Hace treinta años, del 1 al 7 de julio de 1986, San Juan Pablo II visitó Colombia. Hacía tan solo unos meses el país había sufrido dos grandes tragedias que lo tenían sumido en el dolor: la toma del Palacio de Justicia, por parte del grupo guerrillero M-19, el miércoles 6 de noviembre de 1985 con un saldo de casi 100 muertos, entre ellos 11 Magistrados, y una semana después, el 13 de noviembre, la erupción del volcán Nevado del Ruiz, que dejó más de 23.000 muertos y otros miles de heridos. Las secuelas del sufrimiento y el duelo nacional estaban todavía latentes.

En medio del luto, la presencia y la voz del Vicario de Cristo fueron una luz que encendieron la esperanza: «¡Alabado sea Jesucristo!  Vengo a vuestro noble país, amado pueblo de Colombia, como Mensajero de Evangelización que enarbola la cruz de Cristo, deseando que su silueta salvadora se proyecte sobre todas las latitudes de esta tierra bendita». Sus primeras palabras, apenas descendió del avión que lo trajo a tierras colombianas, expresaban el deseo de que la luz y la presencia de Cristo iluminaran nuestra historia y nuestro acontecer.

El lema escogido para la visita pastoral: “Con la Paz de Cristo por los caminos de Colombia” marcó la visita y el mensaje que San Juan Pablo II dejó grabado en nuestros corazones y que hoy tiene tanta actualidad y tanta necesidad de ser escuchado como ayer.

Nuestro país, que durante muchos años ha sufrido y ha sido desgarrado por la violencia: de los partidos políticos, del narcotráfico, de los grupos paramilitares, de las bandas criminales, de los grupos guerrilleros y narcoguerrilleros, necesita a gritos la paz. El anhelo de todos los colombianos desde hace varias décadas ha sido la consecución de la paz; sin embargo, paradójicamente, cuando parece que se va a firmar la paz con uno de los grupos guerrilleros, hoy convertidos en narcoguerrillos, más antiguos de nuestra historia, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), el país anda sumido en una gran polarización. Que no consiste entre los que quieren la paz y los que quieren la guerra, como amañadamente se ha querido mostrar, sino entre los que quieren y están dispuestos a que los acuerdos sean muy permisivos con este grupo y los que, queriendo un acuerdo, no consienten tantas prebendas.

[pullquote]¿Cómo lograr la paz? Es evidente que la verdadera paz no consiste en la mera ausencia de guerra, también es evidente (o debería serlo) que la paz no es obra de un acuerdo. La verdadera paz es un don de Dios: “La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy como el mundo la da” (Jn 14, 27), es un fruto del Espíritu Santo: “Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz . . .” (Gal 5, 22) y como lo recalca san Pablo, es Cristo mismo: “Porque Él mismo es nuestra paz” (Ef 2, 14). Jesús es capaz de derribar el muro del odio que nos lleva a la guerra. Obviamente no podemos permanecer cruzados de brazos, sino que por el contrario estamos llamados a esforzarnos por construir una sociedad en paz; Jesús mismo llama felices y dichosos a los que trabajan por la paz: “Bienaventurados los que trabajan por la paz, pues ellos serán llamados hijos de Dios” (Mt 5, 9). No podemos olvidar lo que el profeta Isaías pregonaba y que en tiempos de la terrible guerra, el papa Pio XII convirtió en su lema episcopal: “La paz es obra de la justicia”.[/pullquote]

Espero que las palabras del entonces Sumo Pontífice, hoy gran santo de la Iglesia, San Juan Pablo II nos iluminen y nos ayuden a ser artífices de paz en medio de tiempos difíciles para el mundo y para Colombia:

Bogotá, julio 1 de 1986

“Colombia . . .sigue mirando hacia adelante con el propósito de afianzar sus valores y consolidar su empeño por el ansiado don de la paz, de la auténtica paz cristiana que es fruto de la justicia, del respeto mutuo y, sobre todo, del amor, el cual debe reinar entre todos los ciudadanos, hermanos entre si e hijos de Dios.”

Chiquinquirá, julio 3 de 1986

“¡Virgen del Rosario, Reina de Colombia, Madre nuestra! Ruega por nosotros ahora.

Concédenos el don inestimable de la paz, la superación de todos los odios y rencores, la reconciliación de todos los hermanos.

Que cese la violencia y la guerrilla.

Que progrese y se consolide el diálogo y se inaugure una convivencia pacífica.

Que se abran nuevos caminos de justicia y de prosperidad.

