Artistas declarados católicos hay muchos y muy variados. Encontramos algunos que han dejado grandes legados, como Salvador Dalí, Gabriela Mistral, J.R Tolken, Chesterton y Chabuca Granda. Otros más actuales que gozan de gran prestigio y fama, como Paul David Hewson (Bono de U2), Jim Caviezel, Andrea Boccelli o Eduardo Verástegui. Si bien puede que estos personajes vivan su fe en diferentes grados de coherencia, todos comparten al menos tres cosas: que son artistas, que se declaran católicos y que sus manifestaciones estéticas no son, necesariamente, de carácter sacro1. Jim Caviezel, por ejemplo, ha trabajado en el último tiempo de su vida en una serie llamada Person of Interest, conocida por la acción, el drama y el romance, pero en ningún caso, por ser una producción cristiana. Sin embargo, declaró que aceptó actuar en esa serie por una concepción de su misión como cristiano2.

La Iglesia católica entiende que el arte “tiene que elevar al hombre, conmoverlo, hacerlo mejor y en definitiva llevarlo a la adoración y la acción de gracias a Dios”3.  Bajo esta concepción, la labor estética tendría una íntima relación con lo religioso. Para los artistas de hoy esta descripción puede generar una cierta confusión: sabemos que existen obras geniales que tocan lo profundo del corazón humano, que no parecen tener necesariamente un carácter sagrado, como el arte abstracto, el rock contemporáneo, la danza moderna, la intervención callejera y otros muchos ejemplos.

Por otro lado, sabemos que la misión de todo cristiano y, principalmente, la del laico es cooperar con el anuncio del Evangelio en el mundo4, y que, si el arte es solamente una expresión litúrgica, bíblica o de carácter dogmático, esas obras no van a llegar a las personas que están fuera de la Iglesia. Descubrimos, de manera aparente, una doble realidad, donde una sería la finalidad del arte como alabanza a Dios, y otra distinta, la inserción en el mundo.   

Todo lo dicho genera preguntas como: ¿Es acaso el arte sacro más cristiano que el así llamado secular?5 ¿Es acaso uno religioso y el otro mundano? Bajo la definición que nos da la Iglesia, ¿cómo podemos entender el arte que sale de las puertas de la Iglesia? ¿Se puede aceptar una frase como la de Caviezel cuando aparentemente no está evangelizando?

Para comprender esto debemos dar algunos pasos hacia atrás y remontarnos a los contenidos de la Revelación que hablan de la creación del mundo. Ahí es donde podemos encontrar las luces que estamos buscando para iluminar la vocación del artista.

La finalidad de la creación y del cristiano

El Concilio Vaticano I llegó a la conclusión de que la finalidad de la creación es tanto manifestar la perfección de Dios por los bienes que da a las criaturas, como también darle gloria6. Esto no significa que Dios haya formado al mundo para auto-complacerse en la alabanza. Monseñor Luis F. Ladaria, secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe, explica que esto podría entenderse así cuando no se toma “en cuenta de manera explícita el cristocentrismo de la creación-y si se quita-la referencia a Cristo de la noción de gloria”7. Dios creó todo gratuitamente, Él no necesita del amor de otro.

Justamente San Pablo habla de este cristocentrismo mencionado por Ladaria cuando escribe que “Él es imagen de Dios invisible, primogénito de toda la creación, porque en Él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la Tierra, las visibles y las invisibles…todo fue creado por Él y para Él” (Col. 1, 15-16). Según este relato, Cristo es la gloria misma de Dios.

A la vez, si nos enfocamos en la creación del hombre, lo encontramos como centro del cosmos. El Génesis dice que éste fue hecho a imagen y semejanza de Dios (Gn. 1,26). Así mismo, encontramos en estos pasajes una especial relación de Dios con nosotros respecto de las otras criaturas8.

