Hace unos días fui a un Santuario que había ido hace mucho tiempo que es el Santuario de san Sebastián de Yumbel, al sur de Chile. San Sebastián es un mártir de la Iglesia que siendo soldado romano optó por Cristo y a pesar de la condena a muerte que le dio el Emperador, él se mantuvo firme en su fe.

Paseando por el interior del Templo me encontré con esta imagen que tenía la siguiente inscripción: “Diocleciano Emperador ordenó que lo apresaran y de inmediato lo ataron a un árbol con gran furor. Mandó a sus siete flecheros más temibles y certeros a traspasarlo de heridas, más no le quitan la vida, prenden siete luceros”.

Mientras miraba detenidamente esa pantorrilla atravesada por una flecha y herida con sangre, yo pensaba, ¿por qué podría ser eso un lucero brillante del cielo? y, ¿cómo es que alguien puede llegar a sublimar tanto el dolor y llegar incluso a dar la vida? ¿Por qué? ¿Qué es lo que mueve a una persona a hacer algo así? En verdad no parece tener sentido, porque nadie quiere ser maltratado, nadie quiere sufrir, sólo un masoquista. Pero pensando un poco más, ¿sabes de qué me acordé? De unas reflexiones que hacía el Papa Francisco sobre el testimonio de las madres. Esas madres que disimulan sus dolores, sus sacrificios, para no hacer sufrir ni a sus hijos, ni a sus maridos, que le quitan importancia a lo que tienen que hacer por ellos porque les parece lo más natural sacrificarse por sus hijos.

¿Por qué lo hacen? Por amor y, ¿como lo hacen? Con alegría. ¡Sí! Con alegría, porque es para las personas que más aman y ¿a quién amo tanto san Sebastián? A Cristo y especialmente a los cristianos que eran perseguidos en su época. Entonces comprendí que la vocación es un llamado también a unirse al sacrificio de Cristo por amor, a compartir su Pasión en la Cruz para cooperar con la salvación de todo el mundo. ¡Sí! ¡Ni más ni menos! la salvación de todo el mundo que como dice el Evangelio: “un discípulo no es más que su maestro y un esclavo no es más que su amo” (Mateo 10:24), ¿por qué nuestra suerte sería distinta a la de Jesús? ¿Por qué no ofrecer también nuestras pequeñas cruces del día a día por Él, por el mundo entero? Y es que, ¿no te pasa a ti también? Que cuando amas de verdad estás dispuesto a aceptar todos los sacrificios y renuncias que sean necesarios.
¡Si! El egoísmo es fuerte, pero sólo se puede vencer por el amor, no mirándose a uno mismo, sino al otro, ese otro que está sufriendo. Pero algo muy importante el auténtico amor trae consigo la alegría, llevar la cruz no es algo triste. El que sabe amar de verdad y entregarse a los demás, lo hace con alegría, con paz. Pero esto no es fácil de hacer con nuestra propia determinación, “¡Sí! Yo voy a llevar la cruz con alegría, ¡lo decidí!”, ¡no! debes pedirle a Dios que te ayude a hacerlo con alegría, con ese amor, con que se ama lo propio.

Así con esa alegría que nos viene del Señor podremos cargar nuestras propias cruces, podremos llevar en nuestro cuerpo esas flechas como san Sebastián y si lo hacemos desde la fe, también se convertirán en luces y la Luz de Cristo es la que finalmente va a brillar en nosotros y va a contagiar a todos los demás.

¡He ahí los luceros!

Carolina Requena Durán

Carolina es periodista y se ha especializado sirviendo en diversas instituciones de Iglesia como la Conferencia Episcopal de Chile, Radio María y ACI Prensa.

Además fue corresponsal para Latinoamérica del canal EWTN donde estuvo a cargo de las coberturas en vivo de visitas papales.

Actualmente es Directora Editorial y de Contenidos del CEC (Centro de Estudios Católicos) y además es Directora y guionista de la serie de documentales www.tesorosdelpueblo.com

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