#28: La enfermedad en la vida humana

Estamos felices cuando las cosas van bien… cuando no nos falta nada… cuando tenemos a nuestra familia junto a nosotros y no hay mayores problemas… pero cuando llega una enfermedad grave, o sucede algo que nos limita en muchos aspectos ¿Qué nos pasa?

Probablemente nos llenamos de angustia, miedos e impotencia. Nos da la sensación de una total fragilidad, vulnerabilidad, de que no controlamos nada, ni nuestra propia vida.

Y es que en realidad cuando estamos enfermos es tal vez de los momentos cuando podemos experimentar con más claridad nuestra fragilidad, que por más que queramos, no controlamos nuestra salud. Ante esta experiencia hay muchos caminos, hay muchas maneras de reaccionar o alternativas que podemos tomar.

Los cristianos estamos llamados a imitar a Jesús en la forma en que Él aceptó y enfrentó el sufrimiento. Jesús no se rebeló, lo asumió libremente hasta el final, hasta las últimas consecuencias.

Jesús nos enseña con su propio ejemplo a darle un sentido al dolor, a tomarlo de una manera diferente.

Los cristianos no entendemos la enfermedad como una maldición de Dios, o como un castigo por nuestros pecados, sino como un camino que puede servir de medio para santificarnos, para acercarnos más a Dios.

Quien asume bien una enfermedad puede preparar mejor su alma para el encuentro definitivo con Dios en la muerte.

Nadie dijo que sería algo fácil, pero es por lo mismo que Dios nos dejó un regalo para enfrentar estos momentos de dolor e incluso para prepararnos para la muerte, y esta fuerza extra es la unción de los enfermos.

 

En el Catecismo

 

1500 La enfermedad y el sufrimiento se han contado siempre entre los problemas más graves que aquejan la vida humana. En la enfermedad, el hombre experimenta su impotencia, sus límites y su finitud. Toda enfermedad puede hacernos entrever la muerte.

1501 La enfermedad puede conducir a la angustia, al repliegue sobre sí mismo, a veces incluso a la desesperación y a la rebelión contra Dios. Puede también hacer a la persona más madura, ayudarla a discernir en su vida lo que no es esencial para volverse hacia lo que lo es. Con mucha frecuencia, la enfermedad empuja a una búsqueda de Dios, un retorno a Él.

1502 El hombre del Antiguo Testamento vive la enfermedad de cara a Dios. Ante Dios se lamenta por su enfermedad (cf Sal 38) y de Él, que es el Señor de la vida y de la muerte, implora la curación (cf Sal 6,3; Is 38). La enfermedad se convierte en camino de conversión (cf Sal 38,5; 39,9.12) y el perdón de Dios inaugura la curación (cf Sal 32,5; 107,20; Mc 2,5-12). Israel experimenta que la enfermedad, de una manera misteriosa, se vincula al pecado y al mal; y que la fidelidad a Dios, según su Ley, devuelve la vida: “Yo, el Señor, soy el que te sana” (Ex 15,26). El profeta entrevé que el sufrimiento puede tener también un sentido redentor por los pecados de los demás (cf Is 53,11). Finalmente, Isaías anuncia que Dios hará venir un tiempo para Sión en que perdonará toda falta y curará toda enfermedad (cf Is 33,24).

1503 La compasión de Cristo hacia los enfermos y sus numerosas curaciones de dolientes de toda clase (cf Mt 4,24) son un signo maravilloso de que “Dios ha visitado a su pueblo” (Lc 7,16) y de que el Reino de Dios está muy cerca. Jesús no tiene solamente poder para curar, sino también de perdonar los pecados (cf Mc 2,5-12): vino a curar al hombre entero, alma y cuerpo; es el médico que los enfermos necesitan (Mc 2,17). Su compasión hacia todos los que sufren llega hasta identificarse con ellos: “Estuve enfermo y me visitasteis” (Mt 25,36). Su amor de predilección para con los enfermos no ha cesado, a lo largo de los siglos, de suscitar la atención muy particular de los cristianos hacia todos los que sufren en su cuerpo y en su alma. Esta atención dio origen a infatigables esfuerzos por aliviar a los que sufren.

