Siempre me he preguntado qué puede hacer feliz a una persona, qué puede darle el sentido de realización plena que deseamos a lo largo de la vida. Y creo que a veces la vida nos da unas enseñanzas que, si estamos con el corazón despierto y fino, seremos capaces de escuchar, acoger y reconocer.

Yo mismo he sido un buscador incansable de esa plenitud a lo largo de mi historia. Como un sediento permanente me he preguntado por el sentido de mi vida. No siempre ha sido fácil el camino y por momentos he encontrado certezas; sin embargo, no han sido pocas las dudas y zozobras por las que he pasado. No obstante, en el último tiempo creo haber reconocido existencialmente algunos hitos incuestionables que se han hecho vida y se han encarnado en mi realidad como persona que quisiera compartir con ustedes. A su vez soy un convencido de que muchas de las frustraciones e insatisfacciones de las personas se presentan porque no saben amar o no son amados. Sus corazones no encuentran el reposo que desean y terminan cansándose una y otra vez en experiencias que los traicionan.

La principal necesidad que tiene la persona humana es el amor. Todos tenemos una necesidad inmensa de amar y ser amados. Aquí se juega el sentido de nuestra existencia. Sin amor la persona camina a la extinción y a la muerte. Con el amor la vida de cualquier hombre y mujer florece y se hace fecunda en esta vida y en la eternidad.

El amor nos ha creado y nos sostiene. Sin el amor la vida no tiene sentido, todo se esfumaría y desintegraría. De manera particular el ser humano necesita experimentar el amor incondicional sobre sí. Es decir sentir el amor sin ningún tipo de condición. Un amor libre, total, regalado y ofrecido porque simplemente es bueno que uno exista.

En ese orden de ideas el amor más poderoso, creativo e incondicional es el de Dios, que es inmutable, no cambia, y se ha entregado hasta el extremo entregando a su propio Hijo el Señor Jesús. Dios no es una idea, ni una energía, ni una realidad abstracta o distante. Todo lo contrario. Dios es Persona como nosotros, es Padre y tiene un Rostro, una Mirada y un Corazón que siempre quiere lo mejor para nosotros y está pronto a rodearnos con sus brazos tiernos de misericordia para perdonarnos y devolvernos siempre la dignidad perdida por nuestra obstinación y contumacia con el mal. Dios nos ama. Esta certeza interior que se graba en el corazón personal por medio de la experiencia constante del perdón de Dios y su presencia alentándonos y sosteniéndonos, hace que el amor personal de Dios sea un pilar para vivir y transmitir la auténtica vida a todos los que nos rodean. Sólo quien se maravilla ante este amor incondicional de Dios puede amarse a sí mismo y amar a los demás con compasión, comprensión y sacrificio.

El amor de Dios se ha hecho concreto en nuestra historia en los rostros de nuestros padres y hermanos. Hemos nacido en el seno de una familia. Allí en nuestra comunidad más cercana podemos experimentar el calor de un amor que no tiene tiempo, reproches o reclamos innecesarios. Los hijos son amados sin límites por sus padres y los hermanos se convierten en soportes afectivos importantes en el camino de la vida donde muchas veces se encuentran dificultades o fuertes tropiezos. El amor del esposo por su esposa, de la esposa por su esposo si es verdadero será inagotable. Es la compañía que Dios nos ha escogido para que sanando nuestro egoísmo amemos a alguien más que a nosotros mismos. ¡Qué importante es siempre tener la certeza de que tenemos una familia en la que siempre nos van a recibir con los brazos abiertos, que tenemos un hogar de puertas abiertas que sin reproches nos van a acoger y ayudar a resolver problemas e inconvenientes!

Signo de la caridad y misericordia de Dios es su Iglesia, comunidad de comunidades. Allí el cristiano encuentra hermanos espirituales con los cuales camina hacia la eternidad en medio de las vicisitudes de este mundo. La amistad, la cercanía y el cariño de los hermanos en la fe también son rostros concretos del amor de Dios por nosotros. ¡Qué descanso se experimenta cuando tenemos un conjunto de amigos que están dispuestos a escucharnos, a tolerarnos, a ser pacientes con nosotros, que quieren nuestro bien, que nos aman sin pedir nada a cambio!

La vida es una aventura bella si la vivimos en medio de la experiencia del amor. Dios Padre ha tocado con su Espíritu nuestro interior y ha puesto en él un deseo inmenso de amar que requiere ser colmado. Una vida auténticamente feliz es una vida en el amor. Allí está la clave de la libertad. Darle a nuestro interior el bálsamo del amor incondicional que necesitamos y así sobreabundando de ternura poder salir al mundo para comunicar que el amor tiene la capacidad para darle al hombre todo lo que espera con ilusión.

© 2016 Centro de Estudios Católicos – CEC. El blog Altamar está a cargo de José Alfredo Cabrera Guerra

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La inmensidad del mar es símbolo del inconmensurable misterio del hombre y su cultura. Escribir es una manera de dialogar, proponer y provocar. Altamar es el espacio de encuentro para que cómplices de amistad caminemos juntos al encuentro de la Verdad.
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