Procurando comprender al necio y al sabio desde Mt 7, 26-27.

En Mateo 7,26-27 Jesús dice: «el que escucha mis palabras y no las pone en práctica, es como aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, se chocaron contra la casa, y ésta se derrumbó. Y su ruina fue grande». Mateo después comentará cómo la gente se asombraba al escuchar al Maestro enseñando «con autoridad». ¿Qué le decía al oyente de Mateo, seguramente judío convertido, acerca de ese necio? ¿Qué ecos del Antiguo Testamento resonaban en la conciencia de los cristianos convertidos del judaísmo? ¿Por qué la autoridad?

Intentemos iluminar lo que el Señor nos enseña, desde la comprensión de qué es el necio en el libro de los Proverbios. ¿A qué necio se referirá? ¿A qué prudente se opone ese necio?

El libro de los Proverbios, sabemos, no tiene un solo escritor, ni tampoco un orden temático definido. La mayoría de las enseñanzas que aparecen podrían tener sentido en sí mismas en cada versículo. Sin embargo, procuremos encontrar algunos temas comunes, en el aparente o real desorden temático, en relación a la oposición sabio/necio, mirando de modo particular lo dicho sobre el necio.

La palabra necio aparece más de cien veces entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. De esas encontramos cuarentainueve veces la palabra en los Proverbios, casi la mitad de las citas del total del Antiguo y Nuevo Testamento.

Del necio, a la luz de este texto veterotestamentario, se puede decir que evidencia y provoca rupturas en cuatro niveles: con Dios, consigo mismo, con los demás y con la naturaleza toda[1]. El necio sería como el producto del pecado en el hombre, que es destructor y fuente de males. Veamos cada uno de los términos de esa ruptura:

El necio y la ruptura con el fundamento de su vida: el Creador

Dirán los Proverbios que «la necedad del hombre tuerce su camino y lo hace enfrentarse al Señor» (19,3), de modo que «los necios se burlan del pecado» (14,9) y se divierten con la infamia (10,23). El necio es pecador e intrigante (24,9), es «insolente y se cree seguro», a diferencia del sabio que «teme y se aparta del mal» (14,16).

Dentro de ese espíritu de enfrentarse al Señor y no hacer caso al pecado, la necedad «es atrevida, es simplona y nada le importa» (9, 13), de modo que los necios «desprecian la sabiduría y la instrucción» (1,7) y, se pregunta el autor, ¿Hasta cuándo rechazarán el saber? (1,22). Dios ha sido dejado de lado por el necio, como indica el Salmo 13 y el 52: «Dice el necio en su interior, “no hay Dios”».

El necio en ruptura consigo mismo

Un principio de la necedad es el exceso de confianza en sí mismo que es fruto del enfrentarse al Señor. Por eso «el que se fía de sí mismo es un necio, el que procede con sabiduría se salvará» (28,26), y «la despreocupación acabará con los necios» (1,32).

«Los necios acumulan la deshonra» (3,35), y el necio «queda preso en los lazos de su pecado. Morirá por no dejarse corregir, tanta necedad lo perderá» (5, 23). Su despreocupación acabará con él (1, 32) y el necio será esclavo del sabio (11,29).

Mientras que la mujer sabia edifica su casa, «la necia con sus manos la destruye» (14,1). La necedad es capaz de destruir las cosas más bellas que se pueden tener. La casa representa ese espacio central para el ser humano en donde se siente acogido, alimentado, amado. Y la mujer necia destruye con sus manos ese recinto precioso y lleno de humanidad, pues «quien desordena su casa heredará viento» (11,29).

El necio es vacío: «persigue ilusiones» (12,11); es «puro engaño» (14,8); es «ignorancia» (15,7), por eso no le va bien la gloria (26,1). El ser necio es propio del soberbio (30, 32), «piensa que su camino es recto» (12,15) y, lo que es muy grave, «sus ojos están perdidos» (17,24), de modo que al necio «no lo arrancarás de la estupidez» aunque lo machaques con algo tan pesado como un yunque (27, 22), mientras que «el inteligente pone su mirada en la sabiduría» (17,24). Este pobre hombre «da rienda suelta a toda su pasión» (29,11) y «manifiesta al instante su ira» (12,16).

Habiendo roto con el fundamento de su vida, el necio no sabe amarse a sí mismo, se vacía de sí en vez de estar lleno de Dios, y destruye lo que puede ser más valioso para sí mismo. El necio de ojos perdidos no sabe mirar la verdad ni el amor.