1504 A menudo Jesús pide a los enfermos que crean (cf Mc 5,34.36; 9,23). Se sirve de signos para curar: saliva e imposición de manos (cf Mc 7,32-36; 8, 22-25), barro y ablución (cf Jn 9,6s). Los enfermos tratan de tocarlo (cf Mc 1,41; 3,10; 6,56) “pues salía de él una fuerza que los curaba a todos” (Lc 6,19). Así, en los sacramentos, Cristo continúa “tocándonos” para sanarnos.

1505 Conmovido por tantos sufrimientos, Cristo no sólo se deja tocar por los enfermos, sino que hace suyas sus miserias: “El tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades” (Mt 8,17; cf Is 53,4). No curó a todos los enfermos. Sus curaciones eran signos de la venida del Reino de Dios. Anunciaban una curación más radical: la victoria sobre el pecado y la muerte por su Pascua. En la Cruz, Cristo tomó sobre sí todo el peso del mal (cf Is 53,4-6) y quitó el “pecado del mundo” (Jn 1,29), del que la enfermedad no es sino una consecuencia. Por su pasión y su muerte en la Cruz, Cristo dio un sentido nuevo al sufrimiento: desde entonces éste nos configura con Él y nos une a su pasión redentora.

1506 Cristo invita a sus discípulos a seguirle tomando a su vez su cruz (cf Mt 10,38). Siguiéndole adquieren una nueva visión sobre la enfermedad y sobre los enfermos. Jesús los asocia a su vida pobre y humilde. Les hace participar de su ministerio de compasión y de curación: “Y, yéndose de allí, predicaron que se convirtieran; expulsaban a muchos demonios, y ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban” (Mc 6,12-13).

1507 El Señor resucitado renueva este envío (“En mi nombre […] impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien”, Mc 16,17-18) y lo confirma con los signos que la Iglesia realiza invocando su nombre (cf. Hch 9,34; 14,3). Estos signos manifiestan de una manera especial que Jesús es verdaderamente “Dios que salva” (cf Mt 1,21; Hch 4,12).

1508 El Espíritu Santo da a algunos un carisma especial de curación (cf 1 Co 12,9.28.30) para manifestar la fuerza de la gracia del Resucitado. Sin embargo, ni siquiera las oraciones más fervorosas obtienen la curación de todas las enfermedades. Así san Pablo aprende del Señor que “mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza” (2 Co 12,9), y que los sufrimientos que tengo que padecer, tienen como sentido lo siguiente: “Completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia” (Col 1,24).

1509 “¡Sanad a los enfermos!” (Mt 10,8). La Iglesia ha recibido esta tarea del Señor e intenta realizarla tanto mediante los cuidados que proporciona a los enfermos, como por la oración de intercesión con la que los acompaña. Cree en la presencia vivificante de Cristo, médico de las almas y de los cuerpos. Esta presencia actúa particularmente a través de los sacramentos, y de manera especial por la Eucaristía, pan que da la vida eterna (cf Jn 6,54.58) y cuya conexión con la salud corporal insinúa san Pablo (cf 1 Co 11,30).

1510 No obstante, la Iglesia apostólica tuvo un rito propio en favor de los enfermos, atestiguado por Santiago: “Está enfermo alguno de vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia, que oren sobre él y le unjan con óleo en el nombre del Señor. Y la oración de la fe salvará al enfermo, y el Señor hará que se levante, y si hubiera cometido pecados, le serán perdonados” (St 5,14-15). La Tradición ha reconocido en este rito uno de los siete sacramentos de la Iglesia.

 

 

Citas de la Sagrada Escritura

 

Porque me han traspasado tus flechas y tu brazo se descargó sobre mí: no hay parte sana en mi carne, a causa de tu furor. No hay nada intacto en mis huesos, a causa de mis pecados; me siento ahogado por mis culpas: son como un peso que supera mis fuerzas. (Sal 38,3-5)

Pero yo reconocí mi pecado, no te escondí mi culpa, pensando: «Confesaré mis faltas al Señor». ¡Y tú perdonaste mi culpa y mi pecado! (Sal 32,5)

