“¡No me textea de vuelta! ¿Será que ya no me quiere? ¿Qué está haciendo ahora? ¿Estará con otro(a)? Si no hago lo que me pide, ¿seguirá conmigo? Cuando no estoy con él/ella, me aburro, no sé qué hacer, ¡siento que no respiro! ¡No puedo dejar de pensar en él/ella! ¡Nada me interesa sino estar con él/ella! Si me conociera realmente como soy por dentro, ¿seguiría conmigo? Si tenemos relaciones, ¡seremos el uno para el otro para siempre!”

Enamorarse es muy bonito, pues experimentamos emociones profundas, entramos en una especie de mundo mágico; todo alrededor palidece cuando estamos cerca de la persona que nos gusta. Esta “magia” de la conexión es muy intensa…

¿Sabías que cuando la persona que te gusta te toca, abraza o acaricia, tu cerebro libera oxitocina, una hormona que te hace sentir seguro, querido, que a su vez elimina el cortisol en tu sistema, es decir, la hormona que secreteamos cuando estamos estresados? ¿Sabías también que cuando estás en contacto sexual con tu pareja, tu cerebro libera endorfina, un neurotransmisor que alivia el dolor, da calma y sensación de placer? Asimismo, ¿sabías que cuando estás en contacto sexual con alguien que te gusta liberas dopamina, que te hace sentir placer, y también norepinefrina, que te hace sentir una especie de euforia? Finalmente, ¿eres consciente de que cuando tu pareja te mira, sonríe, te dice palabras bonitas, tus neuronas-espejo reaccionan y te hacen sentir “querido”, comprendido y, por lo tanto, valorado y apreciado? Si acaso llevas el encuentro hasta la relación sexual, en el orgasmo, liberas más oxitocina o vasopresina, que te hacen sentir mucho placer y una profunda experiencia de conexión exclusiva con tu pareja.

Varios estudios científicos basados en imágenes cerebrales han revelado que la región con mayor actividad durante un encuentro sexual es la misma que activa el consumo de drogas tales como la cocaína y la heroína. Estas son algunas de las razones que explican por qué experimentamos la sexualidad de forma intensa y atractiva a nivel emocional y físico.

Sin embargo, algunos también sienten emociones no muy bonitas como por ejemplo un deseo ansioso y descontrolado de tener contactos sexuales, que puede llegar a ser adictivo y esclavizante. También, algunos sienten que no pueden dejar de pensar en su pareja, y están todo el día en un mundo de ensueño idealizando la relación. Asimismo, otros sienten que no pueden ser queridos tal cual son, o ser merecedores de una persona como su pareja. Además, sienten un profundo miedo de abandono y celos por no creer estar a la altura de la “competencia”, o una necesidad de siempre estar juntos, lo que hace que la separación temporal se sienta como una tortura (¿Dónde estás? ¿Con quién estás? ¿Por qué no me llamas o texteas más?). Finalmente, algunos sienten una presión para sacrificar sus responsabilidades o su moral con tal de no perder a la persona que quieren.

Todo aquél que ha recibido un “flechazo de Cupido” sabe cuán intensa es la atracción romántica.

En el relato de la creación, leemos que cuando Adán vio a Eva por primera vez, exclamó: “esto sí que es ya hueso de mis huesos y carne de mi carne” (Gén 2, 23). Vemos también que antes de crear a la mujer, Dios dice lo siguiente: “no es bueno que el hombre esté solo” (Gén 2, 18).

Dios nos creó para el encuentro, para gozar de la comunión con Él, con nosotros mismos, con los demás y con la naturaleza. Por esa razón es que, desde lo profundo, experimentamos un dinamismo que nos impulsa a conectar con algo más grande que nosotros mismos, con Alguien que le dé sentido a nuestra vida y a todo lo que nos rodea; por eso, sentimos esa necesidad o curiosidad de conocernos; nos sentimos atraídos a la intimidad y amistad con otras personas; y, finalmente, sentimos la necesidad de conectar con la naturaleza. Esto sirve de contexto para hablar de la sexualidad, pues es profundamente relacional. Es decir, Dios nos regaló la sexualidad para conectar de manera íntima, profunda y especial con otra persona, y llevar a cabo un proyecto de vida que genere nueva vida. Es una dimensión hermosa de la vida humana, que requiere de una vida espiritual virtuosa para vivirla de manera sana, sin ser arrastrados por impulsos emocionales y físicos descontrolados e irracionales que nos hacen daño.