Tanto la centralidad en Cristo como el antropocentrismo descrito hasta aquí guardan una estrecha relación. Si la gloria de Dios está en Cristo, y el hombre-centro de la creación- ha sido creado a su imagen, la gloria está también en que el hombre viva como Cristo vivió. Justamente lo que vino hacer Jesús fue mostrarnos nuestra verdadera vocación humana. Por eso el Concilio Vaticano II afirma que el “misterio del hombre sólo se esclarece en el Misterio del Verbo Encarnado” (GS 22) Él, que se manifestó como el Camino, la Verdad y la Vida (Jn. 14,6) nos enseña la verdadera plenitud de ser persona, que está en estrecha relación con la plenitud de toda la creación.

Entendiendo esto es que podemos comprender el concepto de gloria de Dios y podemos afirmar, junto a Ladaria, que “la perfecta alabanza a Dios y la plenitud del hombre son pues lo mismo”9. Esta configuración con el Hijo a la que hemos sido llamados desde el principio de los tiempos es posible acudiendo a los sacramentos que nos dejó y, viviendo como Jesús viviría en nuestro lugar. Asunto que no se da solamente en realidades celestiales, sino en todo lo que es plenamente humano. Jesús predicó, rezó, instituyó el Bautismo, la Eucaristía y perdonó los pecados, eso es verdad. Pero también fue carpintero, peregrino, amigo y maestro.

El arte auténtico

Con lo dicho hasta aquí, podemos comprender que toda vocación humana tiene un sentido religioso, porque la plenitud humana y la divina son la misma vocación (Cristo era todo hombre y todo Dios). Por lo tanto, la composición artística, al igual que cualquier otra disciplina, debe estar al servicio del hombre, contribuyendo en la auténtica humanización. Al hacerlo, se convierte en algo religioso, sea un canto gregoriano o una canción de protesta en contra de la explotación infantil (por dar un ejemplo).

Si bien, esta configuración con Cristo es un llamado universal, en el caso de los artistas hay una seria responsabilidad. Como dijo Edith Stein (Santa Teresa Benedicta de la Cruz), filósofa y teóloga de la Iglesia, “es propio del artista representar en imágenes lo que interiormente le impresiona y pugna por manifestarse al exterior”10. Mientras el artista viva la vocación cristiana, más expresará la auténtica plenitud en su obra. Y así mismo funcionará como un puente que logre penetrar en el corazón de las personas para manifestar el auténtico sentido de sus vidas. San Juan Pablo II en su carta a los Artistas dice que “toda forma auténtica de arte es, a su modo, una vía de acceso a la realidad más profunda del hombre y del mundo.”11 Esto se da tanto en el artista mismo, como en la persona que es receptora de la obra.

Por ende, la autenticidad de una pieza original no está en si es sacro o laico, sino que esté en armonía con el Plan de Dios para los hombres. “Así entendido todo arte auténtico es una revelación y la creación artística un servicio santo”12. El arte verdadero nos revela cómo ser personas y esto se plasma más allá de la liturgia y lo sacramental.

El Papa Francisco en la Evangelii Gaudium hace una constante invitación a que los cristianos salgamos de nuestras zonas de confort y vayamos al mundo a anunciar el mensaje que nos trajo el Señor:  “Cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio.”13 El arte  actual es una periferia privilegiada en este sentido, pues tiene la capacidad de llegar a todas las personas, en todos los lugares, en realidades existenciales que muchas veces están muy alejadas de la Iglesia.  

La misión espiritual

“En los días precedentes-al último de la creación- como marcando el ritmo de la evolución cósmica el Señor había creado el universo. Al final creó al hombre, el fruto más noble de su proyecto, al cual sometió al mundo visible como un inmenso campo donde expresar su capacidad creadora”14 Esto es lo que el papa Juan Pablo II categoriza como la capacidad de ser artífices, que es en el fondo la capacidad que tenemos de ser co-creadores.

