Todos tenemos en nuestro círculo cercano alguna persona que está enferma o, tal vez, nosotros mismos estamos enfermos. Puede ser una enfermedad leve, una gripe tal vez, o puede ser una enfermedad más grave, un cáncer, una diabetes. Pero ante la enfermedad, sea pequeña o sea grande, hay algo en nuestro interior que clama y que quiere preguntarle a Dios: “Señor, ¿por qué permites que la enfermedad exista?”. El mal, la corrupción y, por lo tanto, la enfermedad, son un misterio que escapa a nuestra capacidad de comprenderlos totalmente, pero a la luz de la revelación hay algunos elementos que sí podemos entender y que yo te recomiendo considerar.

Cuando nuestros primeros padres pecaron entró la corrupción en el mundo, no solamente en el corazón humano por ese pecado, sino que toda la creación sufrió la corrupción y, por lo tanto, nosotros padecemos esa corrupción también en nuestros cuerpos. Eso es lo que llamamos “la enfermedad” y la manera más dramática de esa corrupción, es la muerte, que todos tendremos que enfrentar. Por lo mismo, es importante que aceptemos que la enfermedad es una realidad y que la muerte también es una realidad. Ahora, ¿qué es lo que hace Dios ante esa corrupción qué es la enfermedad? Podemos verlo en el testimonio que Jesús nos dio cuando recorrió aquellos senderos en Galilea. Él pasó haciendo el bien, pasó curando y sanando a cientos de cientos de enfermos, a los ciegos les devolvió la vista (cfr. Mc 5;25-30), a los mudos les devolvió el habla (cfr. Mc 7;31-35), a la Hemorroísa la curó (cfr. Mc 5;25-30), al paralítico lo hizo pararse (cfr. Mc 2;8-11). Pero no solamente curó a los enfermos, sino que también nos enseñó que hay una enfermedad mucho más grave que la enfermedad del cuerpo y es la enfermedad del alma, que llamamos pecado. ¿Recuerdan cuando al paralítico, le dice: “tus pecados te son perdonados” y para que los otros creyeran le dijo: “Ponte de pie”? (cfr. Mc 2;8-11). Es por eso que Jesús nos quería enseñar que ese pecado es, tal vez, mucho más grave y más doloroso, a pesar que sea silencioso, que nuestra enfermedad corporal. Ahora, ¿qué debemos hacer nosotros ante esa enfermedad que es ineludible? Y, ¿cómo va a reaccionar Dios ante eso que estamos padeciendo? Eso va a depender de cómo nosotros enfrentamos esa enfermedad.

La enfermedad puede llevarnos a sufrir grandes angustias, a vivir en la tristeza, incluso a vivir en la desesperación. La enfermedad puede sacar lo peor de nosotros mismos, pero también puede sacar lo mejor de nosotros mismos. Puede sacar esa fuerza que estaba oculta, puede sacar esa alegría que es capaz de sonreír en medio de la adversidad, puede sacar ese corazón magnánimo que quiere ofrecerse para ayudar a los demás. Si tú crees que la enfermedad es un castigo divino por tus actos, estás totalmente equivocado.

Cuando le preguntaron a Jesús quién pecó Él o sus padres, Él dijo que no había sido ni Él ni sus padres. La enfermedad no es fruto de los pecados personales y a través de sus sufrimientos y de su muerte en la cruz, Cristo nos enseñó que la enfermedad y los padecimientos no solamente pueden ayudarnos a nosotros, sino que pueden salvar. El redimió a toda la humanidad con su muerte en la cruz. Por eso nosotros cuando estamos sufriendo si nos unimos a lo que Él está padeciendo, puede hacerse participe de ese ofrecimiento al Padre. Eso quiere decir que si tú tienes un dolor, si tú tienes una tristeza, si te cuesta enfrentar esta enfermedad, ofrécelo a Cristo por alguien y Él tomara eso como una ofrenda y se la llevará al Padre. Recuerda, la enfermedad puede salvarte y puede salvar a los demás.

Por último, quiero responder a una pregunta muy específica que me hicieron. Si es que cuando uno está enfermo, es cuando está más débil, ¿porque Cristo nos pone en esa situación que es cuando más fortaleza necesitamos? Recuerda la Palabra que Dios, nos trasmite en la Segunda Carta de San Pablo a los Corintios: “Sólo mi gracia te basta” (2Co 12, 9). Que mi fuerza se muestre en la debilidad. Dios sabe que tú estás débil, pero si pones tu corazón en sus manos, Él te dará la fortaleza y esa fortaleza brillará ante los hombres.

¡Qué Dios te bendiga! ¡No pierdas el ánimo! Recuerda, la enfermedad puede salvar a muchos.

P. Sebastián Correa Ehlers

El P. Sebastián nació en Santiago de Chile en 1982. Desde muy joven se dedicó a la pintura y a la fotografía, habiendo realizado exposiciones de su trabajo en Perú y Chile. Ha publicado dos libros: "El Espíritu del Lugar. Naturaleza y arquitectura en Arequipa", estudio fotográfico sobre la arquitectura y cultura de algunos lugares del Perú; y "Suyajruna", que contiene el testimonio fotográfico y periodístico de 10 artistas populares del Perú, sobre sus orígenes, sus tradiciones, su arte y su religiosidad.
Realizó estudios de arquitectura en la Universidad de Chile, y de filosofía y teología en la facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima.
En la actualidad es capellán de la Universidad Gabriela Mistral, miembro del Consejo Directivo de la Fundación CRECE CHILE y director general del Centro de Estudios Católicos CEC.

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