El necio en ruptura con los demás

Es doloroso cómo la necedad se introduce en el ámbito sagrado de la familia y «un hijo necio es la tristeza de su madre» (10,1), «desgracia de su padre» (19,13), «desprecia la corrección paterna» (15,5), «desprecia a su madre» (15,20). Más aún, «hijo necio causa sufrimiento a su padre y es fuente de amargura para su madre» (17,25). Por eso «quien cría a un necio se acarrea su mal, el padre de un tonto no tendrá alegría» (17,21).

El necio, por no poder controlarse, provoca contiendas pues sus palabras «promueven peleas, y su lenguaje atrae los golpes» (18,6). Por sus palabras se delata, y sí, «el lenguaje del necio es su ruina, sus palabras, trampas para la vida» (18,7), pues no escucha antes de responder (18,13). Peor aún, el hagiógrafo dirá que no hay que hablar a oídos del necio, pues despreciará las palabras que se le puedan decir (23,9). Y pensará que «el agua robada es dulce» (9, 13-18). El necio vive engañado, fuera de sí, incapaz de encontrarse con la verdad.

El fruto de la necedad en la relación con los demás es previsible: «pesada es la piedra y también la carga de arena, pero más pesado aún es el fastidio que provoca el necio» (27,3). Así que es mejor si uno se aleja del necio (14,7). El necio es aquel que ha roto con los hermanos: los ve para aprovecharse, rompe con sus familiares o raíz de su vida terrena, se prefiere a sí sobre los demás y todo esto provoca dolor y ruptura sociales.

El necio en ruptura con la creación

La necedad tiene ecos en la creación también: «Pasé junto al campo del holgazán, junto al viñedo del necio: todo estaba lleno de espinos, la maleza cubría el suelo, la cerca de piedra estaba derrumbada» (24, 30-31). Por eso «arquero que hiere a todos los que pasan es quien contrata a un necio y a un borracho» (26,10), de modo que tenerlo como empleado o trabajando en el campo es saber que no va a hacer las cosas bien, destruyendo parte de la creación. El necio desprecia la creación.

A modo de resumen

La rápida descripción que se ha hecho parece mostrar que algo central en el necio es el haber perdido el sentido de Dios y de lo esencial, lo que lo lleva a vivir en la mentira y la falsa ilusión. Esto último lo hace encerrarse en sí mismo y ser fuente subjetivista de comprensión de la realidad. En consecuencia, el necio es infeliz consigo mismo (aunque no lo perciba en las zonas más sensibles) y hace infelices a los demás. El necio no teme romper con su familia, hacer el mal, engañar o robar. El necio va rompiendo las relaciones que se establecen normalmente en una sociedad. Incluso, como se ve rápidamente en la última ruptura mostrada, el necio rompe con la creación. ¿Qué más duro para un pueblo que cultiva la viña que verla llena de espinos y maleza? Esto último es lo mismo que el Señor reclamará a Israel en el profeta Isaías.

Nada más necio que permanecer en la necedad y «como el perro vuelve a su vómito, el necio insiste en su estupidez» (26,4). Iluminemos esta última idea desde la lectura de 2 Pe 2, 20-22: y digamos que lo peor que le puede pasar al necio es salir de su estado y regresar a su primitiva condición. No descartemos en la lectura de san Pedro la reflexión que el escritor sagrado debe haber tenido sobre la necedad al denunciar a quien ha salido del mundo a la vida cristiana y regresa a su condición original.

La necesidad de la sabiduría

Toda esa descripción de la necedad hace que el lector se descorazone un poco y quiera encontrar una solución o salida. Parecería conveniente haber empezado por la necedad, pues desde sus amargos frutos se entenderá por qué el Señor llama necio a quien construye sobre arena.

Al mismo tiempo, podemos entender que «el principio de la sabiduría es el temor del Señor» (1,7), de modo que quien escuche al Señor «vivirá seguro, tranquilo y sin temor a la desgracia» (podríamos decir: edificará su casa sobre roca), pues «la sabiduría vale más que las perlas, con ninguna joya se la puede comparar», pues el «El Señor concede la sabiduría y de su boca brotan el saber y la prudencia» (2,6).