Lo dicho cobra un sentido especial en la labor estética, que utilizando los cinco sentidos15, trabaja con el cosmos mismo.  Esta creación no es solo la materia; nos dice la Biblia que Dios creó Cielo y Tierra, donde la primera representa las realidades invisibles. La obra artística tiene la capacidad de transmitir algo que va más allá de lo que se ve, se toca o se escucha y que existe en el mundo mismo.

Esto es posible, justamente, porque la persona humana es capaz de percibir valores espirituales tales como la bondad, la belleza o la sublimidad. En su libro La Estructura de la Persona Humana, Edith Stein nombra estos valores como espíritus objetivos16 y explica que es la parte más importante ante la percepción del mundo, ya que, la parte espiritual del hombre tiene una relación muy estrecha con su dignidad. Es este aspecto lo más valioso que hay en la creación artística, porque es lo que le da el sentido último. Así como en la obra de Dios se percibe el logos detrás de todo, el artista, imitándolo, produce una obra llena de sentido que transmite esos espíritus.

Todo artista coherente que comprenda este ángulo espiritual debería trabajar por transmitir ese logos yendo más allá de la materia misma con la que trabaja, aunque en ocasiones se vea tentado “a que se contente con la representación externa de la imagen, como si no existieran para él otras exigencias”17.

El amor: plenitud de la belleza

“El tema de la belleza es propio de una reflexión sobre el arte”18, sentenciaba el Papa polaco. Y este asunto se comprende mejor si consideramos las dos responsabilidades éticas que hemos profundizado hasta aquí: La primera, la búsqueda de la configuración con Cristo que influye de manera directa en la plasmación de la obra, la segunda, la preocupación por los espíritus objetivos que la obra debe transmitir. La belleza (como espíritu objetivo) es casi con certeza la más importante con el que trabaja la manifestación estética.

El más grande valor espiritual que nos reveló Cristo y que ha trascendido la concepción clásica de belleza, superando incluso la armonía material, es el amor. San Juan nos dice que Dios es amor (Jn. 4,8), por lo tanto, toda belleza brota del amor de Dios. Es así como podemos comprender que una imagen tan repugnante como la de un hombre masacrado y crucificado, sea tan bella para la historia de la Iglesia. Recordemos que la concepción de belleza siempre ha estado ligada a la de verdad y bien. Pues bien19, Jesucristo que es la Verdad y el Bien, se reveló en el amor hasta el extremo (Jn. 13,1), por lo tanto, amor y belleza pasan a ser prácticamente sinónimos.

Hay unas palabras del Papa emérito, Benedicto XIV, en una homilía pascual que encuentran gran sintonía con esta idea. Valiéndose de una analogía con el cirio pascual, se refiere a la expresión del amor de Cristo como a una gran luz que cautiva: “El simbolismo de la luz se relaciona con el del fuego: luminosidad y calor, luminosidad y energía transformadora del fuego: verdad y amor van unidos. El cirio pascual arde y, al arder, se consume: cruz y resurrección son inseparables. De la cruz, de la auto-entrega del Hijo, nace la luz, viene la verdadera luminosidad al mundo”20. La luz de Jesús, es la belleza que irradia su amor.

Esta idea del amor como expresión del bien21, es una clave para el diálogo muy importante para los exponentes del arte actual que hacen obras que muchas veces rompen con los esquemas clásicos -aunque no por eso dejan de tener un orden y una potencia creativa extraordinaria-. Sin embargo, si se aparta la mirada de este sentido profundo, y la obra se convierte en un arte nihilista, exitista o netamente materialista, entonces no podemos hablar de un arte cristiano.

Más allá del arte sacro

La vida religiosa del cristiano no está separada de su vida terrena, son parte de lo mismo, configurarse con el Verbo Encarnado, es vivir la plenitud humana. La misión del artista que trabaja con la creación es dar gloria a Dios con su misma vida, lo que conlleva que sus obras busquen lo mismo. Pero esto, si bien no lo excluye, no significa que el despliegue profesional de los artistas católicos deba estar delimitado en lo que se conoce como arte sacro.

