He salido hace tan solo algunos minutos del cine. Todo el camino de vuelta a mi casa no he podido dejar de pensar en la temática de la producción.  Si googleas: “La Momia”, puedes encontrar como uno de los links, la famosa Wikipedia que la describe como “una película de terror, acción y aventura estadounidense, dirigida por Alex Kurtzman y escrita por Jon Spaihts”.

Sin embargo, quedarse en el archiconocido estilo de acción – aventura, típico de las películas Hollywoodenses, es una mirada extremadamente superficial e ingenua de la temática que tiene la trama de la película. La idea fundamental es la “eterna” lucha entre el bien versus el mal. Conflicto que “Universal Studios” empezará a explotar con el fin de competir contra “Marvel Studios” y “DC Comics”. La nueva marca para ese mundo oscuro se llama “Dark Universe”.

En esta entrega podemos ver en varios momentos la lucha, que se da en el corazón del hombre en ese binomio bien – mal. Russel Crowe, como el famoso Dr. Henry Jeckil, permanentemente está en lucha con su doble personalidad, Dr. Hide, que encarna la maldad. El actor principal, Tom Cruise, alias Nick Morton, tiene un conflicto moral interno, lo que no es muy central en la trama principal, pudiendo pasar desapercibido para ojos que se vislumbran ante tamaños efectos especiales. En su consciencia, en su corazón, está en juego la opción moral por ser una persona buena y con valores, que “no” puede abandonar el aventurero caza recompensas, interesado nada más que por tesoros, dejando en su camino relaciones solamente por placer. Sin embargo, Annabelle Wallis, alias Jenny Wallis, logra en distintos momentos, tocar las fibras más profundas de Morton, rescatando lo que de bondad anida en su corazón. Lo  cual es fundamental para resolver toda la trama de la película, dejando claro que el mal, nunca puede ocultar o desvirtuar la naturaleza todavía buena que anida en nuestro corazón.

Todo este conflicto personal, que se encuentra en el corazón del hombre, lo describe excelentemente bien San Pablo, hace ya varios siglos. Incluso filósofos clásicos, como por ejemplo Sócrates, que se puso como misión ayudar a los jóvenes a que descubrieran la manera correcta de vivir. Ya concebía Sócrates una moral intrínseca en nosotros, que debe regir nuestras conductas. Volviendo a San Pablo, miremos algunos pasajes. “Realmente, mi proceder no lo comprendo; pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco”(Romanos 7, 15). “Gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo. Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano”. (1 Corintios 15, 57-58). En este pasaje, San Pablo, que algunos versículos antes, hablaba de esa lucha moral, presenta el único camino por el cual podemos superar, con la bondad, las garras de lo maligno ¿Esto qué tiene de interesante? La riqueza de la experiencia de San Pablo, ilumina hace siglos la dificultad existencial que confunde y, muchas veces, nos hace esclavos. Pareciera como si el mal tuviese más fuerza en nuestro corazón, que la opción espiritual por el bien. En verdad la inclinación al mal es una realidad innegable en el hombre. Sólo la gracia recibida de Jesús, nos permite vencer el pecado. Jesús padeció todo lo que estaba sentenciado para nosotros. Él dejó su gloria, haciéndose hombre para venir a salvarnos. La expresión “a quien mataron colgándole en un madero” nos recuerda su padecimiento y muerte, que fueron únicos. Jesús es nuestro salvador, Quien pagó con precio de sangre por nuestra salvación, por eso dijo: “el que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna, y no vendrá a condenación, más ha pasado de muerte a vida” (Juan 5, 24). Jesús es quien nos ha librado de la más horrible condenación. A través de la crucifixión y muerte de Jesús, la humanidad ha recibido vida. Él es quien domina la muerte con su vida, aunque tenga que pasar por el umbral de la muerte, para alcanzar la vida. Aunque el mal siga siendo siempre un misterio indescifrable en nuestra existencia terrenal, Cristo resucitando al tercer día, nos ofrece la reconciliación, que tiene el poder de sanar nuestro corazón roto por el pecado: “A éste levantó Dios al tercer día, e hizo que se manifestase; no a todo el pueblo, sino a los testigos que Dios había ordenado de antemano, a nosotros que comimos y bebimos con él después que resucitó de los muertos” (Hechos 10, 40-41).

