Cada familia es única, con sus más y sus menos, con sus pros y sus contras; pero en esa conformación siempre me he preguntado: además de una línea sanguínea, ¿qué nos hace ser familia? ¿Cuándo pasamos de lazos sanguíneos a lazos fraternos que trascienden incluso la misma compatibilidad genética?

Hay personas que pasan en nuestra vida, con las cuales se da un vínculo fraterno que traspasa incluso el carácter de amistad y confidencialidad. Crees que las conoces de toda la vida, ellos te llegan a conocer y reconocemos que Dios nos bendice al ponerlas en nuestra vida.

No podemos desligar a nuestros padres, hermanos, primos, tíos, quienes al compartir con nosotros van formando un entorno y si lo pensamos mucho de lo que somos hoy en día, a ellos se lo debemos. Somos seres relacionales que crecemos en todos los campos recibiendo actitudes, modos de ser o de actuar de las personas con las que compartimos.

Uno no escoge en qué familia ha de nacer, pero sí escoge cómo constituir su familia en la manera como vamos estrechando vínculos y compartiendo situaciones cotidianas con otras personas que sienten la empatía. Recuerdo un texto que dicho en labios del Señor nos ilustra un poco mejor esta reflexión: «Jesús dijo al que le daba el recado: “¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?” E indicando con la mano a sus discípulos, dijo: “Estos son mi madre y mis hermanos. Tomen a cualquiera que cumpla la voluntad de mi Padre de los Cielos, y ése es para mí un hermano, una hermana o una madre”» (1)

Existen personas que comparten con nosotros en el trabajo, un hobby común, un proceso intelectual, e incluso una ideología y que con el paso del tiempo van formando lazos inquebrantables y que incluso a pesar de la distancia o de pasar algún tiempo sin compartir se siguen materializando en ese ser familia por experiencias e ideales comunes.

Aludiendo a mi experiencia personal creo que lo que más hace camino a la familiaridad y la fraternidad entre amigos es la confianza, el estar siempre dispuestos a decir la verdad, alabar los éxitos e incluso si es necesario a corregir aunque se generen momentos de incomodidad.

El diálogo es un ingrediente vital en las grandes relaciones sea de familia, de pareja o fraternas. El poder expresar lo que se siente y se desea hace producir una calidez en el ambiente e incluso cierta confidencialidad que nos lleva a experimentar momentos de confort y empatía con la persona que está a nuestro lado y por lo mismo sentir esa familiaridad.

En fin, cada quien puede tener una opinión igual o contradictoria; pero sí los invito a que evaluemos y examinemos qué personas brindan felicidad a nuestros días, a que les recordemos eso que hacen por nosotros, no dejemos pasar esos buenos instantes sin sentir gratitud; es mejor decirlo de vez en cuando a callar en nuestro corazón esas expresiones que pueden hacer feliz a quienes nos rodean.

(1) Mt 12,47-50

José Antonio Almeida González

José Antonio nació en Zapatoca, Santander (Colombia), en el año 1986. Ordenado sacerdote para la Diócesis de Socorro y San Gil; el 12 de marzo de 2016. Delegado Diocesano del servicio pastoral de la catequesis y Vicario Parroquial; en la parroquia Nuestra Señora de Chiquinquirá del Socorro Santander Colombia, colabora como asesor de la delegación Juvenil Diocesana.

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