Hoy, quizás más que nunca, el arte se ha convertido en un producto accesible para todas las personas. Expresiones como la música, las películas, la fotografía, el arte callejero y el diseño digital, aparecen como oferta en masa a un costo casi ridículo si se compara con otros tiempos. Estos centros de la creatividad transmiten espíritus objetivos que muchas veces están en disonancia con la plenitud de la vida humana. Por eso, la necesidad de artistas profundamente enraizados en Cristo que quieran hacer un arte para el mundo, sin caer en lo mundano, pero con la audacia creativa que ha caracterizado a los santos de todos los siglos.

Para terminar con un soplo de inspiración dejamos las palabras del Santo Papa Wojtyla: “Ya en los umbrales del tercer milenio-en el que nos encontramos hoy-, deseo a todos vosotros, queridos artistas, que os lleguen con particular intensidad inspiraciones creativas. Que la belleza que transmitáis a las generaciones del mañana provoque asombro en ellas. Ante la sacralidad de la vida y del ser humano, ante las maravillas del universo, la actitud apropiada es el asombro”.

1En realidad, sacro viene de sagrado, por lo que podría finalmente hacer alusión a cualquier expresión de belleza auténtica. Pero aquí con esta palabra nos referimos a expresiones que sean de claro contenido teológico, litúrgico o bíblico.

2https://www.aciprensa.com/noticias/jim-caviezel-protagonizara-secuela-de-la-pasion-de-cristo-actor-responde-en-entrevista-92776/

3Youcat 461

4S.S Pablo VI, Apostolicam Actusitatem, Vaticano 18 de noviembre de 1965, número 1.

5Secular viene de siglo, y es uno de los nombres que recibe el laico en la historia de la Iglesia.

6“Si alguien dijera que Dios ha creado no con una voluntad libre de toda necesidad, sino con la misma necesidad con que se ama así mismo, o negara que el mundo haya sido creado para gloria de Dios, sea anatema” (Dei Filius, c.5:DS 3025) Ver también DS 3002.

7Ladaria L.F, El Hombre en la Creación, Edición BAC, Madrid 2012, página 68.

8Idm. Página 92

9Ladaria L.F, El Hombre en la Creación, Edición BAC, Madrid 2012, página 71.

10Stein E, La Ciencia de la Cruz, Edición Monte Carmelo, Burgos 1994, Páginas 6 y 7.

11S.S Juan Pablo II, Carta a los Artistas, Vaticano, 4 de abril 1999, número 6.

12Stein E, La Ciencia de la Cruz, página 7.

13S.S Francisco, Evangelii Gaudium, Vaticano, 24 de noviembre 2013, número 20.

14S.S Juan Pablo II, Carta a los Artistas 1.

15La audición para escuchar, el tacto para tocar, la vista para percibir los colores, el olfato y el gusto para percibir el sabor y el olor de las cosas, estas más presente en la gastronomía y tal vez en expresiones más modernas de arte.

16Stein E, La Estructura de la Persona Humana, Edición Estudios y Ensayos BAC, Madrid 200, página 138.

17Stein, Ciencia de la Cruz, pag 7.

18S.S Juan Pablo II, Carta a los Artistas 3.

19Diccionario de Filosofía, Editorial Panamericana, Santafé de Bogotá 1997, página 43.

20S.S. Benedicto XVI, Homilía en la vigilia pascual, 11 de abril 2009.

21Juan Pablo II en la misma carta a los artistas define le belleza como expresión del bien. En el número 3.

22S.S Juan Pablo II, Carta a los Artistas 16.

© 2017 – Julio Cañas Oliger para el Centro de Estudios Católicos – CEC

Julio Cañas Oliger

Julio es chileno y cantautor. Es miembro del Sodalicio de Vida Cristiana. Actualmente reside en el Centro de Formación Nuestra Señora de Guadalupe (Perú).

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