Al ver la fe de esos hombres, Jesús dijo al paralítico: «Hijo, tus pecados te son perdonados». Unos escribas que estaban sentados allí pensaban en su interior: «¿Qué está diciendo este hombre? ¡Está blasfemando! ¿Quién puede perdonar los pecados, sino sólo Dios? Jesús, advirtiendo en seguida que pensaban así, les dijo: «¿Qué están pensando? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: “Tus pecados te son perdonados”, o “Levántate, toma tu camilla y camina”? Para que ustedes sepan que el Hijo de hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados –dijo al paralítico– yo te lo mando, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa». Él se levantó en seguida, tomó su camilla y salió a la vista de todos. La gente quedó asombrada y glorificaba a Dios, diciendo: «Nunca hemos visto nada igual» (Mc 2,5-12).

Frases del Papa Francisco acerca de la enfermedad en la vida humana

 

Todos, tarde o temprano, estamos llamados a enfrentarnos, y a veces a combatir con la fragilidad y la enfermedad nuestra y la de los demás”, pero “sepamos que en la debilidad podemos ser fuertes (cf. 2 o 12,10), y recibiremos la gracia de completar lo que falta en nosotros al sufrimiento de Cristo, en favor de la Iglesia, su cuerpo (cf. Col 1,24)

Esta condición de volver a nacer implica a toda la existencia y en todos sus aspectos: también la enfermedad, el sufrimiento y la muerte esta contenidas en Cristo, y encuentran en él su sentido definitivo.

 

Cuantas personas discapacitadas y que sufren se abren de nuevo a la vida apenas sienten que son amadas. Y cuanto amor puede brotar de un corazón aunque sea sólo a causa de una sonrisa. La terapia de la sonrisa. En tal caso la fragilidad misma puede convertirse en alivio y apoyo en nuestra soledad. Jesús, en su pasión, nos ha amado hasta el final (cf. Jn 13,1); en la cruz ha revelado el Amor que se da sin límites. ¿Qué podemos reprochar a Dios por nuestras enfermedades y sufrimiento que no esté ya impreso en el rostro de su Hijo crucificado? A su dolor físico se agrega la afrenta, la marginación y la compasión, mientras él responde con la misericordia que a todos acoge y perdona: «Por sus heridas fuimos sanados»

Jesús es el médico que cura con la medicina del amor, porque toma sobre sí nuestro sufrimiento y lo redime. Nosotros sabemos que Dios comprende nuestra enfermedad, porque él mismo la ha experimentado en primera persona (cf. Hb 4,5).

 

Frases de Benedicto XVI acerca de la enfermedad en la vida humana

De hecho, las enfermedades son un signo de la acción del mal en el mundo y en el hombre, mientras que las curaciones demuestran que el Reino de Dios –y Dios mismo–, está cerca. Jesucristo vino para vencer el mal desde la raíz, y las curaciones son un anticipo de su victoria, obtenida con su muerte y resurrección.

Cuando la curación no llega y el sufrimiento se alarga, podemos permanecer como abrumados, aislados, y entonces nuestra vida se deprime y se deshumaniza. ¿Cómo debemos reaccionar ante este ataque del mal? Por supuesto que con la cura apropiada –la medicina en las últimas décadas ha dado grandes pasos, y estamos agradecidos–, pero la Palabra de Dios nos enseña que hay una actitud determinante y de fondo para hacer frente a la enfermedad, y es la fe en Dios, en su bondad. Lo repite siempre Jesús a la gente que sana: Tu fe te ha salvado (cf. Mc 5,34.36). Incluso de frente a la muerte, la fe puede hacer posible lo que es humanamente imposible. ¿Pero fe en qué? En el amor de Dios.

He aquí la respuesta verdadera, que derrota radicalmente al mal. Así como Jesús se enfrentó al Maligno con la fuerza del amor que viene del Padre, así nosotros podemos afrontar y vencer la prueba de la enfermedad, teniendo nuestro corazón inmerso en el amor de Dios. Todos conocemos personas que han soportado terribles sufrimientos, debido a que Dios les daba una profunda serenidad.

Pero en la enfermedad, todos necesitamos del calor humano: para consolar a una persona enferma, más que palabras, cuenta la cercanía serena y sincera.