Ante la ruptura con Dios, se dirá que «el temor del Señor es escuela de sabiduría» (15,33), por eso «el inteligente pone su mirada en la sabiduría» (17,24), de modo que el sabio «conserva tesoros preciosos y perfumes» (21,20). No podemos dejar de mencionar que esto trae a la memoria a Santa María, sabia, que conserva cuidadosamente en su corazón los dichos y hechos del Señor (Lc 2,19). Poniendo la mirada en la sabiduría, el sabio «teme y se aparta del mal» (14, 16), «escucha los consejos» (12,15), actúa con reflexión (13,16) y, así como la mujer insensata destruyó su casa, la mujer sabia edifica su casa (14,1). El sensato, entonces, caminará con rectitud (15,21) en presencia de Dios.

Quien edifica su casa sobre roca es como quien es buscador de perlas (Mt 13,46) y, hallando la perla preciosa, vende todo con tal de conseguirla. Se dirá en los Proverbios que «la sabiduría vale más que las perlas, con ninguna joya se la puede comparar» (8,11). Quien edifica su casa sobre arena, por el contrario, será como el insensato u olvidadizo que se olvida, después de verse en el espejo (Stgo. 1,23-24) cómo era su imagen, por eso en el corazón del sensato habita la sabiduría, mientras entre los necios es desconocida (14,33).

Es acertada la llamada del sabio: «ustedes, necios, caigan ya en la cuenta» (8,5), que «si has sido tan necio que te has hecho soberbio, cierra la boca y reflexiona» (30, 32). Siempre hay oportunidad de cambio.

El necio que construye su casa sobre arena será, entonces, aquel que se mete en un mundo de oscuridad y tinieblas, como el que dice san Pablo en la carta a los Romanos (1, 21): «han oscurecido su torpe (necio) corazón», de mentira, como hijo de las tinieblas. «Todo el que obra mal detesta la luz y la rehúye por miedo a que su conducta quede descubierta» (Jn 3, 20). Este mundo tenebroso es hijo del demonio, del pecado y del oscurecimiento producto del pecado original. El necio descrito en los Proverbios reúne las condiciones del ser humano herido por el pecado. Pero, al mismo tiempo, no se queda la mirada en una visión que puede conducir a la desesperanza, sino que de modo análogo a los dos caminos del Salmo 1, se presenta la opción por la sabiduría. Es más, se hace hincapié (ver c. 8 de Proverbios) en cómo la sabiduría viene al encuentro de las personas, por más que estén con el velo del pecado sobre los ojos.

El sabio será quien construye su casa sobre roca: vienen los vientos, los problemas o lo que fuera, pero por haber sido sensato, prudente, por haber escuchado a los demás y aprendido de la sabiduría, su casa quedará sólida a pesar de cualquier problema o circunstancia adversa. Su roca será Dios, su casa estará bien construida y vivirá en paz y reconciliación con los demás y con la creación toda.

BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA:

  1. Biblia de Jerusalén, nueva edición revisada y aumentada, Bilbao, 1976.
  2. La Biblia comentada por los Padres de la Iglesia, Antiguo Testamento (Proverbios, Eclesiastés, Cantar de los Cantares), obra preparada por J. Robert Wright, director de la edición en castellano Marcelo Merino Rodríguez, Ciudad Nueva, Madrid 2008.
  3. Sabios y Sabiduría en Israel, José Vílchez Líndez, SJ, Ed. Verbo Divino, 1995.
  4. Libros sapienciales y otros escritos, Víctor Morla Asensio, Ed. Verbo Divino, 1994.
  5. Wisdom in ancient Israel, Essays in honor of J. A. Emerton, Edited by Day, Gordon and Williamson, Cambridge University Press.
  6. Nueva Biblia Española, Comentario Teológico y Literario, Sapienciales y Proverbios; L. Alonso y J. Vilchez, con la colaboración de A. Pinto, Cristiandad, Madrid, Vol, 1.

[1] A este respecto es interesante el desarrollo que hace de esas rupturas la Reconciliatio et paenitentia de SS Juan Pablo II.

© 2017 – Rafael Ismodes Cascón para el Centro de Estudios Católicos – CEC

Rafael Ismodes Cascón

Rafael nació en Lima (Perú), en el año 1965. Es licenciado en Filosofía por la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima. Ha sido profesor de en las universidades San Pablo de Arequipa (Perú), Juan Pablo II (Costa Rica) y Gabriela Mistral (Chile).

View all posts

Add comment

Su dirección de correo no se hará público. Los campos requeridos están marcados *