder transmitir eso a los jóvenes. Como dicen: “Más vale prevenir, que remediar”. Sobre qué cosas o problemas nos enfrentamos en esa lucha heroica por la felicidad ya lo hemos desarrollado en otros artículos. Ahora quiero detenerme en consejos y “tips” que pueden muy bien orientar nuestras actitudes, posturas y maneras de “manejar” la tecnología, que tenemos al alcance de la palma de la mano. Luego de una toma de conciencia y explicación de los posibles daños que puede ocasionar en personas incautas, que se dejan prácticamente “dominar” por la tecnología, conviene explicar cuáles son los nuevos retos que presenta la tecnología para las generaciones actuales.

Recordemos simplemente lo que ya dijimos del egocentrismo y cerrazón a las que pueden llevar los equipos tecnológicos. Vale la pena recordar que no experimentan los jóvenes todo esto de modo igual. Como ya dijimos es esencial la educación, la familia, el colegio, etc.… Otro asunto que es importantísimo ayudar a esta nueva generación, es a vivir el “auténtico amor”. No los “1500” amigos, 893 seguidores y 500 que les gusta mi página personal. El amor se vive “face to face”. Sin esas relaciones interpersonales es imposible aprender el Amor. Además, enseñarles dónde deben poner su necesidad de seguridad. No creer que la tecnología podrá brindar la seguridad que tanto necesitamos. Otro consejo fundamental es educar a los jóvenes en la paciencia, perseverancia, compromiso, dedicación y esfuerzo. Todas estas virtudes, valores o actitudes ante la vida, no se aprenden en Internet. Son “cosas de la vida REAL”.

Las tres “instituciones” fundamentales para un joven en formación: Dios, la familia y los amigos, nunca están perfectamente equilibradas en la vida de cualquiera de nosotros. Pero, gracias a Dios, aprendemos a equilibrarnos apoyándonos más en una que otras. Y aquí surge una pregunta importante: de manera consciente y explícita, voy a hacer una afirmación exagerada, para que sea más fácil entender lo que diré a continuación. ¿Qué sucede con un joven, en su pubertad o adolescencia –época principal dónde los chicos se hacen preguntas trascendentales en su vida– que no es guiado, educado, formado… o, que simplemente, no encuentra respuestas en ésas tres instituciones? El único “lugar” dónde puede encontrar respuestas es en el mundo (y me refiero al “mundo” en términos negativos, es decir, una cultura de muerte, de anti valores, etc.…)

Ese “mundo”… ¿Qué le propone a un joven en esa situación? Lo que ya conocemos como los sucedáneos del placer, tener y poder (Si alguien quiere saber más sobre esto, puede hacernos un comentario o escribirnos, para hacer un artículo al respecto). Cuanto más metidos están en esas mentiras, que los alejan más y más de su auténtica felicidad, más complicado es el camino de vuelta. No quiero abundar en este tema, pues mucho ya se ha escrito (y he escrito) sobre esto. Lo que sí quiero mencionar ahora es cómo la variable de las tecnologías dificulta todo esto, si es que el adolescente no tiene una buena formación y educación, lo cual es cada vez más el “pan de cada día”. Cómo decíamos anteriormente, el egocentrismo e inseguridad que genera la tecnología, sumado a problemas exponencialmente multiplicados en la línea del placer, tener y poder, hace más difícil una toma de conciencia realista y encarnada de cómo uno está viviendo engañado. Además, la “infinita” información que existe en Internet, poco a poco reemplaza el lugar que tiene Dios. Esa felicidad infinita que tanto anhelamos es sutilmente satisfecha por la tecnología infinita, más que por Dios. A todo esto se debe sumar la manera como la tecnología mal aprovechada nos aleja de los demás, en vez de acercarnos. Esto último puede sonar un disparate, pero les invito a que piensen lo siguiente: ¿Cuántos de los “1500” y “800” que tienes son realmente tus verdaderos amigos? ¿Cuáles son las cosas importantes de tu vida que cuelgas en el FB, Instagram, o lo que sea…? Por otro lado… ¿Con cuántos amigos de la vida “real” te sientas a conversar un rato? No me refiero, por si acaso, a chatear, o compartir memes, o anécdotas, etc.… para eso hay gente que “dedica su vida”. ¡Qué triste!

Bueno, no pretendamos agotar todo el tema en este artículo. Estén atentos pues seguiremos profundizando en la manera de vivir y pensar de nuestros jóvenes actuales. No es algo para tomar a la ligera. Son los hombres y mujeres que en menos de 35 años llevarán las riendas de nuestra cultura.

Pablo Augusto Perazzo

Pablo nació en Sao Paulo (Brasil), en el año 1976. Vive en el Perú desde 1995. Es licenciado en filosofía y Magister en educación. Actualmente dicta clases de filosofía en el Seminario Arquidiocesano de Piura.
Regularmente escribe artículos de opinión y es colaborador del periódico “El Tiempo” de Piura y de la revista "Vive" de Ecuador. Ha publicado en agosto de 2016 el libro llamado: “Yo también quiero ser feliz”, de la editorial Columba.

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