Es doctrina ampliamente conocida cómo se necesita la vida de oración para el que quiere ser un buen cristiano. Mejor dicho, para el que quiere ser cristiano. Así como una persona que no come por muchos días puede morir de inanición; nuestro espíritu, si no es nutrido por la Gracia que recibimos por la oración, simplemente muere. Lentamente, pero muere. Por lo tanto, es imposible tener una vida cristiana si no tenemos vida de oración. El hombre solo, no tiene el sustento que necesita para vivir en Gracia. Si nos alejamos de Dios, cada vez más nos perdemos en la oscuridad. Nos alejamos de la Luz, que es Cristo. Nos volvemos incapaces de ver con claridad, nos desorientamos, y jalados de un lado al otro, por las pasiones y tentaciones, fruto del pecado, caemos cada vez más en él. Se va volviendo un círculo vicioso, que solo puede romperse en la medida que, otra vez, empezamos a rezar, y dejamos que el Espíritu ilumine de nuevo nuestro corazón.

Tristemente, ese oscurecimiento del espíritu tiene graves consecuencias en la manera como nos experimentamos a diario. Al principio sentimos que nos falta algo. Efectivamente, nos falta Dios. Sentimos como un vacío. El sin sentido va cobrando vida y sentimos la necesidad de encontrar algo que sacie el hambre que percibimos. Si no buscamos a Dios, necesariamente vamos a buscar una respuesta en otras ofertas. Lo que no puede suceder – y de hecho nunca sucede – es que nos quedemos tranquilos, hasta que no satisfacemos esa necesidad que tenemos de nutrir nuestro espíritu. El problema es que si no buscamos en Dios, por medio de la oración, ese alimento que necesitamos, vamos a buscarlo en otras cosas.

Aquí vale la pena precisar un punto que me parece esencial. No todo lo que buscamos o vivimos está mal. Puede ser que no lo ponemos a Dios como lo primero en la vida. Pero tenemos nuestra pareja, los hijos, un trabajo digno, buenos amigos y otras tantas cosas que no están mal. Sin embargo, todo eso, también pierde su auténtica riqueza si nos alejamos del Padre. Solamente en la medida que, por medio de la oración, ponemos a Dios Padre, como lo primero y más importante de nuestra vida, es que todo lo demás se ordena y cobra su auténtico sentido y valor. Eso significa en concreto, aunque suene un poco duro decirlo, que nuestra misma familia, nuestros amigos y tantas otras – buenas – riquezas que tenemos, pierden poco a poco su valor para nosotros.

Mirándolo desde otra perspectiva, es Dios Padre – ojo, el Padre – Quién pone todo en su debido lugar. Si el Padre está “en su lugar” correspondiente, entonces todo encuentra su justo lugar. El matiz, aunque suene un poco algo sutil, es fundamental. Para hacerlo más claro, si no es la “perspectiva” del Padre, que ordena nuestra vida, entonces somos nosotros mismos quienes ordenamos nuestras vidas, según los paradigmas que tengamos. Unos mejores que otros, pero siempre subjetivos. Y en la vida cristiana no se trata de hacer las cosas a mi manera, por más bien intencionados que seamos. Se trata de obedecer al Padre. Ordenarlo todo según el amor que le tengo a Dios, sobre todas las cosas. Pareciera una exquisitez mía decir el Padre. Pero no lo es. Incluso teniendo a Jesucristo como fundamental en mi vida. Si no juzgo mi día a día, desde el amor al Padre sobre todo, desde  lo que llamo la perspectiva del Padre, incluso Jesús mismo, puede ser “manipulado”… poniéndolo en el “lugar” que yo quiero de mi vida.

Necesitamos un criterio de objetividad. Jesús es la Verdad. Valga la redundancia, eso es Verdad. Pero, Él mismo, como la Verdad, señala el Padre como la Persona a quién le debe obediencia. Jesús es el Hijo. Como Hijo debe obediencia al Padre. Cuánto más nosotros mismos. Si regimos nuestra vida según nuestro pensamiento, aunque nos esforcemos por ser buenos cristianos, y no lo niego, seremos presa del subjetivismo. Puede parecer algo difícil de comprender, pero es que ese Amor a Dios sobre todas las cosas es esencial en nuestra vida. Amor al Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo. Espero que podamos comprender que no podemos vivir si no tenemos una rica y nutrida vida de oración. La oración, por lo tanto, es la piedra de toque para darle un recto sentido a nuestra existencia. Está en juego, por lo tanto, el sentido que le damos a la vida.

Agregar commentario

Su dirección de correo no se hará público. Los campos requeridos están marcados *

This site uses Akismet to reduce spam. Learn how your comment data is processed.