“¡La hora del encuentro había llegado!; pero, ¿realmente los pasadizos se habían unido y nuestras almas se habían comunicado…?”

En el desenlace de su icónica novela El Túnel, Ernesto Sábato sorprende al lector con esta interrogante sin respuesta. La pregunta por la veracidad del encuentro, por la autenticidad del amor se asoma tímidamente pero con convicción, dejando entrever el corazón de la obra.  ¿Es el amor posible? La interioridad más profunda de Juan Pablo Castel, nuestro protagonista, se debate en la búsqueda de una respuesta y, alzándose cual clamor, nos ofrece un tragaluz desde el cual podamos tomar parte de la dramaticidad de su pesquisa interior.

La vitalidad que sentimos palpitar en las líneas del literato argentino nos habla del tenor sentidamente existencial con que quiso confeccionar la totalidad de la novela. No me interesa, sin embargo, hacer de esto una reseña, sino ofrecer una ventana al patio interior que nos retrata el autor: el íntimo recinto que es el corazón de Juan Pablo Castel, celda pequeña y retraída, escondida y circunspecta.

Homicida confeso, Castel no muestra viso alguno de arrepentimiento mas sí un deseo sincero de volver sobre sus propios pasos, que lo llevaron a perpetrar su crimen. No es dar razón de sí cuanto motiva su proceder actual: si en su testimonio nos ofrece una rendija hacia su interior, es que lo anima la débil esperanza de que alguna persona, aunque sea una sola persona, llegue a entenderle.

Hombre de altísima sensibilidad y de espiritual finura, nuestro extravagante y refinado pintor, ampliamente elogiado por la crítica, nos sorprende con la revelación de su estarse solo en su soledad. Ni el mundo colma ni los aplausos avasallan esta pena. Castel es varón inestable, voluble, susceptible a los reveses de su entorno, irritable, abandonado a sus pasiones. Si bien vive retraído en las cuatro paredes de su propio mundo, de su galería, el artista es hombre que se deja decir: mira, observa, juzga cuanto acontece a su alrededor, pero lo hace desde su túnel, desde aquella alcantarilla interior en que se atrinchera a modo de refugio. Se guarece en los recovecos de sí, y es allí que escucha, medita, rumia, atesora, concibe, reflexiona. Sus obras de arte son una perla cuajada en silencio, la flor colorida que expresa cuanto acontece allá adentro en el sótano de su corazón, oculto de todos.

Un hombre que vive así, ¿podrá amar? Una interioridad tan extraña a su entorno y, en su peculiaridad, tan desolada, ¿podrá encontrar un alma par? Juan Pablo busca con-solatio, consuelo: busca quién comparta y lo acompañe en su soledad. Quita el pestillo y espera, anhelando que un alma a fin dé con la puerta de su corazón. ¿Es legítima su espera? ¿Tiene sentido aguardar atrincherado? ¿Qué hacer cuando llegue la persona ansiada? ¿Cómo abordarla, si todo lo ajeno es hostil? ¿Cómo puede amar alguien que pretende depender de ninguno y no se muestra nunca vulnerable?

Eximio conocedor de sí y de sus pares, Sábato no ofrece una respuesta genérica a la enmarañada contradicción del corazón humano. Nos tiende una historia, un relato. El amor se hace encontradizo para fortuna de Castel cuando llega María. Repentina y sorpresiva cual estrella fugaz en medio de la noche, Juan Pablo atisba un alma semejante a la suya, capaz de comprenderle con suave empatía, y hará hasta lo imposible por no dejarla partir. La obsesión de nuestro artista por María hará de un encuentro aparentemente feliz una trágica sucesión de dudas y sospechas que harán de una relación de por sí convulsionada el caldo de cultivo para un homicidio largamente meditado y ejecutado con escalofriante gelidez.

Pero, ¿quién es esta María, que se asoma al umbral de la intrincada cueva de nuestro protagonista? ¿Quién es esta desconocida que, una entre tantos, se hace capaz de penetrar, a diferencia de muchos, en las honduras de los cuadros de Castel? ¿Qué descubre en ellos? ¿Qué la sobrecoge, que la mueve a asomarse y que la detiene cuando desea entrar? ¿Será posible que exista, sí, una soledad similar a la de Castel, capaz de con-solarla, capaz de ser su compañera y oasis en su aislamiento, capaz de hacer de su desolación una aridez menos desierta y más llevadera?  ¿Estamos ante el amor, el amor verdadero, el florecer de la ilusión madurada con el tiempo y despuntada de improviso en realidad? ¿Es esto posible? Esta mujer desconocida, ¿quién es, qué busca, tiene rectitud de intención? ¿Qué la desconsuela? ¿De dónde brota su soledad? ¿Viene a mendigar amor, cual picaflor entre corolas, o viene a darse toda, para siempre y de verdad? ¿Qué la mueve a permanecer y no huir, incluso en medio de una relación amorosa violenta y amenazada por la muerte?

El retrato interior de Castel permite conocer algunas reflexiones de Sábato acerca de aquello que hace al hombre humano: el amor, que se manifiesta como el encuentro entre dos soledades, entre dos intimidades que se pesquisan, comunican y compenetran. Este amor que precisa espera, escucha atenta, mucho de intuición y de dejarse llevar, con una innegable proporción de riesgo. Este amor que, antes que una decisión, se nos manifiesta como un sentimiento profundo, ajeno a la volubilidad de lo emocional. Quien no confía, difícilmente será capaz de amar de verdad: el amor supone transparencia, entrega absoluta de sí. Exige conocer los recovecos del túnel ajeno para hacer de ambos cauces, el propio y el amado, una sola acequia, una sola historia. Solo entonces hay verdadero y real amor.

Este nosotros propio del amor, ¿es entonces posible? Algún lector incauto podría concluir que el amargo sinsabor del desenlace de esta obra revela escepticismo en la postura del autor. No podemos, sin embargo, afirmar asunto tal. Que el frustrado amor entre Juan Pablo y María, entre estos dos túneles que, hallándose, nunca aciertan en encontrarse, porque persiste el engaño, el miedo a dejar todo, a abandonarse en brazos del otro, a ser una sola cosa; que el amor entre este par, decimos, se vea frustrado no es premisa conclusiva que se erige en norma general, ni afirma por defecto la imposibilidad del amor en cuanto tal.

La genialidad de Sábato, insisto, radica no solo en su capacidad expresiva como literato, sino en cómo, a modo de una narración que nos envuelve, logra abordar con pulcritud tal pregunta antropológica sin ofrecer una respuesta. Nuestro autor acuarela un misterio, que, precisamente en cuanto misterio, no podría ser retratado de otra manera. Sienta, sí, las condiciones necesarias para un amor real, que en este par de amantes nunca se sublimó. Nos ofrece un horizonte, un camino. Y este camino no es otro que un túnel, el túnel de la propia interioridad, el túnel donde se alza el riesgo de una disyuntiva letal: o el encuentro o la desolación que constituyen el paradero de esta vía.

El amor, que es el encuentro entre dos soledades, entre dos acequias que se hacen un solo cauce, entre dos historias que se hacen una: este es el estribillo que recorre cual río subterráneo la obra maestra de la pluma de nuestro escritor. Si es posible o no, no tenemos mayor respuesta, pero sí las coordenadas y el camino arriesgado que Castel otrora emprendió.

Renzo Chávez

Renzo nació en Lima (Perú) en 1993.

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