Me imagino que te preguntarás, ¿por qué es tan difícil vivir la sexualidad de acuerdo a mi fe? Es verdad que vivir la sexualidad de acuerdo al Plan de Dios requiere de mucho esfuerzo. Una de las razones es el pecado, que introdujo en nosotros una ruptura que distorsiona nuestra percepción de la realidad, haciéndonos creer que lo placentero siempre es bueno para nosotros. El pecado también rompió la armonía interior, y así el hombre sufre el desgobierno de sus pasiones y le cuesta someterlas a la razón: pero, además del pecado, las tendencias relacionales que formamos durante nuestra vida pueden hacer más o menos difícil nuestra lucha por vivir una recta sexualidad.

Para este pequeño artículo, voy a concentrarme en la dimensión psicológica, y en cómo nuestra experiencia relacional afecta nuestra aproximación a la sexualidad. Para ello, voy a hablar un poco sobre el desarrollo humano hasta la etapa de la adolescencia (ya que está dirigido a gente joven), pues servirá para entender como formamos nuestras tendencias relacionales y aproximación a las relaciones románticas.

En tus primeros dos años de vida, antes de que pudieras formar conceptos y ser reflexivo, ya experimentabas emociones profundas con las personas significativas de tus alrededores, tales como tus padres, hermanos mayores, abuelos, nanas, etc. A los 8 meses, ya era notable tu capacidad para establecer preferencias por personas a quienes te sentías especialmente unido, como tus padres y hermanos. Estas primeras conexiones emocionales tuvieron un impacto profundo en ti, ya que naciste para el encuentro. Así no pudieses hablar o pensar lógicamente, estabas “cableado” para relacionarte con los demás y desarrollar tu vida emocional/relacional.

“La familia influye mucho en nuestra estabilidad emocional. “

Si cuando eras un infante, tus padres respondían rápidamente a tus necesidades (expresadas principalmente a través del llanto, gestos, miradas), y te calmaban dándote de comer, ternura, afecto y cercanía física. Te enseñaron gradualmente a confiar en ellos, pues, cuando los necesitabas, estaban allí para ti. Asimismo, con su atención y cuidado, te ayudaron a aprender a regular tus emociones y responder adecuadamente ante miedos, frustraciones y alegrías. Igualmente, esos cuidados imprimieron en ti un sentido profundo de valor, pues si te cuidaban con tanto cariño, era porque eras valioso y digno de ello. Finalmente, si se separaban de ti por un tiempo, sabías que no te iban a abandonar, y, mientras estaban relativamente cerca, te sentías en confianza de explorar tu entorno sin sentir que estabas solo o desprotegido. Por tanto, esa conexión amorosa te dio una estructura emocional positiva, una actitud de confianza hacia los demás, y una perspectiva del mundo como un lugar bueno, lleno de posibilidades y no algo a ser temido o evitado. En cambio, si tus padres fueron negligentes con sus cuidados y no estaban para ti cuando los necesitabas, es probable que hayas desarrollado una desconfianza hacia los demás, pues las personas importantes en tu vida no siempre estuvieron para ti cuando los necesitabas. Asimismo, de manera inconsciente, puedes haber asimilado la idea de que los demás no respondían a tus llamados porque no lo merecías; es decir, había algo inadecuado en ti. Finalmente, cuando se alejaban por un tiempo, es probable que hayas experimentado una profunda inseguridad de abandono, y hayas sentido miedo de explorar el mundo a tu alrededor porque te sentías sin protección en caso de que algo malo te sucediera.

Estas experiencias relacionales tempranas formaron en ti una especie de molde o formato emocional/relacional, que es relativamente estable e influye profundamente en cómo te ves a ti mismo, cómo te aproximas a los demás (confianza-desconfianza), y la perspectiva que te formas de la vida social. Esta estructura relacional precede a tu desarrollo cognitivo; es decir, a tu capacidad conceptual o lógico-discursiva, y reside en un nivel subconsciente, irreflexivo. Es una especie de sensación visceral constante sobre ti mismo, los demás y el mundo. Sin duda, es una parte importante de tu sentido de auto-estima, es decir, cuánto te aceptas o quieres a ti mismo.