Te lo pedimos a Ti a quien invocamos como Reina de la Paz.”

Cali, julio 4 de 1986

“Si la paz de Cristo no reina en el corazón mismo de la familia y la sociedad, los pueblos no sólo pierden pujanza y lozanía, sino que también se va perdiendo el respeto a la vida y a la dignidad humana.”

Medellín, julio 5 de 1986

“A los responsables colombianos en la política, la economía, la cultura, dirijo un apremiante llamado: La paz, tan necesaria, es obra de todos, y una paz verdadera será realidad sólo cuando se hayan eliminado las causas de la injusticia. Poned todo vuestro empeño para que se creen estructuras renovadas que permitan a todos los colombianos vivir en paz y armonía.”

Cartagena, julio 6 de 1986

“Hoy, como en el siglo XVII en que vivió Pedro Claver, la ambición del dinero se enseñorea del corazón de muchas personas y las convierte, mediante el comercio de la droga, en traficantes de la libertad de sus hermanos a quienes esclavizan con una esclavitud más temible, a veces, que la de los esclavos negros. Los tratantes de esclavos impedían a sus víctimas el ejercicio de la libertad. Los narcotraficantes conducen a las suyas a la destrucción misma de la personalidad. Como hombres libres a quienes Cristo ha llamado a vivir en libertad debemos luchar decididamente contra esa nueva forma de esclavitud que a tantos subyuga en tantas partes del mundo, especialmente entre la juventud, a la que es necesario prevenir a toda costa, y ayudar a las víctimas de la droga a liberarse de ella.”

Barranquilla, julio 7 de 1986

“Pero la palabra reconciliación tiene hoy en Colombia una resonancia conmovedora porque está transida de anhelos y de lágrimas, de temores y de inseguridad para tantos hijos de esta noble patria. ¡Cuánto deseáis, amados colombianos, que callen las armas, que se estrechen fraternalmente las manos que las empuñan, que llegue para todos esa paz querida e invocada, buscada con esfuerzo, esperada con afán… después de tantos años de violencia que no han dejado más que lutos de muerte y heridas dolorosas, difíciles de cicatrizar!

¿Cómo lograr de inmediato la paz de los campos y de las ciudades; la paz que permita al agricultor trabajar sin zozobras; al ciudadano recorrer sin sobresaltos las calles de su ciudad, de día y de noche; a todos disfrutar de una vida tranquila y serena?

Sólo mediante una sincera, profunda reconciliación de cada uno con Dios y de todos entre sí; pidiendo y otorgando el perdón, renovando un compromiso de amor solidario y justo entre todos los colombianos.”

“He percibido, amados hijos de Colombia, vuestra profunda aspiración y vuestro ardiente anhelo de paz. Ha surgido como un clamor constante de todas las gargantas, de todos los corazones. Antes de dejar este amado suelo de Colombia, quiero asumir una vez más este clamor vuestro. Hago un llamamiento a todos los colombianos, en particular a quienes están en la guerrilla, para que se pongan en consonancia con ese clamor por la paz de todo el pueblo. Que todos, de manera especial los que han empuñado las armas, participen sinceramente en la búsqueda de la paz y se abran a las iniciativas que se han emprendido y a las que se emprenderán en el futuro para una reconciliación nacional, en el pleno respeto de la vida humana y conforme a las exigencias de la justicia.”

“¡Señor, asiste con tu gracia a Colombia! ¡Consérvala para siempre unida en la fe y en el amor! ¡Tú, que eres nuestra Paz, haz que reine en los corazones de todos los colombianos tu paz! Amén.”

“La fe cristiana es parte de tu alma nacional, es tesoro de tu cultura, es aliento en tus jóvenes, es dinamismo en tus dificultades, es serenidad en tus hogares. Que esa fe cristiana siga iluminando y corroborando en la paz, en la justicia, en el amor recíproco a los hijos de Colombia.

¡Hasta siempre, Colombia!”

© 2016 – Juan David Velásquez Monsalve para el Centro de Estudios Católicos – CEC

Juan David Velásquez Monsalve

Juan David es abogado de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad Pontificia Bolivariana (Medellín, Colombia) y Teólogo de la Universidad Católica de Oriente (Rionegro - Colombia). En este momento cursa la Maestría en Filosofía en la Universidad Pontificia Bolivariana.
Se ha desempeñado como profesor universitario y escolar. Actualmente es el Director Regional del CEC en Colombia y Rector del Colegio Sagrado Corazón Montemayor.

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