La nueva cinta de Blade Runner 2049 ha logrado seguir fielmente el ambiente distópico planteado en la de década de los 80´s. El argumento logra continuar la narrativa de la anterior muy bien. Quiero centrar la reflexión de este artículo, solamente sobre un aspecto, que me parece el central de la película. ¿El ser humano es capaz de crear vida? Todos sabemos que eso es una facultad divina. A lo más, somos capaces de generar fecundaciones, pero hasta ahora, nunca llegamos al punto de crear vida de la nada. Sólo Dios puede hacerlo.

Hay que decir que esta hipótesis, o anhelo humano de igualarse a Dios, sigue el mismo deseo, que distorsiona la capacidad que tiene el hombre para obrar el bien. Desde el principio de la humanidad, la causa de la ruptura y corrupción de la vida humana y de todo la creación, ha sido ese deseo utópico de ser como dioses. “Seréis como dioses”. Así engaña el demonio, Satanás, el Príncipe de la Mentira, al hombre. Nos engaña, pues algo de cierto tiene. Efectivamente, tenemos algo de dioses. ¿Quién nunca escuchó que somos “imagen” de Dios? Pero de ahí, no podemos afirmar o querer ser otros dioses. Dios es Uno. Él nos creó. Él es el dueño de la vida y de la muerte. Él es quien conoce el bien y el mal. Nosotros somos seres muy distintos a todo el resto de  la creación. Somos la única creatura que Dios ama por sí misma. Cada uno es único para Dios. Así somos. Cada uno es único. Pero no somos Dios.

La nueva cinta de este año, quiere dar un paso más allá de la anterior película. Mientras en la pasada, los “Nexus 6”, que eran considerados “más que humanos”, y por lo tanto, se hacían preguntas que solo un ser humano puede plantearse, existenciales, fundamentales, que trascienden los límites de esta vida natural, la nueva nos muestra “un hombre” que quiere ser Dios, dando vida, a unas de esas creaciones “más que humanas”.  Ya no son simplemente robots, que se hacen preguntas humanas, y por lo tanto, serían como humanos, ahora, el anhelo es “construir” por medio de la “técnica”, robots que sean capaces, ellos mismos, de generar vida.

Sobre esto, la película, desde mi punto de vista, nos da a entender un mensaje muy importante; que, sin embargo, tiene como contrabando una idea muy nociva. El amor como fuente de vida. Es el amor de Deckart con Rachel, lo que crea una nueva vida. El contrabando es atribuir a un robot esa capacidad que solo los seres humanos tenemos. Mientras el presidente Wallace, de la nueva compañía, que compró todos los activos de Tyrrel, se esfuerza denodadamente por crear vida, los antiguos “Nexus 6”, son la prueba viviente de que si se puede generar vida, a partir de “creaciones artificiales”. Para empezar, la última cinta, rompe con la idea que tenía la primera, que esos “más que humanos” solo vivían alrededor de 4 años. Ridley Scott años después, ha confirmado que Deckard era un replicante. En el documental de Channel 4, Edge of Blade Runner, el director comentó que es un Nexus 7 y que está empezando a sentirse humano después de tantos años. Rachael (Sean Young) fue una replicante más avanzada, un prototipo creado por el Dr. Eldon Tyrell (Joe Turkel) después de notar que los replicantes Nexus 6 estaba desarrollando problemas emocionales al no entender lo que eran.

Los Nexus 8 - son los últimos replicantes creados por Tyrell Corporation. Esto se debió a que causaron un apagón que provocó grandes cortes de energía y una pérdida masiva de datos, lo que hizo que se tomara la decisión de prohibir la producción de replicantes para siempre. Niander Wallace (Jared Leto) compra todos los activos de Tyrell y propone la fabricación de replicantes para que puedan ser utilizados nuevamente para trabajo esclavo. Se le dio el visto bueno para crear los modelos Nexus 9, después de probar que nunca se rebelarían y preferirían morir antes que matar a un humano.

Hay un tipo final de replicante que no fue creado por Tyrell o Wallace, sino que ha nacido (fruto del amor, que comentamos anteriormente). Tyrell había dotado a Rachael de la capacidad de poder reproducirse y se quedó embarazada poco después de los eventos de Blade Runner. Este bebé, que conocemos como la doctora Ana Stelline, inspira un movimiento de libertad entre los replicantes, quienes han estado luchando contra su esclavitud desde su nacimiento.

Mi reflexión a todo este entramado complicado, pero bien argumentado, es el siguiente: ¿el anhelo de dotar máquinas que puedan generar vida, nos hace a nosotros más o menos humanos? Obviamente, el desarrollo tecnológico para lograr ese cometido es, sin lugar a dudas, algo extremadamente desarrollado. Pero…. ¿ese “desarrollo” es indicio que estamos desarrollándonos como seres humanos? O más bien, ¿esconde un descrédito en el valor que tiene la persona humana de sí mismo y le confiere su dignidad más alta: la vida, la libertad, el amor… a una máquina?

Además, otro punto que me parece importante tener en cuenta, es el hecho de querer predecir un futuro que esté “bajo nuestro control”. Por ello, nunca “recibiremos” o tendremos la “esperanza” de un futuro mejor. No se trata de predecir el futuro, sino estar abiertos al porvenir. ¿Desde cuándo el hombre tiene el poder para manejar  el futuro? Claro… algunas cosas el hombre puede y debe orientar, encaminándolas hacia una meta positiva. Pero, si no estamos abiertos a un futuro que nos impulse a algo trascendente, nunca seremos capaces de encontrar las respuestas que anhela nuestro corazón. Es decir, nosotros mismos, con el desarrollo más espléndido tecnológico que podamos tener, nunca podremos, por nuestra cuenta, darnos a nosotros mismos respuestas que sacien nuestra búsqueda interior de infinito. Entender la razón de nuestras vidas. Entender hacia dónde apunta el futuro de la humanidad. Es obvio que podemos orientar un poco las cosas hacia el futuro, pero, en realidad, lo que debemos vivir es la esperanza de un futuro cada día mejor.

La tecnología puede ser extremadamente hermosa y hacernos creer a muchos que será la panacea de todos nuestros problemas actuales. Pero…. ¡miremos al mundo! ¡Miremos lo que estamos viviendo! Es muy ingenuo creer, incluso tener la osadía de pensar, que nosotros mismos vamos a ser capaces de “arreglar” la situación crítica de la muerte que padece el mundo.

Pablo Augusto Perazzo

Pablo nació en Sao Paulo (Brasil), en el año 1976. Vive en el Perú desde 1995. Es licenciado en filosofía y Magister en educación. Actualmente dicta clases de filosofía en el Seminario Arquidiocesano de Piura.
Regularmente escribe artículos de opinión y es colaborador del periódico “El Tiempo” de Piura y de la revista "Vive" de Ecuador. Ha publicado en agosto de 2016 el libro llamado: “Yo también quiero ser feliz”, de la editorial Columba.

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