Hoy en día el hombre vive alienado y despersonalizado, es decir, vive fuera de sí muchas veces engañado y engañándose, lo que distintos autores han  llamado “la mentira existencial”.

No es raro que el ser humano reduzca su realidad a tan sólo una dimensión de su existencia, nos olvidamos que somos Unidad: Bio-Psico-Espiritual.

Muchas veces ya no se quien soy, identifico mi ser con realidades parciales o falsas. Llaman la atención cuatro ilusiones fundamentales, la de identificar nuestro ser y nuestra realización con el destino de nuestro cuerpo, de nuestro pensamiento, de nuestros sentimientos y de nuestras realizaciones o personajes.

En este artículo abordaremos el tema “No soy solamente mi cuerpo”. El hombre es un ser corporal, ésta es una realidad que se constata inmediatamente. Tenemos un  cuerpo que cumple funciones. Es a través del cuerpo que el hombre reúne información sobre el mundo que lo rodea y se relaciona con él (ad extra). El cuerpo, en cuanto creado por Dios, es bueno y santo (ver Gén 1,26-31). El cuerpo en sí mismo no tiene nada de malo. Lo malo es, sin embargo, el intento del hombre de satisfacerse viviendo primariamente o exclusivamente para los placeres del cuerpo…»[1].

La persona, tiene requerimientos físicos, necesidades vinculadas a esta dimensión, que no pueden ser desatendidas: respiración, alimento, bebida, abrigo y otras necesidades vinculadas al bienestar humano. Necesita lo básico para la supervivencia y además requiere que su cuerpo se desarrolle y viva en un ambiente adecuado para su expansión adecuada.

El cuerpo es una dimensión importante del ser humano, forma parte de la naturaleza humana por tanto es esencialmente buena. Sin embargo hay que aclarar que nuestro cuerpo no es nuestra mismidad, es decir la parte más íntima e importante de nuestro ser. Existe una jerarquía en nuestro ser, y  el cuerpo está sometido al alma y al espíritu. Darle un lugar que no le corresponde, significa ceder a la mentira y a la ilusión. Identificar mi destino con el de mi cuerpo es manifiestamente insensato, porque éste cuerpo mortal es frágil y pasa, con él pasaría mi ser.

Sin embargo, hoy en día en medio de nuestra sociedad no es raro ver a muchos que reducen su vida a lo corporal, es decir viven para satisfacer su cuerpo. La búsqueda del placer por el placer, llamado también hedonismo se erige como una característica de nuestro mundo.

Convertimos  nuestro cuerpo en una especie de divinidad cuando cedemos constantemente a la ley del gusto y del disgusto;  que es la ley del capricho, del mimo o del engreimiento, el cual hace lo que le da la gana y cuando le provoca, buscando placeres y comodidades para nuestra carne.

La ley suprema es satisfacer sus apetencias dando rienda suelta a lo carnal o pasional.

Es una manifestación de la “divinización de nuestro cuerpo”, la excesiva preocupación por el, cuando el cuidado del mismo se convierte en un bien casi absoluto y empieza a desplazar otros bienes superiores, por eso debemos afirman tajantemente “No soy solamente mi cuerpo”.

El creerme mi cuerpo, el reducir el sentido de mi vida a los placeres carnales tiene mucho que ver con la vanidad que nos puede conducir a gloriarnos de nuestras características  corporales, en su condición racial, en su atractiva figura, como también por parte de los que se acomplejan por feos, por su color, o por alguna característica corporal. Es el absurdo de creer que la dignidad de la persona está en su cuerpo.

[1] Arthur B. Calkins, La visión tripartita del hombre: clave para la vida cristiana, en: Revista VE, n. 19, mayo-agosto 1991, p.41.

Humberto Del Castillo Drago

Humberto nació en la ciudad de Lima (Perú). Pertenece al Sodalicio de Vida Cristiana, y es fundador y director del Centro de Desarrollo Integral de la Persona Areté.

Actualmente reside en Medellín, Colombia. Puedes visitar su blog en psicologiayvirtud.blogspot.com

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