Volviendo a la película, la princesa Ahmanet, quién se deja esclavizar totalmente por el poder del mal, busca “liberar” el mal en persona, llamado en la mitología egipcia como Set. El dios que tiene el poder de la vida sobre la muerte. ¿No podemos ver en esta idea mitológica el anhelo humano de superación sobre el mal? La vida sobre la muerte; el Bien que está por encima de la muerte. De alguna manera, refleja lo que miles de años más tarde, concede Dios a nosotros los hombres, por medio de la Encarnación del Verbo, en el seno virginal de Santa María. La diferencia trascendental entre Ahmanet y nuestro Dios, es que en el caso egipcio, “nosotros” somos quienes tenemos el poder de superar la muerte. Lo cual es imposible, puesto que no estamos “por encima” de las garras malignas. Justamente estamos enredados y esclavizados. La diferencia esencial, descrita por San Pablo, es que esa liberación nos viene por Dios. Él es el único que puede regalarnos ese don inmerecido, puesto que nosotros mismos hemos hecho la opción por el mal, al desobedecer y alejarnos del Amor del Padre.            

Por medio de Cristo, venció Dios al demonio en la cruz, le quitó la autoridad que tenía, rompió las cadenas de esclavitud, vino para despojarlo del poder con el cual oprime inmemorialmente a la humanidad. Leemos en la primera carta de San Juan (versículos del 3 al 8): “El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo peca desde el principio”. Pero Jesús, no solo nos libera del poder del mal, sino que nos perdona. Ese perdón y misericordia es algo divino: “De esto nos dan testimonio todos los profetas. Y que todos los que en Cristo creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre” (Hechos 10, 42-43).

Como eje central de la película, está la historia de esta implacable princesa Ahmanet, que en la época del antiguo Egipto, era la primera mujer en la línea de sucesión del trono de su padre, el faraón Menehptre. Sin embargo, es despojada de su derecho de nacimiento, cuando la segunda esposa del monarca dio a luz a un hijo. No satisfecha con la pérdida, Ahmanet vende su alma al dios egipcio Set, quien le dio una daga especial para transferir su espíritu en una forma corporal, para lo cual tiene que asesinar a toda su familia. De nuevo la opción maligna de la princesa, que vende su alma al mal, negando rotundamente la posibilidad de una vida buena, en relación con la nueva situación que se presenta en su familia. En el Biblia vemos cómo Judas, uno de los apóstoles del entorno familiar de Cristo, se vende al poder de las tinieblas, siendo uno de los  responsables de la muerte de Cristo, así como la princesa, hija del Faraón, que no mide sus acciones, con tal de “salirse con la suya”.

Otro aspecto a tener en cuenta, es la distinta dimensión de la realidad que tiene esa lucha moral de la bondad contra el mal, en relación con toda la capacidad humana, que se ve por ejemplo, en el desarrollo tecnológico en la actualidad, considerado cada vez más, como el nuevo dios, que nos liberará de los problemas que siempre aquejaron la incapacidad de control que tiene el hombre, frente a su debilidad y fragilidad. Queda claro cómo la ciencia actual permite logros importantísimos, lo cual no está mal (en tanto se rija por la moral). En la película vemos cómo la tecnología permite descubrir la tumba de la princesa egipcia. También en el recurso que tiene el doctor Henry para no permitir que aflore su maligna personalidad. Efectivamente, ¿cómo negar los alcances que tiene la ciencia moderna? La capacidad para hurgar el pasado. La química para manejar problemas psiquiátricos y tantos otros logros que no podemos menospreciar y maravillarnos por las posibilidades que nos ofrecen.