Las primeras experiencias relacionales en nuestra infancia y niñez, cuando todavía no somos críticos o reflexivos, imprimen en lo profundo un sentido de cuánto somos queridos y cuán valiosos somos. Por eso, la auto-estima tiene una naturaleza relacional y afectiva; la manera como somos tratados por los demás afecta cuánto nos aceptamos y queremos a nosotros mismos. El auto-concepto es diferente, ya que opera a un nivel más consciente y cognitivo, y tiene que ver con la idea que formamos de nosotros mismos en cuanto a nuestras cualidades y capacidades. Aproximadamente a los 5 años, los niños empiezan a ser capaces de decir cosas como “soy bueno en fútbol”, “soy bueno en matemáticas”, y poco a poco van desarrollando un concepto de sí mismos en términos de sus características y habilidades. Sin embargo, el auto-concepto y el auto-estima no siempre coinciden. Por ejemplo, puede pasar que un niño que destaca académicamente tenga un alto concepto de sí mismo como alumno competente, y, no obstante, debido a padres emocionalmente abusivos o distantes, tenga un profundo sentido de inadecuación y baja auto-estima. Lo contrario puede también suceder; es decir, un niño que experimenta dificultades académicamente puede desarrollar un bajo concepto de sí mismo, pero dado que viene de una familia amorosa, no pierde el sentido de valor propio y seguridad. Así puede salir adelante a pesar de las dificultades. Por eso es que a veces vemos personas muy exitosas en el mundo profesional, que debido a una estructura emocional débil, poseen una profunda inseguridad sobre su propio valor. Tienen un buen auto-concepto, mas poca auto-estima, y creen que con más éxito podrán sanar esa inseguridad de fondo. Cuando en realidad, esa inseguridad o falta de aceptación se sana con relaciones íntimas y auténticas de amistad o enamoramiento, donde la persona se siente realmente querida por quién es, al margen de sus logros.

Ahora bien, ese formato emocional/relacional arriba descrito no está tallado en piedra, ya que es posible cambiarlo para mejor a partir de experiencias de encuentro positivas a lo largo de la vida. El hecho de haber tenido una mala experiencia inicial no incapacita a la persona para curar su formato emocional. Sin embargo, le costará más trabajo que a uno que vino de una familia amorosa.

¿Quiénes somos o decimos ser?

En la adolescencia, los jóvenes comienzan a refinar su capacidad de abstracción y pensamiento crítico, y despiertan a la autoconsciencia o sentido del “yo”. Es en esta etapa donde comienzan a desarrollar un sentido de identidad y sienten la necesidad de ir diferenciándose de sus padres. Es así que los otros jóvenes de su edad empiezan a tener un rol gravitante en el concepto que forman de sí mismos. Los padres no son tan influyentes como su grupo social; en cambio, los otros jóvenes hacen o piensan tiene un gran impacto en ellos. También empiezan a sentir atracción sexual y deseo de intimar con una pareja; y, cuando se enamoran, la persona a la que quieren tiene gran influencia en su vida.

Si un adolescente tiene un patrón relacional inseguro, es probable que pase por una experiencia ambigua al enamorarse. Por un lado, busca con ansia sentir una conexión con otra persona; y, por el otro, siente distintos miedos como el ser abandonado, perder su libertad o ser conocido tal cual es (y ser rechazado).

En un contacto sexual, el adolescente inseguro puede sentirlo como algo mágico: finalmente se siente conectado, valorado, y esto tiene impacto en su autoestima. Piensa “si esta persona está conmigo, es porque soy valioso”. Esto viene con una fuerte experiencia placentera y calmante a nivel emocional y físico. La ansiedad de no ser valioso o querido desaparece al menos por un tiempo. Es probable que el adolescente esté dispuesto a hacer lo que sea para que su pareja no lo abandone, incluso ir contra su conciencia y tolerar abusos, maltratos. El adolescente inseguro probablemente sacrifique muchas cosas para asegurar que su pareja no lo deje como darle todo el tiempo del mundo a costa de responsabilidades (estudios, tareas en casa), abandono de práctica de deportes, hobbies, descuido de la vida familiar y amistades próximas, o, incluso, consentir actividades sexuales que van contra su conciencia moral.