Frases de San Juan Pablo II acerca de la enfermedad en la vida humana

Al acercarse a los enfermos y a los que sufren, la Iglesia se guía por una visión precisa y completa de la persona humana “creada a imagen de Dios y dotada de la dignidad y los derechos humanos inalienables que Dios le dio” (Ecclesia in Asia, 33). En consecuencia, la Iglesia insiste en el principio según el cual no todo lo que es técnicamente posible es lícito moralmente. Los enormes progresos y avances de la ciencia médica, en tiempos recientes, nos dan a todos una gran responsabilidad con respecto al don divino de la vida, que sigue siendo un don en todas sus fases y condiciones.

La parábola evangélica del buen samaritano capta muy bien los sentimientos más nobles y la reacción de una persona ante un hombre que sufre y necesita ayuda. Buen samaritano es quien se detiene para atender a las necesidades de los que sufren.

En Cristo está la esperanza de la verdadera y plena salud; la salvación que él trae es la verdadera respuesta a los interrogantes últimos del hombre. No existe contradicción entre la salud terrena y la salud eterna, dado que el Señor murió por la salud integral del hombre y de todos los hombres. La salvación constituye el contenido final de la nueva alianza.

La enfermedad, que en la experiencia diaria se percibe como una frustración de la fuerza vital natural, se convierte para los creyentes en una invitación a “leer” la nueva y difícil situación, en la perspectiva propia de la fe. Fuera de ella, por otra parte, ¿cómo se puede descubrir, en el momento de la prueba, la aportación constructiva del dolor?, ¿cómo dar significado y valor a la angustia, a la inquietud, a los males físicos y psíquicos que acompañan a nuestra condición mortal?, y ¿qué justificación se puede encontrar para el declive de la vejez y para la meta final de la muerte que, a pesar de los progresos científicos y tecnológicos siguen subsistiendo inexorablemente? Sí, solamente en Cristo, Verbo encarnado, redentor del hombre y vencedor de la muerte, es posible encontrar la respuesta satisfactoria para esas preguntas fundamentales.

Preguntas para profundizar acerca de la Unción de los enfermos

¿Cristo se conmueve con nuestras enfermedades?

 

Cristo se hace un Hombre igual a nosotros menos en el pecado. Él ha asumido nuestra frágil condición, haciendo suyas nuestras miserias. Recordemos cuando el Evangelista Mateo dice al respecto: “El tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades” (Mt 8,17; cf Is 53,4). “Ahora bien, Cristo no curó a todos los enfermos. Sus curaciones eran signos de la venida del Reino de Dios. Anunciaban una curación más radical: la victoria sobre el pecado y la muerte por su Pascua”

¿Cómo una enfermedad puede ayudarme a crecer más en mi fe?

 

“La enfermedad puede conducir a la angustia, al repliegue sobre sí mismo, a veces incluso a la desesperación y a la rebelión contra Dios. Puede también hacer a la persona más madura, ayudarla a discernir en su vida lo que no es esencial para volverse hacia lo que lo es. Con mucha frecuencia, la enfermedad empuja a una búsqueda de Dios, un retorno a Él”. Es un momento fundamental en donde nos topamos con las preguntas más importantes de nuestra existencia: ¿Cuál es el sentido de mi vida? ¿Qué hay después de mi vida terrenal? Muchas veces, la enfermedad y el sufrimiento si se asumen con un sentido redentor, pueden purificar nuestro corazón y permitirnos acercarnos mucho más a Dios, entendiendo que sólo Él, es la Roca firme en la que se edifica el sentido de nuestra existencia.

 

¿Qué significa que Cristo es Médico de cuerpos y almas?

 

Cristo asume todas nuestras dolencias, incluso aquellas que son directamente consecuencia de nuestras malas opciones. Él hace nuevas todas las cosas. El Señor Jesús vino al mundo para curarnos no solo de nuestras enfermedades físicas sino también de nuestras enfermedades espirituales. Por medio de los Sacramentos, continúa realizando su obra de sanación, tanto espiritual como física. Nos dejó el Sacramento de la Unción de los Enfermos que nos reconforta en aquellos momentos de mayor fragilidad, y si es lo que conviene para nuestra salvación, puede darnos la gracia de recuperar la salud física.

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