Sin embargo, la película trasluce la dimensión muchísimo más profunda e importante que tiene esa realidad moral del conflicto bien versus mal. Se trata de una dimensión espiritual. Está claro que se trata de una dimensión en la que la ciencia no puede ofrecer una respuesta. No podemos querer entender y encerrar toda la realidad al conocimiento científico. Esto sería un reduccionismo en la manera como compremos la realidad. Esa actitud la vemos clara, cuando actualmente se niega cualquier tipo de referencias a lo espiritual, ya sea como criterio moral, o relegando lo espiritual a algo totalmente privado, que no tiene nada que decir en los distintos problemas actuales, sobre la cultura secular que vivimos. Se confiere a la técnica, la “libertad” de hacer todo lo que posee a su alcance para que el hombre alcance ese utópico deseo, que es el anhelo divino, el querer hacerse dios, siendo el juez autónomo, que juzga lo bueno de lo malo. Es el engaño original, o pecado original de nuestros primeros padres: “Cuando la mujer vio que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y que el árbol era deseable para alcanzar sabiduría, tomó de su fruto y comió; y dio también a su marido que estaba con ella, y él comió” (Génesis 3, 6). La técnica es el nuevo fruto apetecible, que nos hace alcanzar esa sabiduría.

No puedo dejar de mencionar algo que a mi modo de ver, pasa “desapercibido” en el largometraje: ¿Cuándo surge el mal? ¿El bien y el mal son coeternos? ¿Cómo terminará ese conflicto que vivimos a diario? ¿El bien vence el mal? Son preguntas que no somos capaces de responder. Los maniqueos, por ejemplo, dicen que el bien y el mal existen desde el principio. Distintas religiones orientales (mazdeísmo, hinduismo, etc…) explican a su manera, cómo existen el dios bueno y el malo, que además, son el origen de todo lo que existe. Aparentemente, si vemos la realidad profundamente negativa que padece el mundo, tal cual enfermo terminal, no parece existir ninguna cura. Pareciera dejar obvia la superioridad que tiene el mal sobre el bien. Todas estas preguntas de modo general, se convierten en un problema aún más complicado, pues todos nosotros vivimos esos dilemas en nuestra vida diaria. Es una “guerra” que enfrentamos en nuestro corazón mismo. Aunque muchos vivan sin importarse por ese tipo de cuestionamientos, todas nuestras acciones están transidas del conflicto moral entre el bien y el mal. El gran San Agustín, por ejemplo, dice en sus Confesiones:”(…) me atormentaba, acusándome a mí mismo con más saña que de costumbre, (…) y revolviéndome y agitándome en mi cadena (…) me animabas en lo recóndito de mi ser, Señor, con tu severa misericordia, redoblando los azotes del temor y la vergüenza de que yo cediese de nuevo, y de que no fuese arrancado lo poco y débil que quedaba, y de que se reforzase otra vez y me apretase con más fuerza”. San Pablo también lo deja claro: “Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera”. (1Corintios  12, 7).

La filosofía trató y sigue tratando de explicar ese misterio, sin embargo, es la fe – la respuesta del hombre a la revelación de Dios–, que más convincentemente proporciona una respuesta. Por revelación divina somos capaces de responder a preguntas como el origen y fin del conflicto. Explica también cómo vive el hombre esa realidad; cómo es la experiencia de conflicto interior, que anida en lo más profundo de nuestro mundo interior. Dicho esto, hagamos el esfuerzo por abrir nuestras mentes y dejarnos iluminar por lo que nos dicen las Sagradas Escrituras. Para muchos, las verdades de fe no son nada más que historias difíciles de entender. Los invito a tener una mirada un poco más profunda, dejar de ser – permítanme la crudeza - un tanto superficiales, cerrándose a verdades que tienen siglos de tradición y cambiaron la historia de la humanidad, pasando de la muerte a la vida.

 

© 2017 – Pablo Augusto Perazzo para el Centro de Estudios Católicos – CEC

Pablo Augusto Perazzo

Pablo nació en Sao Paulo (Brasil), en el año 1976. Vive en el Perú desde 1995. Es licenciado en filosofía y Magister en educación. Actualmente dicta clases de filosofía en el Seminario Arquidiocesano de Piura.
Regularmente escribe artículos de opinión y es colaborador del periódico “El Tiempo” de Piura y de la revista "Vive" de Ecuador. Ha publicado en agosto de 2016 el libro llamado: “Yo también quiero ser feliz”, de la editorial Columba.

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