¿Qué significa ser una persona feliz? Por lo general, cuando se nos pregunta si somos felices, suele suceder que la mayoría de las personas, automáticamente, responden que sí. Obviamente, nadie quiere ser infeliz. Por lo tanto, la respuesta afirmativa es casi como una “reacción instintiva”. Sin embargo, cuando se da la posibilidad de un diálogo entre el entrevistador, que tiene conocimientos y criterios básicos sobre la felicidad, y el entrevistado, lo que aparentemente resultaba obvio, ya no es tan seguro. La pregunta natural es: “¿Por qué sucede eso?”.

Una vez iniciado el diálogo, la persona se empieza a hacer una serie de preguntas fundamentales como: “¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Hacia dónde voy? ¿Qué sentido tiene mi vida?”. Entonces, vemos distintas reacciones. Personas que nunca se hicieron preguntas así; otras que no se esforzaron por responderlas; en otros casos, intentaron de muchas maneras, pero no lograron encontrar respuestas satisfactorias y terminaron resignados. Pocos son los que responden estas preguntas con profundidad y un realismo, que sacia la sed de sentido que experimentamos en nuestra vida.

Vale la pena hacer explícito que las respuestas a estas preguntas no son teóricas. Es decir, obviamente para responderlas tratamos de categorizar teóricamente las respuestas. Sin embargo, la dificultad para responder estas preguntas está en el hecho que cuestionan la forma como cada uno vive su vida. Es decir, responder honestamente a dichas preguntas, nos obliga a mirar el interior del propio corazón y darnos cuenta de la manera como estamos “aprovechando” nuestra corta existencia. La manera y sentido que le damos a nuestra vida, es consecuencia de la manera como respondemos a esas preguntas fundamentales. Decimos “fundamentales”, pues son justamente los fundamentos sobre los cuales “construimos” nuestras vidas.

Regresando, entonces, a nuestra pregunta inicial: “¿Eres feliz?” Teniendo en cuenta esas preguntas fundamentales, y las distintas maneras como cada uno responde a esa serie de preguntas, nos damos cuenta quiénes son realmente felices, como indican ser, y quiénes no. Obviamente, sabemos que la vida no es blanca o negra, siempre tiene tonalidades de grises, lo cual hace un poco más difícil toda esta reflexión. ¿El resultado? Tal vez te consideres una persona feliz, pero si profundizas y empiezas a tomar conciencia de cómo es realmente tu vida, puede que no seas tan feliz como crees.

Si bien podemos darnos cuenta lo esencial que es toda esta reflexión, las personas que piensan ese “tipo de cosas” no son la mayoría. La mayoría de la gente, cuando empieza a preguntarse y mirar la propia vida como en espejo, se hace la siguiente pregunta: “Y yo, ¿soy en realidad una persona feliz?”. Esas preguntas abren los ojos sobre aspectos en los que usualmente no ponemos la atención. Tenemos tantas cosas de qué preocuparnos, que reflexiones de ese tipo, normalmente, no las hacemos, pues exigen mucha valentía y la posibilidad de darse cuenta que no estás viviendo de manera tal que estés en dirección a la felicidad.

Es necesario ese examen de conciencia, para traer claridad a una dimensión de la vida, que no estamos acostumbrados a tener muy en cuenta. Cómo decía anteriormente, tenemos miedo de percibir, que en realidad, no somos felices como quisiéramos. El asunto se pone peor aún, cuando nos damos cuenta que no tenemos las respuestas a esas preguntas.

Así que, no es tan difícil entender, por qué instintivamente uno dice ser feliz, pero cuando se pone realmente a reflexionar sobre la propia vida, empieza a darse cuenta, que falta mucho camino por recorrer, para con tranquilidad y honestidad decir: “Yo sé cómo vivir la felicidad”.

Otro motivo, además de la posible superficialidad, es la manera como tratamos de racionalizar la propia experiencia de vida, ocultándonos en la mentira, para no aceptar realmente, que estamos lejos de la felicidad y reconocer que hay una gran diferencia entre nuestra percepción general y la realidad que vivimos. Somos expertos en engañarnos a nosotros mismos. Como ya vimos al comienzo nadie quiere decir que es infeliz. Si a esto sumamos el hecho, que el mundo nos engaña con una serie de propuestas que son sucedáneos de la felicidad, la cosa se pone aún peor.