Por eso, una persona con un formato relacional inseguro es más vulnerable a la inestabilidad emocional y sexual que una persona segura. El contacto sexual lo puede experimentar como una intensa y eficaz compensación ante una carencia afectiva y baja auto-estima, y estar proclive a no poner límites en el ejercicio de la sexualidad. En casos críticos como víctimas de abuso físico, emocional o sexual, estas personas suelen tener un profundo sentido de inadecuación. Tienen mucho temor de ser conocidos e intimar, pues creen que su interior es desagradable y espantarán a quien entre en ellos. Suele pasar que buscan a personas que no quieren intimar y relacionarse en serio, que suelen ser los que buscan simplemente el sexo sin compromiso. Lo que sucede es que las víctimas de abuso, a pesar de tener miedo de conectar, sienten al mismo tiempo una sed de encuentro; y, al final, una experiencia sexual fugaz es mejor que la soledad. Este encuentro sin compromiso les permite experimentar la “magia” de una relación, aplacando su angustia existencial al menos por un tiempo corto, sin tener que enfrentar el miedo de abrir el corazón a otro.

En cambio, una persona segura no va a sentir la necesidad de sacrificar su conciencia moral, vida familiar, amistades y responsabilidades con tal de no perder a alguien que le gusta. Al contrario, probablemente perciba la toxicidad de la relación y decida romperla. Cuando se enamora, no anda angustiada por celos, puede disfrutar el tiempo a solas (si bien prefiere estar con su pareja), desea conocer íntimamente a su pareja y ser conocida, y no tiene miedo a comprometerse.

Espero que este pequeño artículo te pueda ayudar a tener más perspectiva y sentido crítico en tus relaciones románticas. Ahora bien, como nadie viene de una familia perfecta, todos necesitamos, en mayor o menor grado, sanar nuestras heridas afectivas para así poder entrar en relaciones románticas sanas. Estas heridas afectivas, sumadas a la acción del demonio, a nuestra tendencia al pecado, nuestros malos hábitos, y a una cultura que deforma la sexualidad humana, requieren que acudamos al auxilio de Dios para vivir la recta sexualidad. Necesitamos cooperar con la gracia de Dios teniendo vida de oración; recibiendo los sacramentos (en especial la eucaristía y confesión); pidiendo ayuda a consejeros espirituales, familiares, y amigos; y, si es necesario, recibiendo ayuda psicológica.

Autor: Brian Shannon, Colaborador de La Opción V

Brian Shannon es Bachiller en Derecho y Ciencias Políticas, posee un Master of Science en Counseling Psychology con Especialización en Terapia Familiar y Matrimonial. Actualmente ejerce como Psicoterapeuta en el Denver Family Institute.

La Opción V

OPCIÓN V

Somos una comunidad que cree que el Verdadero amor existe, y que es posible alcanzarlo mediante el ejercicio decidido de la Virtud de la castidad. Sabemos que no es fácil: es para Valientes, es para aquellos que tienen el Valor de oponerse a la presión social, a la presión de amigos y de familiares incluso.

Para nosotros la Virginidad no es una enfermedad ni una vergüenza, sino algo Verdaderamente precioso, un regalo que se entrega en el matrimonio religioso. Creemos en la segunda Virginidad, posible por el perdón de Dios.

Sabemos que no es fácil, pero que es posible. Nos comprometemos a luchar, y si en la lucha caemos, nos comprometemos a pedir perdón, a ponernos de pie nuevamente y a seguir luchando.

Confiamos en el triunfo definitivo del amor, que dura siempre. Estamos convencidos de que la Victoria es posible si nos educamos en la castidad. Nos comprometemos, finalmente, a ayudarnos entre nosotros para poder ayudar a otros, a acudir a Dios siempre para buscar en Él el perdón siempre que sea necesario, y las fuerzas para poder vivir la castidad día a día.

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