San Pablo decía que había mayor felicidad en dar que en recibir. Cuando uno lo piensa un poco puede sonar paradójico. Al dar me estoy desprendiendo de algo que poseo. Tengo, en un sentido, menos. Sin embargo, ¿quién no ha comprobado la gran verdad de la frase de san Pablo? Aunque sea en cosas pequeñas, cuando doy experimento una felicidad auténtica y sé que, en algún sentido, he ganado más de lo que di.

Hay algo muy profundo en la identidad de todo hombre y mujer que nos hace experimentar alegría cuando nos damos a los demás. La razón, en el fondo, no es muy difícil encontrarla. Cuando Dios creo al ser humano lo creó a imagen y semejanza suya. Dios, como sabemos es amor. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se aman plenamente entre ellos, constantemente se donan uno al otro.

Cuando con recta intención damos algo que es valioso para nosotros –sea tiempo, dones personales, o bienes– y nos donamos, nos acercamos un poco a la experiencia del amor de Dios. Vivimos en un sentido aquello que está en lo más profundo de la intimidad de Dios.

Nutridos del amor de Dios iremos aprendiendo que el amor es donación, y que cuanto más nos donamos por amor, más nos acercamos a Dios y vivimos aquello que estamos llamados a vivir.

El que vive la caridad, el que ama, nunca se queda vacío. Es imposible que una vela se apague por haber encendido otras velas. Podría, en un sentido, seguir compartiendo su luz a cada vez más velas, sin agotarse. ¡Así es el amor de Dios, que nosotros podemos también testimoniar en nuestras vidas!

 

Fuente: Mi Vida en Xto

Mi Vida En Cristo

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