¿Qué intento decir? En algunos casos, hay personas que dicen ser “realmente felices”, pues poseen mucho dinero, carros, una casa de lujo o tienen una seguridad económica suficiente para no tener mayores problemas en la vida. A veces también caemos en el engaño de los placeres. Creemos que el hecho de tener una vida muy placentera – que puede manifestarse de muchas maneras – somos realmente felices. Por último, están los que depositan su felicidad en el hecho de ser personas importantes, con mucho poder. Poner la seguridad de nuestras vidas en el placer, tener o poder, es terreno fértil para la infelicidad. Ninguna de esas tres cosas puede saciar el anhelo infinito que tenemos todos de encontrar esa  felicidad. Son cosas pasajeras, materiales, sin mucho sentido. En sí mismos no están mal. Pero si el sentido de mi vida es el placer, poseer cosas, o querer ser un personaje importante en la sociedad, entonces mi “felicidad” no es más que una mentira existencial.

No quiero terminar esta reflexión sin antes dar unas cuantas pistas para caminar hacia la verdadera felicidad. Sería muy perverso, cuestionar las maneras como muchos vivimos y no ofrecer respuestas que necesitamos para descubrir la felicidad, o por lo menos, el camino que debemos recorrer. Por si acaso, no pretendo presentar la fórmula mágica para ser feliz. Tampoco puedo ser tan ambicioso en esperar que estos consejos, automáticamente brindarán la felicidad que tanto queremos. El punto crucial siempre está en la opción personal que cada uno hace, en el momento que elige cuál es la verdadera felicidad y, finalmente, qué tan dispuesto está cada persona en hacer los cambios necesarios, si se dan cuenta que no están viviendo de acuerdo a las actitudes y valores indispensables para lograr la felicidad. Quiero mencionar tres cosas que a mi modo de ver son esenciales en ese camino. Cada uno debe cuestionarse y reconocer si está o no de acuerdo con esas sugerencias.

El primer paso, es emprender el camino del conocimiento personal. Alguien que no se conoce no podrá nunca saber cómo vivir. Para ello es fundamental la relación con los demás. En última instancia con Dios mismo. Es como si entraras en un cuarto a oscuras. Si no quieres golpearte o hacerte daño, abres las ventanas, prendes la luz. Pregúntate: “¿Quién es el que puede alumbrar mi corazón?” La respuesta la dejo abierta. Sólo trata de buscar en el fondo de tu corazón, esa luz que te quiere alumbrar.

Segundo, piensa, reflexiona. Sé crítico con el mundo que nos ha tocado vivir. Muchas cosas son hermosas, pero otras son mentirosas. No compres los productos falsos que quieren engatusar tu hambre interior. Busca alguien que realmente pueda saciar el hambre, la nostalgia, el vacío de infinito que anida en tu interior. ¡Acuérdate bien lo que describía arriba! No es poco común que vivamos una mentira existencial.

Por último, nada de esto tiene sentido, si no lo quieres de corazón. Es decir, si no estás realmente decidido a enfrentar los obstáculos y diversidades del camino, mejor ni empezar. Sabemos muy bien, que cualquier cosa que vale la pena en esta vida, no es fácil de alcanzar. La meta que buscamos todos, la auténtica felicidad, sólo la pueden vivir los que están dispuestos a trabajar.

Pablo Augusto Perazzo

Pablo nació en Sao Paulo (Brasil), en el año 1976. Vive en el Perú desde 1995. Es licenciado en filosofía y Magister en educación. Actualmente dicta clases de filosofía en el Seminario Arquidiocesano de Piura.
Regularmente escribe artículos de opinión y es colaborador del periódico “El Tiempo” de Piura y de la revista "Vive" de Ecuador. Ha publicado en agosto de 2016 el libro llamado: “Yo también quiero ser feliz”, de la editorial Columba.

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